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LA CRÓNICA
Columna
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Un Palau sin límites

El viernes pasado, Helga Schmidt, intendente del Palau de les Arts, publicó en este periódico un artículo en el que exponía la programación del auditorio para la próxima temporada. Era un artículo curioso. Tal vez, resultara algo extenso, si bien es verdad que la señora Schmidt tenía muchas cosas que decir, pues lleva varios años preparando la programación del Palau. Estas cosas, como se sabe, toman su tiempo. Cuando se ha invertido tanto esfuerzo en un trabajo, es natural que no nos resignemos a despacharlo en unas cuantas líneas y pretendamos que se conozca con detalle nuestro propósito. Y eso es, ni más ni menos, lo que hizo la señora Schmidt en su escrito, contarnos con pormenor las excelencias de la programación del Palau.

Jamás me preocupa la extensión de un artículo si resulta entretenido o cuenta cosas interesantes. No podría asegurar que el artículo de Helga Schmidt resultara ameno, en cambio, me pareció inquietante y eso bastó para que lo leyera con atención. A medida que conocía con detalle la programación del Palau, no dejaba de preguntarme cuánto nos iba a costar todo aquello a los valencianos. A tenor de los honorarios que suelen cobrar las figuras de la música, no es difícil suponer que la factura de la fiesta ascenderá a una cantidad considerable.

Este asunto del gasto que a mí me llamaba tanto la atención, a la señora Schmidt no le merecía, por el contrario, ningún interés, de modo que no decía una sola palabra sobre él a lo largo del texto. Ya sé que hablar de dinero suele considerarse improcedente en ocasiones, pero eso se reservaba al ámbito privado. Ahora, por lo que vemos, la convención se ha extendido también a los asuntos públicos valencianos. Quizá se deba a la facilidad con la que, entre nosotros, se mezclan lo público y lo privado, cuando no son la misma cosa. El resultado es que no hay forma de averiguar cuánto nos cuesta construir un colegio o programar una temporada musical, y así nos va con las cuentas.

Si el artículo de Helga Schmidt no decía una sola palabra sobre el coste de la temporada del Palau, abundaba, por el contrario en los beneficios -enormes- que reportaría a la Comunidad Valenciana. Me encanta la publicidad cuando está bien hecha y resulta ingeniosa, lo que no suele ser habitual en los asuntos oficiales. Muchas veces, he pensado que si Font de Mora o González Pons se expresaran con alguna gracia y menor acidez, sus palabras tendrían una mayor acogida popular. Y lo mismo cabe decir para la oposición. Por desgracia, no es fácil que nos seduzca el lenguaje afligido de Camps o de Joan Ignasi Pla. Los valencianos continuamos siendo barrocos, pero nos volvemos cada día más tristes.

En cualquier caso, el reproche que le hago al artículo de Helga Schmidt es su falta de originalidad. Todo el tiempo, tuve la impresión de haber leído el texto ya otras veces. Debe tratarse del mismo -o uno muy parecido- que se publicó años atrás, cuando presentaron Infoville, aquel fabuloso proyecto que debía revolucionar nuestras vidas. También me recordó los escritos que, en los últimos años, ha publicado doña Consuelo Ciscar, mientras nos endeudaba con sus aventuras para promover el arte valenciano. Ya sabe el lector a qué me refiero, expresiones como "la definitiva consolidación de la música valenciana y de sus músicos en el cosmopolita escaparate internacional", o "el proyecto artístico musical más importante que ha surgido en España en los últimos años". Retórica, mucha retórica.

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