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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Del escepticismo

Josep Ramoneda

ENTRE UNOS Y OTROS se está dibujando una idea utópica de lo que es un proceso de paz. Para arropar el voluntarismo del Gobierno, circula la especie de que todo está pactado y bien pactado. Desde la otra acera, el PP establece como criterio insuperable que nada se debe hacer hasta que se confirme que ETA ha decidido dejar las armas definitivamente. Lo cual equivale a imaginar el fin de la violencia como un paisaje idílico en el que los terroristas se quitan las capuchas y salen de sus madrigueras al grito de "apaga y vámonos". El nacionalismo vasco, por su parte, celebra con fanfarrias el referéndum montenegrino como si el PP tuviera razón y España hubiera dejado de existir, igual que Yugoslavia.

No, el fin de la violencia no es este romance entre buenos y malos que algunos nos quieren vender. Un proceso de este tipo, por muy atado que esté, siempre quedará al albur de acontecimientos inesperados y de celadas tendidas por todos aquellos que ven su negocio amenazado. En España, está muy extendida la idea de que el presidente del Gobierno que consiga el fin de la violencia en Euskadi tiene garantizada una reelección triunfal. La historia comparada más bien señala que muchas veces el que ha tenido el coraje necesario para resolver una situación extrema de este tipo ha acabado pagándolo con la derrota electoral. Cualquier cese de la violencia tiene sus recovecos y sus oscuridades. Y el presidente que lo ha liderado se convierte a menudo en el chivo expiatorio ideal para que, hecha la paz, el país pueda practicar el juego del olvido para seguir sobreviviendo.

Estos días estamos asistiendo a la disputa por el control del calendario. Todos quieren tener la iniciativa, pero las cosas sólo pueden ir bien si el Gobierno no la pierde nunca. El mundo abertzale tiene prisa, sobre todo por una razón: salvar a Otegi de la cárcel. Debajo de los argumentos de los radicales casi siempre hay razones muy prosaicas. El PNV -a pesar de que Josu Jon Imaz lucha por imponer el sentido común- tiene el síndrome de la falta del protagonismo, y el lehendakari, siempre levitando un par de palmos sobre la realidad, saca a escena su repertorio tradicional de mesas y consultas. Zapatero salta a la arena para recordar que el calendario lo marca él, y el PP se enfada y pone de manifiesto sus contradicciones internas. Rajoy, Acebes y Zaplana no son capaces de ponerse de acuerdo sobre algo tan simple como si apoyan o no las gestiones del presidente del Gobierno.

La primera cita pública del Gobierno con ETA, que el presidente se apresta a anunciar en unas semanas, puede ser muy decisiva. La experiencia dice que los etarras se ponen muy narcisistas a la hora de presentarse oficialmente ante las cámaras: tienen a gala mostrarse tal como se gustan, es decir, con su cara más doctrinaria e intransigente. No olvidemos que fue en el primer y único contacto entre el Gobierno y los terroristas cuando se acabó la tregua anterior. Ciertamente, esta primera cita forma parte del proceso de verificación. Puede ser incluso la prueba definitiva.

Las encuestas sitúan a la ciudadanía en la disposición espiritual más adecuada: el escepticismo. Es la mejor garantía de que la sociedad está preparada para la frustración, probablemente más incluso que para las concesiones. Al fin y al cabo, los intentos anteriores siempre acabaron mal.

Por eso, es incomprensible la actitud del Partido Popular, que desde el primer momento ha especulado con que el proceso fracasaría. Si no se dejara cegar por el resentimiento, el PP sabría que incluso por estrictas razones partidistas le interesa que el proceso avance. En un país escéptico, la frustración ya está amortizada. En cambio, el éxito podría obligar a Zapatero a dar algún paso que la gente se lo haga pagar. Siempre he pensado que conseguirá el fin de la violencia el presidente que esté dispuesto a perder el cargo en el empeño. Probablemente, asumir este riesgo sea la mejor manera de evitarlo.La obstinación del PP ofrece en bandeja a Zapatero una gran oportunidad: buscar una mayoría absoluta en unas elecciones anticipadas. El presidente sólo tiene que tirar de la coartada que el PP le da: "El proceso va a entrar en su fase decisiva; dado que la derecha vacila, pido a la ciudadanía el máximo apoyo para afrontarla con toda la autoridad y legitimidad".

Un proceso de fin de la violencia no es ninguna fiesta. La satisfacción por haber conseguido el deseado paisaje sin guardaespaldas no quita que, casi siempre, el cuadro final tenga borrones (injusticias y olvidos).

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