La invención de la lluvia
1Los minutos de las horas de mis días han cambiado. Y, además, he pasado de una inconsciente adolescencia a una estimulante madurez. A mi memoria acuden hoy las advertencias que el 29 de julio de 2003 me enviara Bernardo Atxaga desde New Hampshire. Conservé su carta y ahora, releída en estos días de convalecencia, mi mirada reposa en ciertos consejos amistosos en los que me alertaba sobre los excesivos riesgos a los que sometíamos nuestras existencias. "Creo que ha llegado la hora de vivir un poco más atentamente", decía Atxaga en su carta. Y citaba a Nazim Himket, que en un breve e intenso texto comentaba que hay que tomar en serio el vivir, pues el vivir no admite bromas. Hay que saber -decía Himket- que la cosa más real y bella es vivir. Y no olvidar que vivir es nuestra tarea. Estemos donde estemos hemos de vivir como si nunca hubiésemos de morir. Aunque, por ejemplo, nos queden unos minutos de vida hay que seguir riendo con el último chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las últimas noticias de prensa.
No nos engañemos. Se enfriará este mundo, una estrella entre las estrellas y, por otra parte, una de las más pequeñas del universo, es decir, una gota brillante en el terciopelo azul. Se enfriará ese mundo un día y se deslizará en la ciega tiniebla del infinito -ni como una bola de nieve, ni como una nube muerta-, como una nuez vacía. Creo que debemos tener en cuenta esto y amar al mundo en todo momento, amarlo tan conscientemente que podamos al final cada uno de nosotros decir: he vivido.
2
En los primeros días, tras el regreso a casa, mi relación con el mundo fue anómala. A modo de terrorífica lluvia mental que parecía seguirme desde que dejara el hospital, en los primeros días me dormía y despertaba sin ley (he dicho bien: sin ley); notaba que reaparecía en el universo pero inmediatamente me perdía en una extraña lluvia y sentía que mi espíritu no tenía la menor relación con lo cotidiano ni con la circulación de las estrellas.
3
Me comunico mejor ahora con el mundo exterior, aunque lo hago de forma muy restringida, tan limitada que a veces, por ejemplo, espero a que llueva sobre la ciudad para así poder ampliar mis contactos con el incierto paisaje externo. Ayer me contaron que, hace un mes, cuando Pekín quedó cubierta por una insalubre capa de polvo amarillento, los chinos bombardearon las nubes sobre el cielo de la ciudad con yoduro de plata para provocar la lluvia. Si pudiera, ahora mismo les imitaría. Bombardear las nubes ha pasado a ser mi más utópico proyecto.
4
Decía Swift que no consideraba que la vida tuviera un gran valor, pero la salud sí valía mucho. Por lo que a mí respecta, trabajo por la vida y la salud de cada día tantas horas como trabaja alguien para ganarse su pan, y como cualquier trabajador corriente sólo gano lo justo para sentir que sobrevivo.
5
Entra en casa un amigo cuando está sonando Nashville Skyline, el disco con el que hace años Bob Dylan reapareció tras su misterioso accidente. Mi amigo, sin mostrar la menor duda al respecto, me asegura que Dylan se inventó ese accidente para que le dejaran en paz durante ocho años. Como parece que desconfíe de que esté convaleciente, cambio de tema y le hablo de los miembros de las tribu masai que le pedían de vez en cuando a Isak Dinesen (Lejos de África) que les "hablara como la lluvia", es decir, que les contara historias haciendo rimas que ellos desconocían. Y él me habla entonces de los hermanos Goncourt que solían comentar que en la provincia la lluvia suele convertirse siempre en una distracción.
6
Me he distraído como nunca leyendo Lluvia, un libro de la gran escritora venezolana Victoria de Stefano que acaba de publicar Candaya. No sé cuanto tiempo llevaba sin leer un libro de tan alta calidad literaria. Es difícil explicarse que Victoria de Stefano (nacida casualmente en Rímini, en 1940), autora de un buen número ya de intensos libros, no haya sido publicada hasta ahora en España. Lluvia es un libro profundo y admirable, como admirable es el prólogo que ha escrito para la ocasión Ednodio Quintero, otro gran narrador venezolano.
Mientras diariamente se publican bodrios de escritores hispanos, parece mentira y muy injusto que aquí desconozcamos a autores en lengua española de la calidad de Ednodio Quintero y de Victoria de Stefano. En Lluvia seguimos meticulosamente en la primera parte de la narración los pasos de una narradora que está cocinando en la primera planta de su casa una melancólica novela lluviosa al tiempo que cocina en la planta baja una sopa que condimenta y aliña con vegetales frescos que hierven a fuego lento en un caldero. De pronto, esa cosa tan real y bella que es vivir ingresa en la torre de marfil de la narradora y lo hace de la mano del rudo José, el jardinero que cruza el portal para cobijarse de la lluvia. La primera parte de la novela contiene el diálogo entre la realidad del jardinero y las ficciones de la narradora. En la segunda, cuando ya José se ha ido, nos encontramos con el diario de una escritora extraordinariamente sensible que inicia una larga marcha en la que monologa sobre vida y literatura de una forma inolvidable, pues el monólogo deviene lentamente un diálogo lúcido con la realidad misma del lector, al que parece querer recordarle, al estilo de Himket, que vivir es nuestra tarea. Creo que Victoria de Stefano, venezolana de Rímini, escribe como la lluvia. Me recuerda a una frase de Dante en el Purgatorio: "Llovió después en la alta fantasía". Leyendo a Victoria de Stefano es imposible ignorar que la alta fantasía es un lugar en el que siempre llueve.
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