Despedida en la T4
Éramos ella y yo y mil turistas cabreados. Cogidos de la mano en aquella terminal, mirándonos el uno al otro con ojos llorosos e hinchados como pomelos pochos puestos al sol. Al sol de Casablanca, claro. Las despedidas son siempre duras pero cuando tienes una cabeza enorme y en blanco y negro y usas sombrero y gabardina y te fumas los cigarrillos a caraperro y de dos caladas y tu mejor amigo es un teniente francés entonces, amigo, las despedidas son más que duras. Son como dar a luz un cactus. Como una resaca de napalm. Como salir a por tabaco y despertar a los tres días en Hanoi con una barba cerrada. Y esa maldita musiquita todo el rato en mi cabeza: "nini nininonii" Su avión salía en media hora y yo propuse bañar nuestras penas en bourbon. Pero allí no había bar, solo una máquina a monedas. Ni bourbon, solo mosto en tetra-brik. La famosa terminal T4, con olor a coche nuevo, era un campo de batalla. Hordas de turistas nos rodeaban: perdidos, estresados, desorientados. Chocaban unos contra otros al no encontrar esas señales con flechitas que le dicen a uno por dónde tiene que ir, qué tiene que hacer. Cómo tiene que vivir. Así que, nena, le dije, mira mis ojos-pomelo y escúchame atentamente porque lo que te digo es cierto, y es que hay una flechita enorme en mi corazón que dice que subas a ese avión. Nini nininonii Y sin darle tiempo a contestar la agarré de la cintura y la besé la besé como nunca besé a mi madre. Y mientras la besaba miraba el letrero que indicaba la hora de salida de su avión. Pero su avión no salía, pasaban los minutos y a mí ya me iba faltando el aire. Malditos retrasos, así no hay manera de ponerse cinematográfico.
Mira mis ojos-pomelo y escucha: hay una flechita en mi corazón que dice que subas a ese avión
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