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Columna
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Desmesuras

Ahora lo sabemos, existen cálculos rigurosos que demuestran que con tan solo media furgoneta de las 10 que llevó Rajoy al Congreso hubiera bastado para dar fe de los cuatro millones de firmas en contra del Estatut. ¿Qué había pues en las otras nueve? Al parecer se desconoce; pero allí estaban todas, en fila ante las cámaras, para perplejidad del personal.

No creo sin embargo que pueda reprochársele nada al líder del PP; tamaño despliegue ya resulta imprescindible. La gente no creería que un problema de tanta envergadura pudiera despacharse con un simple expediente transportable en el maletero de un taxi. La puesta en escena también tiene su importancia; es más, acaba siendo lo más importante en este disparatado mundo mediático en el que habitamos. Miren, si no, lo que viene ocurriendo con los presupuestos del Estado en estos últimos años. Ya casi nadie les presta el más mínimo interés desde que el Ministro de Economía aparece en las Cortes con un pequeño libro-resumen y un paquetito de CD en la mano. Es más, si el plan de teletrabajo para funcionarios de Jordi Sevilla sigue adelante es seguro que asistiremos al momento en que Solbes se limite a enviarlo desde su casa, por correo electrónico, y nos quedemos sin la tradicional y entrañable foto de entrega de las cuentas del Reino.

Y es que es un hecho asumido por todos que en la España actual todo debe ser muy grande, muy exagerado o muy ruidoso para llamar la atención. Lo saben las televisiones, los periódicos y las radios, desde luego. Pero no solo ellos, también los políticos, necesitados como están de hacerse notar todos los días con espectaculares broncas o innovadoras coreografías. Se ponen esposas, piden a gritos que se les detenga, exhiben grabadoras o carteras, y hasta insultan a veces como si de un programa más de telebasura se tratara. Saben que es la única forma de que alguien se fije en ellos. A la postre una imagen contundente o una foto escandalosa son mucho más productivas que un aburrido argumentario destinado a convencer al adversario.

Pero no solo son broncas, también las proclamas numéricas han de ser apabullantes; con cifras casi imposibles de calibrar. La visita del Papa, por ejemplo, movilizará miles de millones de espectadores a través del mando a distancia (más los dos millones que tendremos en vivo) y hasta esto nos parece ya poco. Naturalmente el altar será el más grande del mundo jamás visto, y la concentración humana, ¿quién lo puede dudar?, la más multitudinaria de nuestra historia (los atascos, también, pero eso ahora no es relevante).

Para la Generalitat, la economía valenciana no es que vaya bien (lo que sería algo aceptable hasta para la oposición), es que lideramos el crecimiento europeo (por no decir el mundial). Todos recordamos que en su día Terra Mítica fue el parque temático "más grande de Europa", como el Palau de les Arts es ahora el más grande del Universo. Y por supuesto la America's Cup, sin duda, el acontecimiento del siglo.

Cómo serán las cosas que hasta llegué a escuchar en su día, por boca de un responsable político del evento, que este tendría más de ¡un billón! de espectadores. Ahora sabemos que el portavoz se equivocó (el papel que le pasaron sus asesores se referiría probablemente a impactos publicitarios, más bien que a personas), pero dio lo mismo porque nadie dijo nada. Por lo visto a todo el mundo le pareció de lo más normal que nos sintonizaran hasta nuestros antepasados más lejanos. Huelga decir que también somos líderes mundiales en urbanismo (¡construimos más de la mitad de todo lo que Europa construye en un año!). Y por supuesto, si hemos de tener corrupción pues que también esta sea a lo grande; o sea escondida en tacos de billetes de 500 (atados, eso sí, con una goma, y en bolsas de basura, para no perder el matiz algo cutre de la España profunda).

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En fin que es tal la desmesura que se está apoderando del panorama mediático, político y económico español, que cada vez resulta más difícil encontrar a alguien que hable reposadamente, como el mítico Punset, o esboce un sencillo argumento medianamente convincente sin necesidad de denigrar al auditorio.

Aunque siendo sinceros ¿no será que el verdadero problema radica precisamente en el carácter mismo del auditorio?

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