_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Conspiración suicida

La mejor receta para que el laborismo pierda las próximas elecciones es forzar en estos momentos el derrocamiento de Tony Blair, el único líder en la historia del Partido Laborista que ha llevado a su agrupación a tres victorias electorales consecutivas. Y eso lo sabe Gordon Brown, canciller del Exchequer (ministro de Hacienda) y permanente sucesor in péctore del primer ministro, que, el pasado fin de semana, se limitó a pedir, utilizando las mismas palabras de Blair cuando hace un año anunció que no se presentaría a una cuarta reelección, "una sucesión estable y ordenada" en la jefatura del partido. Brown es consciente de que lo único que puede llevar a los conservadores a la victoria en las próximas elecciones generales es una fractura de la unidad laborista, "una guerra civil" en el seno del Partido Laborista, como los tabloides, principalmente tories, califican las disensiones entre los partidarios de los dos líderes.

Por eso, Brown, aunque molesto por la inesperada y salvaje remodelación ministerial decidida por Blair el pasado fin de semana en un intento de paliar el impacto de la derrota laborista en las municipales del 4 de mayo, advierte a sus partidarios de las nefastas consecuencias de forzar la salida de Blair del 10 de Downing Street. "Nuestra historia demuestra que cuando los extremistas se hacen con el control [del partido] a costa de los moderados, el resultado es el desastre". El diagnóstico del canciller no puede ser más certero.

Porque lo que está en juego no es simplemente una cuestión de personalidades, sino un cambio en el rumbo ideológico del laborismo. El old Labour, representado por los sindicatos y la izquierda radical, no le perdona a Blair su programa de reformas en línea con las emprendidas hace décadas por la socialdemocracia europea y el partido demócrata americano. Siguen añorando la revolución permanente, defendida por los Arthur Scargill y Tony Benn de siempre, que mantuvo al laborismo apartado del poder durante cerca de 20 años, desde 1979 a 1997. Echan de menos, entre otras cosas, la cláusula en los estatutos del partido que defendía la nacionalización de los medios de producción y, sobre todo, no tragan el programa de reformas propuesto por Blair sobre educación, sanidad, pensiones, energía nuclear y renovación de la fuerza disuasoria atómica británica. Y, por si fuera poco, Blair no sólo es amigo -amigo, no vasallo- de Estados Unidos, sino de George Bush. ¡Vade retro!

Desgraciadamente para sus oponentes, Blair es un luchador nato, que no se acoquina con conspiraciones de pasillo. Se retirará en la fecha que él elija, no en la que le dicten los conspiradores. Entre otras cosas, porque, gracias a la democratización del Partido Laborista, impulsada por Blair, los sindicatos y el grupo parlamentario no ponen o deponen a su antojo al líder del partido, como ocurría antes de la reforma estatutaria. Esa es una decisión que corresponde ahora al pleno del congreso anual del partido. Apuesten por el congreso que se celebrará en otoño del próximo año, 10 después de la llegada de Blair a Downing Street y, quizás, acierten la fecha de su retirada. Eso daría a Brown, confirmado por enésima vez por el primer ministro como su sucesor el pasado fin de semana, dos años para consolidarse al frente del Gobierno. O para hundirse.

El gran temor de Blair, que quiere, sobre todo, que su legado al país sea una cuarta victoria consecutiva laborista. A pesar de la derrota en las municipales -sólo celebradas en Inglaterra, y no en Escocia y Gales, los dos grandes viveros, junto al norte de Inglaterra, de votos laboristas- el Partido Laborista sigue siendo, por ahora, el gran partido nacional británico, como lo fue el conservador en la época de Margaret Thatcher, el republicano en la de Ronald Reagan o el demócrata en la de Bill Clinton. "Los viejos soldados no mueren. Simplemente, se desvanecen", dijo el general Douglas MacArthur ante el Congreso de Washington cuando fue cesado fulminantemente por el presidente Harry Truman por defender el bombardeo de Manchuria durante la guerra de Corea. Por ahora, Blair no quiere morir, ni desvanecerse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_