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Reportaje:El futuro de Europa

La división en las sociedades frena a la UE

El proceso de integración europeo sigue estancado por la fractura interna en los países miembros

Andrés Ortega

Las sociedades de los países europeos, especialmente de los más grandes, están políticamente profundamente divididas. Esta fractura interna afecta directamente a la capacidad de la UE de avanzar en su propia integración. Esta vez, Europa no será la solución, sino que las propias sociedades son las que tienen que resolver sus diferencias internas -sobre todo ante la resistencia a reformar el Estado de bienestar- antes de pretender dar pasos conjuntos significativos.

Es una crisis propia de sociedades aversas al riesgo pero en mutación, que viene de lejos, que atañe a las identidades políticas y sociales (incluidas las derivadas de la inmigración), y que se refiere más a las identificaciones ideológicas que a los programas económicos concretos, cada vez menos diferentes entre sí, entre otras razones por los márgenes de maniobra nacional se han hecho más estrechos en la UE y debido a la presión de la globalización. Paradójicamente, lo que más divide en Europa es más que las propuestas, la identificación ideológica entre izquierda y derecha.

Para volver a reactivar Europa será necesario que sus países se pongan en marcha

El último caso ha sido el varapalo recibido a los laboristas en las municipales en Inglaterra. Pero el aviso llegó ya en las generales británicas de 2005, en las que Blair consiguió su histórica tercera victoria consecutiva, pero con una diferencia de escaños con los conservadores (356 a 198) que, debido al sistema electoral, no se corresponde con la escasa diferencia de votos: 4 puntos (37% frente a 33%). Esta distancia con los conservadores puede reducirse al asumir su liderazgo David Cameron, en muchos aspectos un calco de Blair. En todo caso, ninguno parece capaz de sacar adelante un referéndum sobre la Constitución Europea o sobre el euro.

En Italia, la distancia entre la coalición de Prodi y la de Berlusconi ha sido de tan sólo 25.000 votos de 38 millones de votantes (y gracias al voto de los italianos emigrantes). Algunos politólogos opinan que la política está en crisis, pero en Italia la elevada participación ciudadana -un 83%, un record histórico-, a pesar de que el voto ya no es obligatorio en Italia- muestra que no es así. Sus respectivos programas, aunque diferentes, no lo eran tanto. Berlusconi prometió cinco años atrás unas reformas radicales en la economía que nunca llevó a cabo.

Alemania es otro caso en el que ha pesado la resistencia a la reforma de las ventajas de un Estado protector. Pese a que tenía el viento a su favor, los democristianos de Angela Merkel no lograron arrancar los votos suficientes, y los socialdemócratas resistieron bien. Tanto, que la salida ha sido la gran coalición entre ellos, con un programa de reformas más lento que el que propugnaba Merkel en un principio.

La anomalía francesa arranca de que en las elecciones de 2002, una buena parte de los electores socialistas, descreídos con Jospin, se abstuvieron y pasaron a la segunda vuelta Chirac y Le Pen, el hombre que desde la derecha extrema ha contaminado toda la política francesa, incluida su visión de Europa. Chirac, que no llegó siquiera a un 20% en la primera arrasó con un 82% en la segunda. Pero es un espejismo que impidió ver la también profunda división de la sociedad francesa, plasmada en el referéndum sobre la Constitución Europea en el que triunfó el no por un 55% frente al 45% (el Tratado de Maastricht salió por en 1992 por menos de dos puntos). Y las manifestaciones de jóvenes hijos de inmigrantes en las banlieues y de los jóvenes de la clase media ante el contrato temporal muestran las resistencias al cambio, tanto que el Gobierno ha dado marcha atrás.

De cara a las elecciones de septiembre en Suecia, las encuestas dan, hoy por hoy, un empate técnico entre izquierda y derecha. En España, los resultados de las elecciones de 2004 mostraron un país dividido. Y dentro de España, unos meses antes en Cataluña, Maragall y el PSC ganaron en votos, pero no en escaños, a CiU. Holanda también ha mostrado sus divisiones, pero es un país acostumbrado a las coaliciones para gobernar.

El fracaso, relativo, de la economía europea se debe al de las de cada país, especialmente de los que no han sabido llevar adelante los necesarios cambios estructurales. El llamado Proceso de Lisboa, que pretendía hacer de Europa la zona de mayor competitividad para 2010, ha fracasado en buena parte debido a las carencias internas en cada Estado miembro. Y la división existente en cada de ellos dificultad, en general, las posibilidades de resucitar la Constitución Europea en su forma actual. El apoyo de las sociedades a la UE no se ha reducido. Pero para volver a reactivar Europa será necesario que sus países se pongan en marcha, incluso a costa de mayores desgarros internos.

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