De espaldas a los ciudadanos
No puede decirse que la última encuesta del CIS sobre la Comunidad Valenciana resulte muy halagadora para nuestros políticos. Los datos que han publicado los periódicos revelan una clase política preocupada por asuntos que apenas interesan a los ciudadanos. Mientras nuestros representantes conceden un gran valor al Estatuto de Autonomía, el agua, la lengua o la corrupción, los valencianos no muestran idéntica inquietud por estos temas. En cambio, los problemas que a éstos les preocupan -inseguridad, paro, vivienda, sanidad, educación- no parece que sean valorados por los políticos con la misma intensidad.
A primera vista, la encuesta del CIS confirmaría el divorcio entre los políticos y la ciudadanía que, a estas alturas de la democracia, se ha convertido en un lugar común. Sin embargo, tal vez convenga ser prudentes ante estas diferencias. No se trata de juzgar, ni mucho menos, la fiabilidad que puedan tener las encuestas, algo sobre lo que los propios sociólogos no llegan a ponerse totalmente de acuerdo. Aceptemos que son una herramienta de trabajo y que, pese a los posibles errores, sus resultados son útiles para conocer la opinión de la sociedad. De ahí que los gobiernos y los partidos políticos las utilicen con tanta profusión a la hora de preparar sus programas o tomar decisiones.
Decía que deberíamos ser prudentes porque es probable que en los datos de la encuesta intervengan también otras cuestiones que habría que considerar, como el trato que reciben estos asuntos en los medios de comunicación. Y, si bien es verdad que la política no debe separarse en exceso de los problemas inmediatos de los ciudadanos, tampoco ha de correr continuamente tras ellos. De hacerlo así, no llegaríamos muy lejos. Por lo demás, es natural que el Estatuto de Autonomía, el agua, la lengua o la corrupción no despierten interés en la mayoría de las personas, pues ni tratan problemas inmediatos para ellas, ni quizá se presentan de manera adecuada.
Desde que los medios de comunicación se han convertido en el espacio donde se expone la política a la consideración pública, los mensajes no dejan de simplificarse. El político busca la frase de impacto que al día siguiente aparecerá en los titulares de la prensa, porque cree que de ese modo multiplicará su efecto. Pero las consignas sólo sirven para enardecer el ánimo, y exigen sumisión. Hagamos un pequeño esfuerzo por recordar lo que nuestros políticos han dicho sobre el Estatuto de Autonomía valenciano. ¿Hemos escuchado algo más que palabras, palabras un tanto huecas, tan generales que podrían haber servido para cualquier otra comunidad del país? Así es difícil atraer la atención de alguien, por mucho énfasis que se ponga en los discursos.
Pese a lo llamativo de los resultados que ofrece la encuesta, no parece que los políticos valencianos sean muy distintos a los del resto del país. Ni siquiera diferentes a los de otras naciones, vecinas nuestras. Pero sí que hay algo que nos distingue y nos hace singulares, y es el papel tan raquítico que desempeñan las Cortes Valencianas en la vida política de la Comunidad. Desde que Eduardo Zaplana hurtó la política al Parlamento, éste no se ha recuperado. Todavía hoy, el escamoteo sigue sustituyendo a los debates y cualquier argucia sirve para evitar una discusión. En estas circunstancias, es difícil despertar el interés de los ciudadanos. Es probable que devolver a las Cortes su protagonismo no baste para recuperar su atención, pero es evidente que sin ello resultará imposible.
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