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Crónica:FERIA DE ABRIL
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Feria se va de puente

La Feria de Abril en la noche del sábado, con su pabellón de los carteles de la República, y su jaima arábigo-andaluza, o así, y su flamante cogollito comercial instalado debajo de 4.500 m2 de placa fotovoltaica, se ha convertido de nuevo en la feria transhumante que no acaba de encontrar su sitio, y a estas alturas, ni a su gente. Donde hace un par de años puso albero traído de Sevilla, ahora ha tenido que conformarse con el cemento del Fórum. Late en el recinto un querer existir de la Feria de Abril que no acaba de ser del todo cierto bajo la permanente verdad de los pilotos rojos de la térmica del Besòs y bajo la verdad fascinante y demoledora de los hoteles de vanguardia junto a los que se extiende.

Al fondo, un anuncio luminoso dice: "El Estatuto es para todos. Olé l'Estatut"

Esta vez parece que el gentío se ha ido de puente y ha metido en el maletero el punto de euforia que otros años había llevado a la Feria, y por eso esta noche se ven mesas vacías en todas las casetas. Y aún así, queda una resistencia desordenada de puestecitos, de pensionistas vestidas de faralaes, de chavales de barrio que han inventado el botellón de fino, de hombres con coleta, pendiente y chaleco campero, de niñas que llevan aprendido su cuadro flamenco y de comerciantes extremeños, que con sus perrunillas han traído en esta ocasión roscos encaretados y desenfados, que es sobre todo una resistencia adormecida en un sueño de norias gigantes y de olor a fritanga.

Ha vuelto el Figuras, con su camisilla azul de manga corta y sus gafas ovaladas de hombre que después del trabajo tiene que sentarse a hacer números, y desde la trasera de su furgoneta sigue vendiendo bustos de Camarón en color bronce y figuritas de muchachas japonesas con quitasol: "¡Tres para usted, capitán! ¡Gracias!". El charlatán de feria es el lugareño del lenguaje, y por las trochas y atajos que sólo él conoce llega en un brinco a rincones que los escritores no saben encontrar.

Cerca del Figuras, un gitano exhibe collares luminosos sobre una caja de cartón. A la puerta de unos servicios las muchachas bailan sevillanas mientras hacen cola. Pasa un hombre con cazadora vaquera y una gorra de visera con la leyenda "soy andaluz". Le sigue un muchacho con una bufanda del Betis, y un grupo de 14 jóvenes paquistaníes deambula brutalmente solitario de una punta a otra de la Feria, y los dos más resueltos empiezan a bailar por el Koala con cuatro chavalas que no se deciden a seguirles la corriente.

Llega el aire fresco del corazón de la noche, y de la orilla del mar, y una niña que vende globos sentada en una silla plegable se aprieta los brazos. El regalo estrella de las tómbolas está siendo este año la moto de gasolina. En las atracciones, unos adolescentes chinos, chicas y chicos, sacan billetes para la montaña rusa, y otro grupo de chinos con melena contempla de pie el remolino de los autos de choque. Al lado de un tiovivo se retrata una familia magrebí. La madre, con el pelo cubierto por su hijab, empuja el carrito del bebé. En la zona comercial, la artesanía andina abunda sobre los complementos flamencos; en uno de los puestos están escuchando una versión para quena de una canción de Perales. Al fondo, un anuncio luminoso de la Generalitat dice: "El Estatuto es para todos. Olé l'Estatut!".

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Un niño de Bangladesh ofrece rosas y claveles a un euro. Cuenta que vive en Badalona y que llegó a España hace un año. Asegura que no falta ni un día al colegio, y cuando habla del colegio se le ilumina la mirada, y la sonrisa, y luego dice que ya tiene 15 años. En una calle, un señor de Jaén con un tatuaje en el antebrazo vende cañas rocieras: "Tienes que apretar muy fuerte en la parte más delgada de la caña, y empezar a darle". Explica que estaba de paso por Barcelona y que ha aprovechado la Feria de Abril para sacarse unas perras, o unos euros. Aparece entre el personal un tuno en medias y calzoncillos, y va mostrando a quien quiera fijarse la mayor parte de su nalgatorio. Le siguen jaraneros sus compañeros de tuna con el sello de la facultad de Farmacia impreso en sus bandas. Tres ancianas vestidas de gitanas se retiran ya muy de madrugada. Vienen de Castellbisbal. "¿Y vienen a la Feria cada día?". "¡Nooo! ¡Una vez al año!", responden las tres a la vez.

También se retira ya, pero con cien ojos, Joe Martín, que es como dice José Martín que le llaman en su barrio. Joe Martín se ha presentado en la Feria con una nevera llena de latas de cerveza, y las ha vendido todas, y ahora quiere salir sin que los comerciantes se la vean. "Ha estado muy bien, he invertido 15 euros, y he hecho 45. Son 30 euros en una noche. ¡Fenomenal! Ahora me vuelvo a San Ildefonso". Joe vive en Cornellà con sus padres de 80 años. Explica que la madre es de Cantabria y el padre de Almería. "Vinieron aquí a buscar trabajo". A Joe no se le ve muy fuerte, y cuenta que él no lo tiene muy bien para trabajar, y al referirse a los dientes que le faltan precisa que eso fue un accidente.

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