La caída del dólar
A medida que transcurre el tiempo sin que el valor del dólar descienda drásticamente y sin que las fuerzas del mercado empiecen a reducir el déficit por cuenta corriente estadounidense -que este año podría alcanzar el billón de dólares- se están produciendo dos reacciones diametralmente opuestas. La mayoría de los economistas financieros internacionales temen cada vez más que pueda estallar una gran crisis financiera internacional.
Otros -en especial los gestores de activos financieros- están cada vez más convencidos de que los economistas no saben mucho. Ven pocas razones para creer que los actuales precios de los activos y los actuales flujos comerciales no sean sostenibles. Al fin y al cabo, sostienen ellos (o algunos de ellos), el PIB real de Estados Unidos está creciendo a razón de 400.000 millones de dólares al año, de los cuales aproximadamente 270.000 millones van a parar a los trabajadores y 130.000 al capital. Incluso después de la depreciación, esos 130.000 millones de renta anual añadida se acumulan aproximadamente a 1,5 billones de riqueza, de modo que el déficit por cuenta corriente, aun siendo de 1 billón de dólares, no es abrumadoramente grande. Los estadounidenses podemos liquidar dos tercios del incremento de nuestra riqueza para financiar las importaciones y aun así ser 500.000 millones de dólares más ricos. Además, el interés anual que los estadounidenses deben pagar por su deuda es aproximadamente de 50.000 millones de dólares, sólo un octavo del crecimiento económico anual. ¿Qué es insostenible entonces? ¿Por qué no puede el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos mantener indefinidamente su nivel de 2006?
El dólar es una moneda a la que uno acude, no de la que uno huye. Todo el mundo puede apostar contra el peso argentino. Pero no contra el dólar
El argumento en contra se basa en la diferencia entre el déficit por cuenta corriente y el déficit comercial. El déficit por cuenta corriente es igual al déficit comercial más el coste de amortizar la posición neta de activos exteriores: la renta neta, el interés y los dividendos debidos a extranjeros que han invertido su capital en Estados Unidos. A medida que se acumulan los déficit, el coste de amortizar la posición neta de activos exteriores crece. Por consiguiente, para mantener estable el actual déficit por cuenta corriente es necesario que disminuya el déficit comercial, lo cual significa que deben caer las importaciones netas. Esto exige un descenso relativamente brusco del valor del dólar, que aumente el precio de las importaciones, o una depresión en Estados Unidos. Ambos resultados debilitarían la demanda de productos extranjeros. En ninguno de los supuestos tiene hoy sentido mantener enormes cantidades de activos denominados en dólares.
Por tanto, en cualquier momento, los especuladores extranjeros tendrían que deshacerse de sus activos denominados en dólares, provocando el descenso del dólar que tanto temen. Pero los que especulan con divisas extranjeras y los inversores internacionales no desean ninguno de estos escenarios. Siguen conservando enormes posiciones de activos denominados en dólares. ¿Por qué?
La respuesta parece ser que nadie en los centros financieros de Nueva York, Londres, Tokio, Francfort y Hong Kong parece pensar que sea asunto suyo el apostar por una futura huida del dólar. En especial en tiempos de crisis -y una caída brusca de las importaciones estadounidenses supondría una crisis mucho más grave para los exportadores asiáticos y europeos que para Estados Unidos-, el dólar es una moneda a la que uno acude, no de la que uno huye. George Soros puede apostar contra la libra británica. Las empresas de importación y exportación tailandesas pueden apostar contra el bath. Todo el mundo puede apostar contra el peso argentino. Pero no contra el dólar. Todavía no. En otras palabras, el mercado apuesta a que el dólar caerá gradualmente en los próximos años, y a que el déficit por cuenta corriente estadounidense disminuirá sin una crisis financiera. Eso es lo que ocurrió a finales de la década de 1980 y también a finales de la de 1970. Después de todo, se dice que Dios protege a los niños, a los tontos, a los perros y a los Estados Unidos de Norteamérica. Pero las probabilidades de que el aterrizaje sea suave disminuyen cada día que pasa.
J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley. Fue subsecretario del Tesoro de Estados Unidos durante la Administración de Clinton.
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