El Atomium y otras novedades de Bruselas
Una visita al símbolo de la ciudad tras su completa renovación
La molécula gigante proyectada por André Waterkeyn en 1958 reluce después de casi dos años de obras. Su brillo se une a los nuevos locales de ocio, arte y moda que surgen en la capital europea.
El Atomium, el tótem de los belgas, vuelve a brillar. La reapertura de esta estructura de acero culmina la nueva imagen que Bruselas se ha ido fabricando en los últimos años. La capital belga ha mudado su piel. Se ha quitado el traje de paño y se ha enfundado en glamour. Modistas transgresores, orfebres vanguardistas, peluqueros-bisuteros y desayunos neorrurales han tomado el hasta hace poco ruinoso centro de la ciudad, llenándolo de vida y creación.
El día que se reinauguró el Atomium -el pasado 18 de febrero-, los periódicos locales publicaron la imagen de las nueve bolas de acero relucientes en su portada. Los belgas no ocultan el orgullo que sienten por esta obra, construida para la exposición universal de 1958 y concebida originalmente para seis meses. "Simboliza ese tiempo nuestro en el que los hombres de ciencia han enriquecido el conocimiento al servicio de la humanidad", subrayó entonces su creador, el ingeniero André Waterkeyn, fallecido en octubre de 2005. Fruto del optimismo generado por los logros tecnológicos, y de la fe en su aplicación para fines pacíficos, más de 40 años después su modernidad e idealismo perduran. La remodelación del icono y los 27 millones de euros invertidos en lavarle la cara han surtido efecto. El Atomium impresiona. Desde la base hay que doblar el cuello para ver la estructura cúbica -representa una molécula de cristal de hierro 165.000 millones de veces aumentada-, que se alza hasta 102 metros de altura y que refleja el cielo que pintó René Magritte.
Tras presentar sus colecciones en Londres, los diseñadores de la academia de Amberes crearon el llamado Grupo de los Seis, que ahora vende en todo el mundo, pero sobre todo en el barrio de Dansaert
La Quincaillerie es una maravilla del interiorismo modernista que Antoine Pinto transformó en restaurante. La antigua fábrica de bolsos Delvaux siguió el mismo camino, al igual que el Belga Queen, antes un gran banco y hoy local de moda
Ya dentro de la construcción, unas escaleras mecánicas transportan al visitante de bola en bola. Cada una de ellas tiene un diámetro de 18 metros. La bola dedicada a los niños fue diseñada por la artista española Alicia Framis y está concebida para que los pequeños puedan quedarse a dormir y adueñarse del edificio cuando los visitantes se van (el horario general es de 10.00 a 18.00 y la entrada cuesta nueve euros para los adultos y cuatro para niños mayores de 12 años). Esferas gigantes de poliéster forradas de colchonetas y colgantes hacen las veces de camas para arropar a unos 30 escolares durante los cursos de varios días que se organizarán en breve para ellos en el Atomium. "En el futuro, el agua será como el oro", explica Framis. De ahí su nombre, Moléculas de Lluvia. "He querido quitarle el carácter sagrado al monumento", comenta esta artista catalana, que ha desarrollado gran parte de su carrera en Holanda.
En el resto de las bolas se suceden instalaciones, muebles futuristas y vajillas de autor que dan buena cuenta del trabajo de los jóvenes creadores belgas. Y en la bola más alta, un restaurante con un mirador desde el cual se divisa Bruselas, una ciudad extendida que acoge a cerca de un millón de habitantes de infinitas nacionalidades.
El Atomium se construyó en el recinto ferial, a las afueras de la urbe, rodeado de parques y jardines. La gran mayoría de los bruselenses opta por vivir en casas bajas -jardín incluido- en la periferia y apenas se divisan edificios altos en el horizonte. Esta preferencia es la responsable de que la ciudad se extendiera a lo ancho y no a lo alto, y de que la burguesía se marchara al extrarradio. Pero en los últimos años el centro, hasta hace poco semiabandonado, ha vuelto a atraer la atención de muchos habitantes, que lo han repoblado hasta convertirlo en un hervidero de comercios, bares y gentes de todo pelaje que tiñen de color la ciudad con fama de ser una de las más grises de Europa.
CREADORES
Francis Mistiaen fue uno de los primeros en llegar al centro. Compró con unos amigos un edificio en la hoy flamante calle de Antoine Dansaert -el número 29-, en la que poco a poco se han ido instalando los modistas más punteros de Flandes. La compra les salió entonces a precio de ganga, y ahora disfrutan de un emplazamiento privilegiado, donde venden joyas artesanas él y su mujer, Christa Reniers (que da nombre a la tienda). "Bruselas es una ciudad en la que encontramos una mezcla de culturas, un verdadero mestizaje, es como Nueva York, aquí todo es posible", comenta este flamenco que tiene claro que la transformación del centro obedece sobre todo a iniciativas privadas y a la libertad que las autoridades conceden a todo el que quiera poner en marcha un proyecto. En la calle de Antoine Dansaert se inaugura casi cada mes un nuevo establecimiento que termina marcando tendencia.
La tienda que linda con el escaparate minimalista de Francis Mistiaen es un abigarrado comercio de artículos de caza y pesca que conserva el aspecto (y algunos productos) de hace por lo menos 15 años. Esa mezcla entre tradición y modernidad es también la que atrae a los jóvenes creadores, algunos de los cuales optan por dejar los comercios tal y como los encontraron y sólo realizan reformas mínimas para ocuparlos. Las molduras, los mostradores, las grandes cristaleras recuerdan a París. Por eso son frecuentes en Bruselas los rodajes de películas supuestamente ambientadas en Francia. Los técnicos belgas salen más baratos y apenas basta con cambiar las matrículas de los coches.
Frente a la joyería y la tienda de pesca, Le Pain Quotidien (Antoine Dansaert, 16), tal vez la creación más exitosa de jóvenes emprendedores belgas. En esta especie de cafetería, los clientes desayunan hasta altas horas de la tarde, sentados en fila, en mesas corridas de madera maciza. Productos de primera calidad y una atmósfera de rústica modernidad son la clave del éxito de esta cadena que ya ha abierto 58 sucursales en nueve países. Unas manzanas más allá, otros creadores trabajan en más de 50 talleres del Centre Dansaert (Rue d'Alost, 7-11), cedidos por el Ayuntamiento. Un recinto que alberga además una escuela de hostelería cuyos alumnos dan de comer a precio de saldo.
Entre los primeros en llegar al centro a mediados de los ochenta estuvieron también los modistas licenciados en la academia de Amberes. Tras presentar sus colecciones en Londres, crearon el llamado Grupo de los Seis, que ahora vende en todo el mundo, pero sobre todo en Dansaert. Varias generaciones más tarde, Amberes sigue siendo la gran cantera del diseño belga. "Cuando llegamos aquí, pasábamos un día entero esperando a que llegara un cliente. Ahora todo ha cambiado", cuenta el dependiente de Stijl (Antoine Dansaert, 74), la primera boutique que se instaló en Dansaert. La tienda es un gigantesco espacio diáfano donde cuenta casi tanto el continente como el contenido del comercio. Este joven dice que toda la ropa que venden, excepto una de las colecciones, está diseñada por modistas belgas.
Además de los creativos escaparates de los comercios -muchos de ellos con instalaciones artísticas incluidas-, las calles del renovado Dansaert están salpicadas de propuestas en forma de mobiliario urbano. Algunas son permanentes, y otras, de quita y pon. Entre las que se quedan, la escultura de un perro que orina en medio de la acera, o una farola-árbol con decenas de lucecitas, una por rama. Y entre las que mudan, nubes de cartón piedra de tamaño natural colgadas sobre una fachada o bolas gigantescas que unen las dos aceras de una calle.
BARRIO ALTO
La calle de Antoine Dansaert se sitúa en la parte baja de Bruselas, donde vivían tradicionalmente los comerciantes. En la parte alta de la ciudad encontramos la avenida Louise, con las grandes marcas, que bien podría ser una arteria de lujo de Londres, París o Milán. Junto a Louise empieza también a florecer el mundo del diseño de vanguardia.
Junto a la plaza Chatelain, Mademoiselle Lucien (Armand Campehout, 48), una boutique regentada por dos jovencísimos modistas que trabajan con telas de inspiración étnica, sobre todo procedentes de los países árabes. Diseñan los modelos a la medida de las clientas, que pagan muy elevadas sumas por las creaciones que ya se exportan incluso a los Emiratos Árabes Unidos. Un poco más allá, La Quincaillerie (Rue du Page, 45), una maravilla de la arquitectura interior modernista que Antoine Pinto transformó en restaurante. Pinto es el culpable de la transformación de los mejores locales de la ciudad. Así, por ejemplo, la antigua fábrica de bolsos Delvaux terminó convertida en restaurante, al igual que el Belga Queen (Wolvengracht, 32), antes un gran banco y hoy local de moda en el que los clientes fuman puros en la sala de las cajas fuertes.
El Belga Queen es uno de los locales que se han sumado a la tendencia de etiquetar con el nombre del país. El primero fue el café Bélgica, en el barrio gay de la capital, y le siguió el café Belga en la plaza Flagey. El Queen va más allá en su cruzada nacionalista y garantiza que todos los productos que emplea el restaurante proceden del país.
MESTIZO
Y entre tanta moda, tanto bar y tanto restaurante, los bellísimos barrios residenciales del modernismo bruselense. Fachadas onduladas, plagadas de motivos vegetales y vidrieras de colores, no dejan lugar a dudas de que la arquitectura modernista tuvo en Bruselas su reino. Las fronteras de muchos de estos barrios las dibujan los colores de la piel. Matongé (en honor de un barrio de Kinshasa), donde viven los congoleños y ruandeses; Anderlecht, feudo de la inmigración del Magreb; San Gilles, el barrio de los españoles y portugueses, y Schaarbeek, la zona turca. Y así, muchos más. Distritos cuyos habitantes se mezclan de día con los de los barrios vecinos, pero que por las noches y en fin de semana se convierten en microciudades donde el visitante tiene la sensación de haber aterrizado en Kigali, Rabat, Oporto o Estambul. Y todo a tiro de piedra. En Bruselas es posible desayunar en el barrio de los diseñadores, comer en el barrio turco y cenar en el barrio africano sin tener que coger el coche.
GUÍA PRÁCTICA
- Vueling (www.vueling.com; 902 33 39 33) conecta Madrid, Barcelona y Valencia con Bruselas. Ida y vuelta desde Madrid, desde 99 euros, tasas y gastos incluidos.- Virgin Express (902 88 84 59 y www.virginexpress.com). Ida y vuelta desde Madrid, desde unos 125 euros, tasas y gastos incluidos.- Iberia (902 300 500), desde Madrid, a partir de 160, tasas y gastos incluidos.
- La Manufacture. Fábrica Delvaux (00 32 25 02 25 25). Notre-Dame du Sommeil, 12. Unos 35 euros.- Belga Queen (00 32 22 17 21 87). Fossé aux Loups, 32. Unos 40 euros.- Ultime Atome (00 32 25 11 13 67). Place Saint-Boniface, 14. 20 euros.- Le Pré Salé (32 25 13 65 45). Rue de Flandres, 20. Unos 30 euros.- Le Pain Quotidien (00 32 25 02 23 61). Antoine Dansaert, 16. Unos 15 euros.
- Walvis (00 32 22 19 95 32). Antoine Dansaert, 209.- Le Cirio (00 32 25 12 13 95). Rue de la Bourse, 18.- Archiduc (00 32 25 12 06 52). Antoine Dansaert, 6.- Beursschouwburg (00 32 25 50 03 50). A. Ortsstraat, 20-28.
- www.atomium.be.- www.brusselsinternational.be.
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