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Columna
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¿Tregua?

Antonio Elorza

Apenas pasado el susto de las cartas petitorias, dos graves atentados contra bienes vienen a arrojar serias dudas sobre la naturaleza del mal llamado "proceso de paz" inaugurado con la declaración unilateral de "alto el fuego" por parte de ETA. La cuestión es saber si nos encontramos ante simples coletazos del terrorismo de baja intensidad o si, por el contrario, lo sucedido es el principio de una renovación del doble juego que la constelación etarra desarrolló en el curso de la tregua de 1998.

Ni la experiencia de entonces debe ser olvidada, ni es razonable reproducir sin más el diagnóstico de la "tregua-trampa". Todo el mundo sabe hoy que la renuncia transitoria a los asesinatos por parte de ETA, tras su espectacular victoria en Lizarra, tuvo conscientemente como contrapartida una intensificación del citado terrorismo de baja intensidad, que fue algo más que la kale borroka, así como una labor intensa de reposición de comandos e infraestructura, con lo cual fue posible la ofensiva criminal del año 2000. Por no hablar de la voluntad de acabar con la famosa tregua "indefinida" apenas lo estimaran conveniente. Existe en la actualidad un acuerdo mayoritario sobre la imposibilidad de que ETA repita la jugada. La debilidad de la banda ha sido evidente, y no menos indiscutible resultó la derrota de su entramado político por obra y gracia de la acción judicial y de esa Ley de Partidos tan denostada por los líderes de opinión más escuchados. Así que si bien no es acertado hablar hoy de tregua-trampa, tampoco cabe excluir la puesta en práctica de un doble juego amortiguado, mediante el cual la sociedad vasca siguiera recordando de tiempo en tiempo, con la reiteración de atentados punitivos contra bienes e instituciones, que el auténtico monopolio de la violencia permanece en manos del sistema ETA.

Éste es el principal riesgo de la situación actual, sobre todo por el conocimiento que tiene ETA de la absoluta necesidad que tiene el Gobierno de que su operación de "paz" triunfe. El apoyo social mayoritario a la perspectiva de una negociación depende de que efectivamente el "alto el fuego", logrado por Zapatero, representa el prólogo inevitable al citado desenlace. Si hay concesiones, en el vocabulario, al hablar de "paz" y no de renuncia al terrorismo, o al otorgar a lo "permanente" el carácter de "definitivo", o en la práctica política, permitiendo que la ilegalizada Batasuna actúe a la luz pública sin otros obstáculos que los impuestos por la judicatura, ello se justifica por la seguridad que el Gobierno y sus medios transmiten acerca del éxito final de su política de pactos. De ahí la búsqueda de una calificación que marcara sin ruptura el distanciamiento del primer atentado -"incompatible" con el alto el fuego, no que lo quebranta-, o el posterior mensaje tranquilizante de que ETA nada tiene que ver con los dos atentados. Entre tanto, con un control estricto de la situación desde el punto de vista del lenguaje, Batasuna está en condiciones de modular su respuesta, haciendo notar su voluntad de cambio con la calificación de "gravedad", al mismo tiempo que de cara a los suyos, que son también los seguidores de ETA, reafirma objetivos y mantiene la actitud crítica tradicional.

Zapatero y Rubalcaba aciertan al responder con prudencia al inesperado desafío, pero han de tener en cuenta que su opción podría tener consecuencias catastróficas de convertirse en una actitud de transigencia respecto del terrorismo de baja intensidad, que por lo visto despunta con una agresividad mayor que la de una espontánea kale borroka. El hecho de que ETA no haya ordenado las dos ekintzak nada significa en sí mismo. Con toda seguridad, los actos de violencia que sembraron la tregua del 98-99 no respondieron en su mayoría a consignas puntuales de la banda, la cual se limitó a impartir directrices generales y a mirar con simpatía los éxitos de sus chicos. Es el escenario ideal: ETA quiere la paz y los suyos mantienen el fuego sagrado de la violencia, que es lo que además les pide el cuerpo. Por supuesto, tal es el desarrollo de los hechos menos deseable para los demócratas, a la luz de la experiencia pasada.

Bien está haber transmitido la imagen de serenidad. No lo es tanto dar por sentado que las furias de ETA se han convertido en genios benéficos. La verificación del "alto el fuego" consiste en la ausencia total de actos violentos.

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