_
_
_
_
_
Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Encuentro con el mago

Marcos Ordóñez

El Gran Hausson ha vuelto al Espai Brossa (su casa, su cabaret imaginario) con un nuevo y fascinante espectáculo: Praeludium de magia en si mayor. Un espectáculo contracorriente, porque Hausson es un mago "de los de antes": no parlotea ni pierde el respeto al público, como los chirriantes ilusionistas televisivos. Es un verdadero mago porque crea magia, es decir, una atmósfera de elegancia, de misterio, de poesía. Hermann Bonnín, director del Praeludium, ha salpicado su cava de veladores cubiertos de terciopelo rojo, con pequeñas lamparitas de luz apergaminada, mínima, y ha vestido a la partner del mago con el corsé negro de Irma Vep. Entre número y número, una acordeonista con chistera de lentejuelas desgrana javas y polcas del tiempo de Carter y Houdini, cuyos carteles anunciadores desfilan y se superponen, como cartas de una baraja mítica, en la pantalla del fondo, a guisa de invocación. La voz de Hausson es tímida, casi susurrante, porque los magos de verdad no necesitan hablar demasiado: su territorio es ese silencio en el que se escucha el silbido de un pañuelo de seda, el deslizamiento casi imperceptible del lomo de los naipes nuevos, afilados como cuchillos inocentes, o, a veces, el aleteo fugaz de una paloma.

A propósito de Praeludium de magia en si mayor, espectáculo de Hausson en Barcelona

En su primer número, Hausson adivinará un naipe secreto. El juego es impecable, pero la marca de su estilo está en la larga cinta de seda azul, rematada por una campanilla, que entrega a una espectadora. "Cuando usted tense la cinta y haga sonar la campana", le dice, "abriré el mazo y aparecerá el naipe". La cinta de seda azul es un cordón umbilical de respeto y distancia, una fórmula magistral para atraer a su público sin arrastrarle al escenario o sobarle emocionalmente: con Hausson uno sabe que está, siempre, en buenas manos. Manos largas, dedos finos. Quizá en esos dedos ya estaban inscritos sus destinos posibles: pianista, cleptómano, mago. Hausson descubrió muy pronto su vocación cuando, entre todos los juguetes posibles, eligió una caja de cartón rojo. En aquella caja había lo que hay ahora: naipes, aros plateados y monedas doradas, cuerdas que podían tener vida propia, bolas brillantes. Yo descubrí a Hausson en los espectáculos de Brossa, su confrère, donde el mago paseaba un perfil berlinés, de Joel Grey inquietante y sulfuroso, capaz de meter a un canario en una bombilla y liberarlo con un chasquido de dedos, o zamparse varias hojas de afeitar y sacarlas enlazadas como un collar de pólipos. Hausson dice que un mago es un actor que hace de mago, y aquel primer Hausson con capa negra, esmoquin y mirada melancólica hacía pensar en Judex, el atormentado justiciero de Feuillade, que en la película de Franju estaba interpretado, cerrando el círculo, por otro mago, el gran Channing Pollock, uno de sus dioses tutelares, recientemente fallecido, y del que volvimos a hablar a la salida del espectáculo. Intenté convencerle de que los dioses como Pollock no mueren sino que se van de gira a Brasil. O a Las Vegas, dijo él, donde viven para siempre. De Las Vegas, justamente, se ha traído Hausson el portentoso número que cierra la sesión: una misteriosa caja metálica, suspendida sobre el escenario, que encierra las vacaciones futuras (fecha, lugar, medio de transporte, presupuesto) de seis personas del público. Hausson me habla de sus comienzos, cuando Las Vegas era una quimera o, como Génova para Paolo Conte, un idea come un'altra. Había pocos libros de magia entonces, la mayoría escritos por curas, lo que quizá se explica, dice, con seriedad rotunda, porque la eucaristía es el mayor acto de magia imaginable. También, recuerda, había un hombre que traducía manuales americanos y vendía los trucos en hojas mecanografiadas en tinta azul. Y maestros de la magia que concebían trucos como quien plantea y resuelve nuevos movimientos de ajedrez pero sin llevarlos jamás a la práctica, sólo por el placer de inventarlos. En la magia, como en la música, me dice, hay compositores e intérpretes, teóricos y prácticos. En aquella época, dice, actuábamos en cualquier lado, sin cobrar, para aprender y probarnos frente al público, para sentirnos parte de una familia, una extraña familia con muchas ramas: ilusionistas, manipuladores, hipnotizadores, mentalistas. Era cuando los magos llenaban los grandes teatros, y había desafíos y duelos entre ellos, y las tournées empezaban en el Emporium y acababan en Beirut o Montecarlo. Si teníamos algo de dinero, íbamos a los clubes, para estudiar los números, dice, mientras se apagan, una a una, las luces de los veladores como las estrellas de aquel cuento de Arthur Clarke. Los clubes de entonces, cuando todavía reinaba el music-hall como una nueva caja roja que sólo se abría por la noche, y la vida de los magos comenzaba al anochecer, y durante el día caminaban como sonámbulos con ojos entrecerrados, paseando monedas entre los dedos, imaginando nuevos trucos. La televisión, dice, acabó con el music-hall, el cabaret, las variedades: el blanco y negro de entonces sustituyó al color, los colores de la noche. Por eso Hausson sueña, sigue soñando con su cabaret imaginario, en el que ahora sólo queda la única luz del escenario, la veilleuse. Es en ese territorio casi onírico donde, rey absoluto, me pide que escriba mi nombre en una carta elegida al azar. Se la devuelvo, y él mezcla, corta, arroja los naipes al aire con una mano y con la otra saca del bolsillo una tijera que centellea un instante, y ahí, en el suelo, entre todas las cartas posibles, está el as con mi nombre partido en dos, como un rostro reflejado en un espejo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_