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Reportaje:

Leyendas de tristeza en la Bienal de Berlín

En esta bienal, el arte se impregna de la atmósfera de las palabras. El título de la cuarta Bienal de Berlín, De ratones y hombres, proviene de la novela de John Steinbeck. Un texto que habla de las sombras, el pesimismo y lo tremendo, lo que reduce al hombre al nivel de evolución del animal. El ambiente creado por Steinbeck se repite en los pasillos y las salas que bordean la Auguststrasse a través de creaciones artísticas frágiles y volátiles. Un año antes de que el mundo del arte se reúna de nuevo en la Documenta de Kassel, la búsqueda de posiciones políticas tras el 11-S y los intentos de abrazar al mundo entero han desaparecido. Muchos de los artistas provienen del este de Europa. Conocen el drama de la vida de cerca.

La lectura del arte como si fuera un poema o una novela es uno de los objetivos del trío de comisarios de la Berlin Biennale, el artista Maurizio Catellan, Massimiliano Gioni y Ali Subotnik. Las 130 obras artísticas exhibidas aumentan su capacidad narrativa sumergidas en el espíritu de Berlín. Esta ciudad, que representa "un cielo oscuro, silenciosas calles, el suspenso que se siente en el aire y los sonidos apagados", es para Ali Subotnik "el bastidor de una historia que en un caso ideal podría desarrollarse en cualquier sitio".

La creatividad de los 70 artistas internacionales que participan en la bienal, seleccionados entre 700, se desarrolla en un ambiente contemplativo, entre muros con pintura fresca y otros casi en ruinas y ante los ojos de los que usan la rebeldía como etiqueta: la vanguardia y la burguesía.

Las historias están relacionadas con el nazismo, el socialismo y la caída del muro. Los comisarios descubrieron para las 130 obras de arte lugares donde transcurre la vida cotidiana -"donde comemos, rezamos, bailamos, aprendemos y morimos"-. Se encuentran cerca del Kunst Werke (KW), un recinto de exposición que creció con el Berlín unificado, situado en la mitad de la Auguststrasse, e institución organizadora de la bienal. La conquista de lugares cuya función es otra que presentar arte es una de las especialidades del KW. De ahí que los espacios seleccionados del soho berlinés, unos 14, incluyan apartamentos privados, oficinas, los garajes del antiguo Correos, una sala de baile, una iglesia y un cementerio.

La creatividad y espontaneidad que existe en la capital es uno de los motivos por los que los comisarios, fundadores de The Wrong Gallery en Nueva York y de la Gagosian Gallery en Berlín, comparan a esta ciudad con la estadounidense de los años setenta. La Auguststrasse es el eje de la escena del arte alemán, comparable con lo que fue Nueva York hace 30 años. En sus inicios, era la calle de las putas y los pobres. Cuenta hoy con galeristas que empezaron de la nada, como Gerd Harry Lybke. Vende tan bien el arte de la Escuela de Leipzig, a Neo Rauch, Matthias Weischer y David Schnell que es uno de los 300 hombres más ricos de Alemania.

El recorrido por la bienal puede empezar por un edificio de los años veinte, una antigua escuela judía para niñas cerrada por los nazis en 1942, situada a pocos metros del lugar donde se juntaba a los judíos para deportarlos a los campos de exterminio. Los artistas que exponen ahí se proponen despertar los sentidos del visitante. Las puertas del Bang, bang room, de Paul McCarthy se abren repentinamente y se cierran de golpe. Este ruido inquietante es sustituido en la sala siguiente por motores eléctricos que emiten un molesto soplo de aire caliente mientras cae agua sobre los rostros de los visitantes. En los pasillos se encienden y apagan luces, instaladas por Martin Creed, provocando sensaciones de desequilibrio y desorientación. En el tercer piso del edificio, en cuyas paredes sigue habiendo un calendario y mapas de la época de la RDA, impresiona un vagón de tren de tamaño real. Una frágil instalación de Robert Kursmirowski, creada con papel y madera. La sensación de angustia aumenta con las figuras de madera de Paloma Varga Weisz, que parecen como olvidadas en los recovecos, los alféizares y pasillos de la escuela.

Podría calificarse la bienal de arte alemana como "lección de tristeza", tal como lo hace el periódico Der Tagesspiegel o de "gabinete de terror", según el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung. La obra Rats and Bats de Bruce Nauman confirma esta última teoría. Hace que un hombre golpee sin cesar un bolso. El ruido provoca la desorientación total de las ratas que corren por un laberinto amarillo.

Los críticos alemanes espe-

raban humor, provocación y catástrofe de los comisarios, y también mucha teoría. Saludaron después la reflexión artística sobre situaciones dramáticas de la vida. Pero también hay un toque de humor, como el que da la pintura de una de las estrellas de la bienal, el alemán Norbert Schwontkowski. El artista de Bremen abrió la puerta de su apartamento en la Auguststrasse para mostrar sus sencillos cuadros pintados con colores pálidos, que narran los dramas de situaciones cotidianas.

Al final del recorrido se encuentra el cementerio. Al caminar entre las lápidas sepulcrales suena una voz suave. Susurra: "One day" y "follow me". Pero la expedición por Berlín que ofrece esta bienal no termina aquí. La obra de Kris Martins pone el punto final. Su pesimismo culmina en Mandy III, la metáfora de la nada. Martins ha instalado en la iglesia San Juan Evangelista (St. Johannes-Evangelist-Kirche) tableros como los que anuncian las salidas y llegadas de los aviones. Aquí fingen cambiar de información pero, tras moverse las tablitas negras, reaparece la misma imagen de cifras y palabras para expresar que detrás de todo no existe más que la nada.

'Bang, bang room' (1992), instalación de Paul McCarthy en la Bienal de Berlín.
'Bang, bang room' (1992), instalación de Paul McCarthy en la Bienal de Berlín.

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