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Columna
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Enorme masa de información pegajosa

Soledad Gallego-Díaz

El accidente de Chernóbil fue una de las ocasiones en las que mejor se pudo comprobar la capacidad de engaño y distracción que tienen los Gobiernos y los grandes grupos de intereses frente a los ciudadanos en momentos de crisis. Bastó que se hiciera pública la noticia del accidente y que los ciudadanos de media Europa fueran conscientes del peligro que corrían para que Gobiernos, expertos y especialistas de todo tipo lanzaran sobre las opiniones públicas miles de datos contradictorios.

No se trataba de mentir, sino de crear una enorme masa pegajosa de información en la que prácticamente fuera imposible sacar conclusiones responsables. Es posible que quienes recuerden aquellos días estén todavía asombrados por la habilidad con la que expertos y políticos utilizaron continuamente diferentes sistemas de medición, que impedían las valoraciones y comparaciones directas de los ciudadanos.

Seguramente, expertos y políticos actuaron así por sus propias razones y no por una confabulación. Entonces se aseguró que la situación era confusa, simplemente porque no existían precedentes: todo el mundo hacía frente a algo desconocido, por lo menos en esas proporciones. Cuando pasaran los años, se unificarían criterios, se establecerían estadísticas y se mejorarían los sistemas de recogida de datos.

La realidad es que han pasado veinte años y que los ciudadanos no sabemos todavía cuántas víctimas ha ocasionado hasta ahora la catástrofe de Chernóbil. Una vez más, unos y otros utilizan diferentes sistemas de cuantificación y control que permiten citar sólo la cifra que les conviene en cada caso. Con motivo del aniversario, la Agencia Internacional de la Energía Atómica y la Organización Mundial de la Salud han publicado un informe en el que aseguran que "sólo" unas 4.000 personas han muerto ya, o morirán en el futuro, como consecuencia del accidente. Según estos expertos, la mayoría de las enfermedades que padecen los habitantes de las zonas más radiadas, en Rusia y Ucrania, no son atribuibles al accidente de la central nuclear sino a la pobreza y a sus malas condiciones de vida.

Uno de esos especialistas incluso cree que "los exámenes de salud a que cada año se somete a la población afectada refuerza su incertidumbre, en lugar de ayudarles a olvidar y mirar hacia delante". "Eso les causa estrés, disminuye sus defensas y facilita nuevas enfermedades", asegura el mencionado informe. Las conclusiones de otros 50 estudios realizados por varias asociaciones médicas de Reino Unido, Suecia, Alemania y Ucrania dicen algo muy diferente: aseguran que ya han muerto 34.499 personas que ayudaron en los primeros meses a "limpiar" las zonas contaminadas. Greenpeace incluso acusa a la Agencia y a la OMS de no tener vergüenza y de tapar los datos reales utilizando estadísticas "orientadas".

La diferencia entre 4.000 y 34.000 es demasiado grande como para que los ciudadanos no pensemos que estamos ante otra operación de distracción. No se puede aceptar como inevitable que las cifras de víctimas de Chernóbil difieran tanto. Y no puede ser casualidad que todo esté pasando cuando se reabre la polémica sobre el uso de la energía nuclear. Sean 4.000 o 34.000, lo que no se puede seguir admitiendo es la confusión y la mezcla pegajosa de datos y análisis, que inhabilitan a los ciudadanos para tomar decisiones. Mientras que los organismos internacionales responsables de la energía nuclear no sean capaces de ofrecer informaciones solventes, creíbles y respaldadas por las comunidades científicas en su conjunto, los ciudadanos no deberíamos aceptar que se reabra el debate sobre la creación de nuevas centrales. Fundamentalmente, por falta de confianza en su transparencia y por su manifiesto desprecio a la capacidad de los ignorantes ciudadanos a la hora de comprender de qué se está hablando.

Salvo que hagamos caso al especialista ya mencionado y creamos que lo peligroso es el estrés que produce ir al médico (y, seguramente, discutir de cosas como éstas) y no los accidentes como el de la central de Chernóbil. Susan Sontag decía que el colmo de la injusticia era padecer cáncer y que encima te digan que la culpa la tienes tú mismo, por mantener una actitud poco positiva ante la vida. solg@elpais.es

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