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Reportaje:Los problemas de los barrios

Lavapiés, cosmopolita y abandonado

Indigentes, traficantes y atracadores conviven con la modernidad en una de las zonas más mestizas de la capital

"Lavapiés no es peligroso porque haya inmigrantes viviendo. Es peligroso porque está abandonado por el Ayuntamiento". Cansado de esta situación, Mark Hughes vendió su casa de la calle del Salitre, muy cerca de la plaza de Lavapiés, el pasado mes de octubre. Es inglés y vive en Madrid desde hace varios años. "Está muy bien que Lavapiés sea cosmopolita, pero eso no significa que se consienta la falta de respeto permanente hacia los que viven o pasan por ahí", protesta Mark. Como él muchos vecinos disfrutan del ambiente multicultural de este barrio, pero conviven -con aburrimiento o desesperación- con las peleas, los pequeños traficantes de droga, la suciedad y los indigentes que duermen en la plaza.

Pasada la medianoche la plaza se activa. Comienza el ruido y también la inseguridad

Pasada la medianoche la plaza de Lavapiés se activa. En una esquina, unos jóvenes de origen magrebí ofrecen hachís a los transeúntes. Los bares están llenos. Hay grupos fuera haciendo botellón. Y mucho ruido. Héctor David González, cubano de 42 años, suelta una carcajada. Desde el hueco que se ha hecho en un portal observa cubierto con unas mantas el trajín de la noche. Es indigente y duerme en la plaza de Lavapiés. "¡Esto es una fiesta para mí!", grita cuando se le pregunta cómo puede dormir con tanto alboroto a su alrededor. Luego canta un rap del cubano Tinito: "Lavapiés me atrapa. Sus chicas guapas, sus chicos malos, el chocolate, la cocaína...".

Héctor David está obsesionado con ir al programa de Antena 3 Televisión El Diario de Patricia para que le pongan en contacto con su hija, a la que hace 16 años que no ve. Se confiesa "medio loco, borracho y fumador de porros" y ya a las dos de la madrugada se cambia de cama y se tumba sobre el chorro de aire caliente que sale de uno de los respiraderos de la estación de metro. El sitio estratégico más codiciado por los que duermen en la plaza. "Aquí se está mejor, compadre", cuenta, rodeado de Tomás Martínez y Pedro Alonso, dos indigentes españoles que no saben dónde dormirán esta noche.

Pero la vida de estos tres hombres, todos en la cuarentena, no siempre ha estado en la calle. Los tres perdieron su trabajo años atrás y no quieren mantener ninguna nueva relación con el mundo laboral. Héctor David trabajó en un taller de chapa y pintura en un polígono industrial de Leganés y dice que estuvo en la guerra de Angola. Tomás fue camarero y electricista. "¿Currar ahora? Yo ya no puedo. Estoy enfermo. ¿No lo ves?", inquiere. Tiene el rostro hundido y cuatro o cinco dientes en la boca. Tiene sida y hepatitis C. Se pone serio y cambia el tono cuando lo explica, mientras Pedro Alonso, el tercer indigente, no para de gritar y bromear tumbado encima de la rejilla con el cubano. Él asegura que trabajó durante años "en General Motors", pero se metió en drogas y acabó haciendo cundas (llevar en coche a grupos de drogadictos al poblado de Las Barranquillas).

Los tres son testigos muchas noches de las peleas a botellazos que hay en la plaza de Lavapiés. Y de los atracos protagonizados por menores marroquíes. Éstos suelen tomar las esquinas de la plaza y de la calle de Lavapiés. A veces van en grupos de 15 o 20 y otras de dos en dos. A menudo lo hacen en compañía de chicas españolas. "Las chicas se van con ellos por el hachís", asegura el dependiente bangladeshí de una tienda de ultramarinos.

El establecimiento está abierto a la una de la mañana. Entran dos menores marroquíes, repeinados, vestidos con ropa de marca y zapatillas de 200 euros. Cogen dos latas de cerveza. Y se produce el siguiente diálogo entre el tendero y los dos muchachos.

- Son 1,40 euros.

- Te lo damos luego.

- No, me lo dais ahora.

- Que no, que te lo damos luego. [Aparece de detrás de una cortina otro dependiente, alertado por la subida de tono de la conversación].

- Te digo que me des el dinero ahora.

Los menores salen de la tienda apresuradamente y entre risas. El bangladeshí no hace ni amago de perseguirles. "Esto nos pasa cada dos por tres. Pero no llamamos a la policía, ¿para qué?", se queja.

Un policía que patrulla la zona asegura que en Lavapiés los problemas de seguridad vienen de la suma de pequeños delitos. "Por todo el barrio se mueve mucha mierda. No hay muchos robos con fuerza, ni homicidios. Son cosas más pequeñas: trapicheo con drogas, robos al descuido... Que uno tras otro, al final han hecho que la zona no sea muy aconsejable a ciertas horas de la noche", admite.

Parece, además, que ser extranjero y tener una tienda de ultramarinos en el barrio incluye soportar con estoicidad el robo constante. En la esquina de Provisiones con Mesón de Paredes, un comerciante asiático observa con una sonrisa nerviosa cómo un grupo de chicos chuta una pelota delante de su establecimiento. Los chavales entran y salen mientras él vigila que no le roben nada. Cuando se interroga a muchos de estos comerciantes sobre su situación, eluden los problemas con un solo comentario: "Todo es fantástico".

De izquierda a derecha, Héctor David González, Tomás Martínez y Pedro Alonso, sentados sobre un respiradero del metro en la plaza de Lavapiés.
De izquierda a derecha, Héctor David González, Tomás Martínez y Pedro Alonso, sentados sobre un respiradero del metro en la plaza de Lavapiés.CRISTÓBAL MANUEL

El futuro mercado de las flores desplaza a los 'sin techo'

La plaza de Tirso de Molina, donde durante muchos años durmieron y pasaron las horas muertas buen número de indigentes y drogadictos, se convertirá en unos meses en el mercado de las flores.

Desde hace casi un año la plaza está en obras, y los sin techo que dormían en ella han tenido que buscar otros rincones donde cobijarse.

En la confluencia de las calles de Romanones y Colegiata, varios indigentes pasan la noche entre cartones y viejos colchones colocados en la puerta de una tienda de muebles. Muchas de estas personas se han desplazado ahora a las calles colindantes del barrio de Lavapiés o buscan un hueco en la entrada de algún comercio ya cerrado.

"El Samur Social les ofrece ayuda y alojamiento en albergues, pero muchos no quieren", explica Manuel Osuna, portavoz de la asociación vecinal La Corrala. Justo al lado de la entrada del teatro Nuevo Apolo, Enrique, un hombre que lleva años en la calle, se acurruca envuelto en un saco de excursionista. Muchos de ellos reciben la asistencia diaria de ONG como Solidarios para el Desarrollo. Pero se quejan de que pocas veces es el Ayuntamiento quien les ayuda.

Las marquesinas de las paradas de autobús colindantes con la plaza también sirven de lugar de reunión para las personas que antes organizaban sus particulares botellones en la plaza. A las once de la noche, las marquesinas presentan un estado lamentable.

Un coche aparca en la acera de la calle del Doctor Cortezo. Dos policías de paisano bajan y se acomodan un walkie talkie debajo del chaleco. Caminan rapidamente hacia dos de los habituales habitantes de las marquesinas y mientras los arrinconan les piden la documentación. Se aseguran de que no han tirado a ninguna papelera la droga que creían que llevaban encima y los retienen durante varios minutos. Después los dejan ir.

Algunos de los individuos que deambulan por el barrio se dedican al menudeo de droga. De vez en cuando pasa algún coche de policía. Ése es uno de los poco pretextos que tiene la policía para actuar.

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