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Columna
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Multiciudadanía

Andrés Ortega

No hace falta remontarse al grito revolucionario francés -Aux armes citoyens!- para observar el crecimiento de la idea de ciudadanía en nuestros días. Tanto, que las ciudadanías parecen multiplicarse. Ahora, dependiendo de dónde se viva, uno puede ser a la vez ciudadano europeo, ciudadano español y ciudadano catalán o vasco, por citar un ejemplo. Son ciudadanías superpuestas, aunque la central sigue siendo, en el caso de España, la estatal, que es la que da derechos a escala europea -"toda persona que tenga la nacionalidad de un Estado miembro posee la ciudadanía de la Unión, que se añade a la ciudadanía nacional sin sustituirla"-. Pero mientras se han fomentado algunas de estas dimensiones, otras se han cultivado insuficientemente.

El Gobierno del PP llegó a preocuparse de la influencia que pudiera tener en España el concepto de doble ciudadanía que contemplaba el plan de unificación para Chipre impulsado por el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y, sobre el que, pese a su fracaso, se habrá de volver. Proponía una única ciudadanía chipriota, acompañada de una grecochipriota y otra turcochipriota para los habitantes de cada uno de los dos "Estados componentes", con la posibilidad de limitar el derecho de establecimiento entre ellos (sobre todo para evitar una inundación grecochipriota de la parte turca).

La ciudadanía suele apoyarse sobre tener tres concepciones o dimensiones: la liberal de los derechos (y deberes), la republicana de la participación (que es de la que estamos más faltos en este país) y la nacionalista de la identificación. Algo se ha añadido recientemente en términos liberales en materia de derechos para los ciudadanos españoles, pero no lo suficiente en términos de participación. Mientras, la idea de ciudadanía europea que, a iniciativa española, se incluyó en el Tratado de Maastricht en 1992, con algunos derechos como la libertad de circulación, el de sufragio activo y pasivo en las elecciones locales y europeas, o la protección consular, se ha dejado languidecer. En la non-nata Constitución europea algo se avanzaba, pero no con suficiente visibilidad. Eso sí, ha sido el factor participativo, al menos en Francia y en Holanda, el que ha hundido la Constitución europea. No se podrá construir Europa sin conciencia ciudadana compartida. La falta de desarrollo de la ciudadanía europea empuja a potenciar otros niveles, con una vuelta al origen, a la ciudad.

Así, se dinamizan otros conceptos de ciudadanía, como el catalán o el vasco (concepto no presente en algunos otros estatutos). No es que sea una novedad. Está en los estatutos en vigor en ambas comunidades autónomas. En el nuevo Estatuto catalán, el concepto recibe un nuevo impulso en sus tres dimensiones. Pero está por ver si en su desarrollo se potencia más la dimensión liberal, la republicana (la participación ciudadana en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 fue todo un ejemplo) o la identitaria. El Estatuto de 1932 sabiamente dejó sentado que "la Generalidad de Cataluña no podrá regular ninguna materia con diferencia de trato entre los naturales del país y los demás españoles. Éstos no tendrán nunca en Cataluña menos derechos que los que tengan los catalanes en el resto del territorio de la República". No estamos hablando de nacionalidades. Las distintas dimensiones de ciudadanía deben sumar y dinamizar las sociedades, no crear nuevas barreras.

La ciudadanía no puede ser una definición estática, sino un proceso en constante construcción, y es, al revés de lo que ocurre con el término de nación, sociedad antes que comunidad. Recuperando al austriaco Otto Bauer y a Manuel García Pelayo, sociedad son personas unidas por reglas exteriores a ellos mismos, mientras que la comunidad se traba por una fuerza interna que vive en cada uno de los individuos que la componen y que es "presencia del pasado en el presente". Pese a la definición como "sugestivo proyecto de vida en común", la nación mira mucho más hacia atrás que hacia delante, mientras que ciudadanía es potencial, o presencia del futuro en el presente. aortega@elpais.es

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