De sentido común
Por estos días, el Gobierno vasco ha acordado pedir oficialmente al Ministerio de Cultura la cesión temporal para el próximo año del Guernica de Picasso. En Madrid se deniega tal petición, por motivos de orden técnico. El famoso cuadro -en la actualidad instalado en el Reinas Sofía- está en unas condiciones de conservación muy precarias.
Desde que en 1939, dos años después de haberlo pintado, el propio Picasso decidiera dejarlo en depósito en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, hasta la desaparición del franquismo y la llegada de la democracia en España, la obra experimentó un sinfín de cesiones debido a las exhibiciones verificadas en museos de medio mundo. Para su transporte, las múltiples operaciones de enrollado y desenrollado acabaron por deteriorar la pieza, dejándola en un estado de suma fragilidad.
Resulta extemporáneo que la petición del Gobierno vasco trate de pasar por alto la extrema fragilidad del cuadro
Así las cosas, resulta extemporáneo que la petición del Gobierno vasco trate de pasar por alto la extrema fragilidad del cuadro, para darse el gusto de tenerlo expuesto en suelo vasco. Se argumenta que existen avanzadas tecnologías respecto al embalaje y locomoción que aseguren su traslado con garantías máximas. Para tensar la situación, se aduce por parte del Gobierno vasco que la negativa obedecería a motivos estrictamente políticos. Incluso se ha llegado a insinuar la necesidad de traer el cuadro a Euskadi, como prueba inequívoca de los mejores augurios para el logro de una paz duradera.
Todo este aluvión de invocaciones, argumentos, insinuaciones y pruebas inequívocas se ha urdido sin tener en cuenta un hecho irrefutable: la fragilidad de la tela hace inviable moverla de donde está. Por encima de los intereses partidistas prevalece el interés de la obra en sí misma.
Mas si todavía desde el Gobierno vasco insisten en querer arrogarse una suerte de derecho, en función del emblemático nombre que lleva la obra, sugiero que se eche una mirada atrás, para vivir en unas pocas líneas cómo se gestó la creación del Guernica. Es preciso recordar que como reacción inmediata al cruento bombardeo de Gernika el 27 de abril de 1937, el Gobierno de la II República le encargó a Picasso que pintara un cuadro alusivo a aquel monstruoso ataque. Picasso lo realizó durante los meses de mayo y junio. Hizo hasta siete estados preparatorios. Acabada la obra la colocaron en el pabellón español de la Exposición Universal de ese mismo año, 1937...
Expuesta la obra al público, el cuadro tuvo sus detractores. En especial por parte de la plana mayor del Gobierno vasco, erróneamente aleccionado por sus asesores culturales. Les gustaba muy poco el arte de Picasso y mucho menos su figura de hombre de izquierdas. Creían que el cuadro no representaba como era debido los valores vascos y sus símbolos. Su menosprecio intelectual y estético por el Guernica lo proclamaron abiertamente. Si bien la repulsa hacia esa obra abarcaba a todo el espectro del Gobierno vasco, en las filas republicanas una minoría gubernamental encontraba aquella pintura "antisocial, ridícula y totalmente inadecuada para la sana mentalidad del proletariado". El no saber surge donde menos se lo espera, al tiempo que se constata que en todos los partidos y coaliciones cuecen habas. Puestos a sopesar la situación en el caso que nos ocupa, una cosa es el todo (Gobierno vasco) y otra unos pocos (Gobierno de la II República). Nos quedamos con la visión acertada que poseían los republicanos sensatos sobre quién era Picasso en el arte, frente a la obtusa miopía total de la generalidad de los nacionalistas.
Queda suficientemente diáfano que la ceguera nacionalista de aquel tiempo les impidió analizar los méritos que concurrían en Picasso como creador universal. Ni siquiera supieron calibrar que en 1936 fue nombrado director del Museo del Prado, cargo que no llegaría a ejercer, por causa del repudiable alzamiento franquista. ¿Tal vez el Museo de Prado les proporcionaba exigua garantía admirativa, en razón a que no se hallaba ubicado en las verdes tierras vascongadas?
Sea lo que fuere, da impresión que la ceguera nacionalista de ahora trata de enturbiar el agua de los acontecimientos. Los acontecimientos son hechos contundentes que aconsejan que el Guernica no se mueva jamás de donde está, con objeto de cuidarlo in extenso. Lo dice el sentido común, como lo diría lo mismo Agamenón como su porquero. Conviene conservarlo y guardarlo poco menos que entre algodones, para que dure muchos años, de manera que las generaciones venideras de aquí, de allá y de aún más lejos, puedan contemplar ese enrabietado símbolo contra el fascismo y nazismo, la guerra y la destrucción, la barbarie y la sinrazón. Esa obra está por encima de unos y de otros. Se ha convertido a través del tiempo (setenta años hará el próximo año) en patrimonio de la humanidad.
Sencillamente tal patrimonio conocido como el Guernica viene a ser un amoroso réquiem enormemente sentido por las inocentes víctimas de una violencia execrable. Para llevarlo a cabo Picasso se autoabasteció de los aguafuertes que realizara en 1935, bajo el nombre de Minotauromaquia. Sobre coloraciones en blanco y negro -a la manera de un Goya a oscuras-, ofreció a la humanidad fulgentes imágenes de horror, muerte y destrucción de dimensiones épicas (3,51 por 7,82 metros).
Además de su compromiso civil, Picasso quiso dejar meridianamente clara su posición ante la actividad plástica: "Toda mi vida de artista no ha sido otra cosa sino una lucha permanente contra la reacción y la muerte del Arte". Contra la muerte sea única o doble, venga de donde venga, tenemos el luminoso antídoto de la vida, la paz y la libertad.
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