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Crónica:DIETARIO VOLUBLE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sin barrio

Enrique Vila-Matas

1Estamos olvidando las que desde un primer momento fueron las principales atracciones de la vida urbana: la espontaneidad, la flexibilidad, la capacidad para sorprender y ofrecer aventura... De un tiempo a esta parte, la inseguridad está acabando con esas atracciones. Nadie ignora que vivimos días en los que el vínculo milenario entre civilización y barbarie se ha invertido. La vida urbana se ha transformado en una jungla donde impera el terror, acompañado de un miedo omnipresente.

A reflexiones de este estilo invita un paseo de Semana Santa por la ciudad vacía. Y también a esas reflexiones invita Confianza y temor en la ciudad (Arcadia), el último libro que ha publicado entre nosotros el profesor Zygmunt Bauman. Se comenta en esas páginas cómo, por ejemplo, protegerse del peligro fue uno de los incentivos para edificar ciudades cuyas fronteras solían estar delimitadas por amplias murallas o vallas, desde los antiguos pueblos de Mesopotamia a las ciudades medievales, pasando por los poblados de los indios norteamericanos. Las murallas, fosos o empalizadas señalaban los límites entre nosotros y ellos, entre el orden y el desierto, entre la paz y la guerra: los enemigos eran los que se quedaban al otro lado de la valla, y no se les permitía franquearla.

Dice Bauman que de ser un sitio relativamente seguro, la ciudad ha ido asociándose, sobre todo en los últimos cien años, "más bien con el peligro que con la seguridad". Hoy en día, trocando su función histórica de forma más que curiosa, nuestras ciudades están pasando rápidamente de ser un refugio contra los peligros a ser la causa principal de estos peligros.

En Semana Santa algunos de estos peligros parecen relajarse o al menos así nos parece apreciarlo mientras paseamos por la ciudad tranquila, semivacía, con menor infiltración de miedos y de enemigos en sus soleadas calles.

Del libro de Bauman me han quedado grabadas las páginas que dedica a las "nuevas murallas defensivas, cada vez más de moda: los barrios cercados (los folletos de las inmobiliarias y los mismos residentes recalcan lo de cercados, no lo de barrios), en cuya entrada nunca faltan los guardias y las pantallas de vídeo. Los barrios cercados, en Estados Unidos, superan ya el número de 20.000, mientras que sus habitantes rebasan los ocho millones de personas...".

Nos dice Bauman que el significado de "cerca" se vuelve más complejo cada año que pasa. Y nos habla de "la arquitectura del miedo" y nos cuenta, por ejemplo, que Brian Murphy construyó una casa para Dennis Hopper, en Venice, con una fachada sin ventanas, de chapa ondulada, parecida a la de un búnker. El mismo arquitecto levantó otra casa de lujo, también en Venice, entre los muros de un edificio en ruinas, cubriéndola primero de pintadas para que diera la impresión de que formaba parte del deterioro general de la calle.

Llevamos ya años conjurando la esencia de ser ciudadanos y suprimiendo las principales atracciones de la ciudad: su espontaneidad, su flexibilidad y su capacidad de sorprender y ofrecer aventura (todas las razones por las cuales el Stadluft -el aire de la ciudad- se consideraba frei machen, liberador).

Bajo por el paseo de Gràcia que hoy tiene más gracia que en uno de esos días normales, donde sólo tiene desgracia y un cierto terror ante lo desconocido. Qué lejos está el paseo de lo que un día fue. Hoy, Jueves Santo, el miedo no es en él tan transparente como en otros días, y sí en cambio es transparente el aire que lo atraviesa en esta mañana de primavera, jueves de Semana Santa, día feliz en el que parece que vuelva todo: la calma, el sentido de ser ciudadano y hasta una razonable impresión de felicidad.

2La Travessera de Dalt, es decir, la Travesía del Mal, parece adentrarse en el desierto, tal vez en el desierto de los tártaros. Aquí un día hubo una cierta idea de barrio, que ha quedado pulverizada. En los últimos años todo ha quedado ya definitivamente desmembrado. Las tiendas de la travesía (lado montaña), por su cercanía con el parque Güell, han sufrido una grave transformación. Las mercerías y colmados han sido sustituidos drásticamente por tiendas de souvenirs. No hay un eje cálido que vertebre el barrio. De hecho, ya no hay barrio. Cruzar como peatón de un lado al otro de esa autopista a la que llaman "travessera" significa armarse de valor. Ayer estampé mi firma, decidí unirme a esa Asociación de Peatones ancianos y menos ancianos de la Travesera de Dalt, que han comenzado a solicitar firmas para poder cruzar a pie, sin banderas blancas y como simples ciudadanos corrientes, la maligna travesía.

Aun así, creo que me gusta vivir aquí. Al menos en la travesía no hemos de amurallarnos. No hay barrio, es cierto. Pero también es verdad que todavía no nos ha llegado, en su plenitud terrorífica, el miedo que se respira en la jungla urbana del centro de la ciudad.

3

Como en cada Semana Santa, se especula sobre si no será que la lluvia irrumpirá con fuerza y estropeará las vacaciones -una costumbre no escrita- de los estresados ciudadanos que, por unos santos días, pasean por los alrededores de las grandes ciudades asfixiantes. Voy por la Rambla de Catalunya con las manos en los bolsillos. Y recuerdo que Borges decía: "La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado".

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