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Columna
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Pansexuales

Muchos no entienden que, como atea practicante, no haya abjurado del catolicismo, pero aparte de que resulta más difícil desengancharse de la Iglesia que de un servicio de mensajes por teléfono, existen poderosas razones para que me quede. Por ejemplo, lo mucho que me acaba de estimular la Conferencia Episcopal Española, de cara a esta Semana Santa.

Habiendo tenido que renunciar a mis planes viajeros por repentina hinchazón de mi histórica rodilla, y resignada a contemplar Ben-Hur y toda la programación seudosacra al uso (este año, enriquecida por una María Magdalena incorporada por una Maria Grazia Cucinotta que está para comérsela), simplemente tumbada en reposo... ¡Demonios! De súbito y en decúbito supino me llegaron las amonestaciones del último documento dado a luz (obviamente, es una metáfora, alegoría o tropo) por los doctos y virginales a la par que vigilantes Doctores, que ven a España sumida en "exasperado pansexualismo".

Al principio creí que alguien se lo estaba haciendo con una barra de pan (o con una hogaza, según su propio sexo), pero después de consultar el diccionario he comprendido que lo que quieren decir es que estamos en sexo sin parar, como si nos hubiéramos metido en la carretera panamericana y nos dedicáramos a recorrerla de arriba abajo y de abajo arriba, y venga y va.

Es decir, estamos cometiendo pecados gravemente contrarios a la castidad, como "la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales".

Vayamos por partes. Para empezar, qué pobreza de léxico. Pudiendo decir onanismo o goce solitario; así como copulación, coito o apareamiento (variantes: zoofilia, necrofilia y, qué les voy a contar a ellos, pedofilia); y uranismo o sodomía, con mención especial a Safo y Lesbos, en vez de homosexualidad lisa y llana. De tanto pensar en lo mismo se les están enanizando las meninges.

Pero gracias, gracias, gracias de todas formas, por recordarme la de alicientes con que me puedo entretener mientras mi rodilla y yo descansamos, sin dejar de mirar la tele ¡y sin soltar el mando a distancia! Sólo debo esquivar las farisaicas apariciones en pantalla del señor Martínez Pujalte, cuya imagen sí me ciega la médula.

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