Con Kafka en la franja de Gaza

Soy ciudadano español de origen palestino. Hace dos meses viajé a Israel/Palestina. Desde mi llegada al aeropuerto todo fueron problemas: una retención de más de tres horas y comentarios jocosos sobre mi pasaporte. Cuando entré en Gaza, mi pasaporte fue anulado por una numeración que estamparon los israelíes. Así quedé atrapado en su maraña burocrática, en la que el propio Kafka se hubiera perdido. Los israelíes no me dejaban salir de Gaza. Me exigían mi inexistente DNI o pasaporte palestino. Argumenté que había viajado con nacionalidad española y no poseía semejante documentación. Me obligaron a solicitarla a la Autoridad Palestina, que, a su vez, me remitió a la parte israelí para su aprobación. Telefoneé a la Embajada española y me remitieron a su consulado en Jerusalén, donde me dijeron que no podían hacer nada. Incluso los observadores europeos en la salida de Gaza miraban para otro lado. Perdí mi vuelo de regreso. La compañía no se hizo cargo. No era su problema, me dijeron. En efecto, lo mío no debe ser un problema en comparación con la situación de la población ocupada. Pero no dejo de preguntarme si España y la Unión Europea se han perdido también en este laberinto.