Materazzi emula a Tassotti
Ni siquiera Materazzi pudo empañar la gran fiesta de Vila-real. Por más empeño que puso el violento central interista, en El Madrigal todo fueron confetis. Antes de la traca final, Materazzi, con un largo historial de sanciones en Italia, emuló a su paisano Tassotti. Sin el balón de por medio y dentro del área interista, el central soltó un codazo terrible a Sorín, al que partió la ceja izquierda, convertida en una sangría. Era penalti, expulsión y... varios meses de sanción. Vassaras, el árbitro griego, no se dio por enterado. Exactamente igual que hizo en el Mundial de 1994 el colegiado húngaro Sandor Puhl, que se hizo el sueco cuando Tassotti, entonces lateral del Milan y de la selección italiana, le partió la nariz a Luis Enrique.
El historial de Materazzi es extenso. En febrero de 2004 copó todas las portadas italianas. Materazzi, que ni siquiera había sido convocado para ese partido, agredió en el túnel de vestuarios a Cirillo, del Siena. Le produjo una lesión en el cráneo. Su federación castigó a Materazzi con dos meses fuera de los terrenos de juego.
A Sorín le vendaron la cabeza, pero al rato, con un ojo completamente cerrado, tuvo que ser relevado. Ya en el descanso, camino de los vestuarios, el propio Sorín había tenido un altercado con su compatriota Verón, que le empujó por la espalda cuando el jugador del Villarreal enfilaba el túnel de vestuarios. También Figo, al ser relevado, tuvo un conflicto con un espectador.
Pero nada pudo con las serpentinas de El Madrigal. No en vano cuando el Inter ganó su última Copa de Europa, en 1965, el Villarreal estaba en Primera Regional. Si alguien, en aquel entonces, le hubiera dicho a los directivos de aquel equipo que dentro de 45 años estarían en Primera y jugarían los cuartos de final de la Champions, nadie se lo habría creído. Puede que Vila-Real y sus 45.000 habitantes ni soñasen con ello.
Anoche el sueño se hizo realidad. Por lo menos, el de los habitantes de la ciudad, que bajaron a las calles acompañando al autocar del equipo hasta la entrada del estadio. Parecía un submarino de verdad, en un mar de banderas amarillas que ondeaban también en los balcones de los edificios contiguos. El ambiente fuera de El Madrigal era una fiesta. La ciudad entera se volcó con el equipo, el único en la Liga española que no cuenta con un grupo de ultras.
Las caras de los jugadores del Inter estaban pegadas a las ventanillas del bus, mirando ese ambiente de fiesta. Todas, menos la de Figo. El portugués, que conoce bien El Madrigal, estaba ya pensando en el encuentro. No era para menos, ya que se había perdido el partido de ida.
En Valencia, los del Luna Rossa tuvieron también una pequeña fiesta. Por la mañana, dirigentes del Inter visitaron el barco italiano y les regalaron una camiseta del equipo: Luna Rossa 86.
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