El rey y su madre
Segunda victoria consecutiva de Boonen, el campeón del mundo
Contaba la víspera Walter Godefroot, un belga de Gante que en los 70 ganó dos veces el Tour de Flandes, que este año había alcanzado la felicidad. "Por primera vez", decía Godefroot, director del T-Mobile hasta 2005, "llego a esta carrera y nadie pregunta por el peso de Ullrich, por la forma de Ullrich, por la rodilla de Ullrich. Y, por si esto fuera poco, éste va a ser mi primer Tour de Flandes como chófer del director de la carrera. Así que pienso disfrutar como nadie".
Seguramente Godefroot disfrutó un montón, pero difícilmente disfrutó más que su compatriota Tom Boonen.
A Juan Antonio Flecha le besaba Lourdes, su chica, en la salida, en la plaza de Brujas, bajo la lluvia. Era un beso cargado de esperanza, de fuerza; el beso que se da al soldado que parte a la batalla. Lourdes esperaba a Flecha en la meta. Lo recibió como se recibe al soldado derrotado; al guerrero sucio, sudoroso, que se mira los pies, que bebe sin parar y huye. Entre un beso y otro, seis horas y media de carrera, 260 kilómetros, el terrible Koppenberg. La exhibición de Boonen.
Godefroot, que como director llevó a la victoria en Flandes, el campeonato del mundo de todos los belgas, a su pupilo Andreas Klier, decía también que la clave aquel año, 2004, fue que había obligado a todo su equipo a montar tubulares muy anchos, del 25, y no muy hinchados. "Era la única manera de pasar el Koppenberg, los adoquines mojados en pendiente del 20%", explicaba; "veía los de los otros equipos con tubulares finitos, del 21, y muy hinchados, a ocho kilos, y era como verlos patinar sobre cuchillas. No había uno que pudiera subir bien".
Hincapié, que pasó ayer el Koppenberg entre los primeros, gastaba tubulares del 25, pero Boonen, que organizó allí su primer número -tendido sobre una bici inusualmente pequeña para su talla de 1,90 metros, tronco largo, piernas cortas, muslos pesados, centro de gravedad muy bajo: el morfotipo ideal de corredor de pavés y muros-, gastaba del 23. "Y yo también", dijo Flecha.
Y Flecha, que había comenzado a subir perfectamente colocado, a rueda de Boonen, el muro matador, se quedó, llegado el punto más empinado, clavado junto a la cuneta derecha. Su rueda delantera se cruzó. Debió poner pie a tierra. "Evidentemente, no era cuestión de tubulares, sino de piernas. Y no tenía yo las mejores piernas precisamente", dijo.
Detrás de él, el desbarajuste. No hubo corredor que pudiera subir en bicicleta. Pie a tierra, como una hilera de condenados, la bici de la mano, casi 200 de los mejores ciclistas del mundo, recorrieron 200, 300 metros tremendos.
Por delante, el grupo de los elegidos. Boonen y los suyos. Pero aquello no fue suficiente para que Flecha agachara la cabeza. Ayudado por un Ventoso feliz de estar ahí y arrastrando tras de sí a otro grupo selecto, a Hoste, a Pozzato, Flecha logró conectar con el grupo de Boonen. Y allí empezó a sufrir la ley del Quick-Step, el equipo del campeón del mundo; la ley de Baguet, la ley de Pozzato, los dos gregarios fieles de Boonen, que imprimieron a la carrera el ritmo que desangraba poco a poco a los aspirantes, que reforzaba a Boonen, quien sólo debió esperar en el Valkenberg el ataque de Hoste, ponerse a su rueda, marcharse con él y vencerlo al esprint, brazos en alto tras el surplace, arcoiris en el pecho. La imagen de Merckx en el 65, la de Van Looy en el 62, la imagen de los mitos belgas.
"Todos me esperaban. Todos sabían lo que iba a hacer. Nadie me ha podido aguantar. Por eso es tan importante esta segunda victoria en Flandes", dijo Boonen. Flecha terminó el 12º, como había terminado en 2005, como había terminado en 2004. Ningún español ha logrado aún terminar entre los diez primeros.
Desde el podio, Boonen mandó el ramo de flores a su madre, Agnès, a quien le dijeron: "¡Pero cómo! Estando aquí la reina Paola, tendría que ser el ramo para ella". A lo que Agnès respondió: "¿Pero no sabe que yo soy la madre del rey?".
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