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¿Vota PP?

Las últimas elecciones de Israel han confirmado la tendencia -a la baja- de apoyar al heredero de las tesis de Ariel Sharon, pero en este panorama previsible se ha colado un partido sorprendente: el PP, el Partido de los Pensionistas, el cual, para más INRI, concurría con el lema electoral GIL ("edad"). Desde luego con esto de las lenguas no gana uno para sustos: ¿y si en la otra orilla del Mediterráneo se estuviese repitiendo la historia? ¡Vaya cóctel!: pensionistas que votan al PP y el GIL por en medio, como si estuviéramos en Marbella. Pero no, esa gente sabe lo que quiere y nosotros, a lo que parece, andamos dando palos de ciego como siempre. Aquí todo el mundo sigue conmocionado con las víctimas del incendio de la residencia de Massamagrell. ¿Ahora se caen del guindo? ¿Ahora descubren que la atención a los ancianos es un verdadero desastre y que en España lo peor que le puede pasar a uno es o ser joven o ser viejo? Si joven, sus expectativas laborales serán mucho peores que las de los franceses -más vale que nuestros gobernantes, que están viendo las barbas del vecino pelar, pongan ya las suyas a remojar-. Si viejo, ya sabe lo que le espera: soledad, casi hambre y, con suerte, una residencia costrosa.

Parece que por fin nuestros políticos empiezan a ponerse de acuerdo para resolver el problema del terrorismo sin aprovecharlo canallescamente en beneficio de la lucha partidaria. No estaría de más que cundiera el ejemplo y que empezasen a ponerse de acuerdo para afrontar otros problemas gravísimos que ninguna sigla ha sabido encarar hasta ahora y cuya resolución requiere que todos arrimen el hombro. El del paro juvenil es uno; el de la desatención a la tercera edad es otro. Sólo en un país tan frívolo e irresponsable como el nuestro podía pasar que a los contribuyentes no parezca preocuparles el destino del dinero de sus impuestos. Llevamos décadas asistiendo al deterioro progresivo de la medicina social, mientras, sorprendentemente, cualquier extranjero (a menudo, rico) que quiera hacerse una operación programable -hablo de cataratas y hasta de intervenciones estéticas, no de embolias ni de cosas parecidas- no tiene más que sacarse un pasaje de avión y presentarse en Urgencias de cualquier hospital de la Seguridad Social. Luego dirán que los inmigrantes representan una carga: si no fuese por la renovación de la caja común que han supuesto sus cotizaciones, el edificio entero ya habría estallado a estas alturas. Tampoco se entiende muy bien cómo compaginar el programa de excursiones y balnearios del Inserso con el desastre de la atención a ancianos impedidos. Hombre, no me parece mal que los paseen (sobre todo si resulta imprescindible para que no se hunda la industria turística en temporada baja), pero lo primero es lo primero. Y lo primero es atender dignamente a miles de ancianos que no pueden valerse -otra vez la familiar figura del inmigrante que empuja un carro de ruedas como único consuelo- construyendo residencias suficientes, bien públicas, bien privadas con garantías. Lo de Massamagrell es un caso de desidia, pero todos sabemos que ocurre en todas las autonomías y con todos los gobiernos. Y lo que es peor: ¡si por lo menos hubiese suficientes plazas estilo Massamagrell para todos! Ya me doy cuenta de que este discurso no interesa a los partidos políticos. Los ancianos suelen tener bastante consolidadas sus opciones electorales, de manera que van a seguir votando al equipo habitual aunque no haga nada por ellos. Luego, cuando llegue la crisis -el Alzheimer, la rotura de cadera, esas historias terribles que oímos diariamente en la panadería-, el afectado dejará de ser votante y quien tenga la vida convertida en un infierno a partir de ese momento -casi siempre una hija, para qué nos vamos a engañar-, por sorprendente que parezca, no construirá un silogismo que cae por su peso. Helo aquí: todos los seres humanos, si hay suerte, se convierten en ancianos; todos los ancianos degeneran en la última etapa de su vida; luego todos nosotros degeneraremos, si alguien no lo remedia. Parece que los votantes somos tontos o bien que la lógica no está de moda. Ambas cosas. Por eso, de nada nos sirve votar aquí al PP.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

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