Échate un pulso, Larry
Un día cualquiera recibiremos la noticia de que Pau Gasol ha sido designado jugador del mes por el congreso de gigantes de la NBA. Con ello participará en una fascinante repetición de la conquista del espacio. Se acercará un poco a la estratosfera y completará el viaje que iniciaron Vlade Divac, Drazen Petrovic y otros pioneros cuyo secreto consistió en descubrir que, como sospechaban los físicos más avanzados, la distancia a las estrellas podría salvarse con una adecuada combinación de masa, energía, velocidad y talento.
A primera vista, el margen de éxito de sus antecesores sería muy escaso: las grandes figuras americanas eran la visión moderna de los colosos de la mitología. Sin perjuicio de su tamaño descomunal, aquella gente de bronce mostraba una simetría desconocida en la lejana Europa. Aquí, los grandullones del baloncesto eran una tardía representación del ogro del cuento, pesadas criaturas de mandíbula cuadrada, clavículas de madera, hombros abollados, pecho hirsuto, espalda corva y rodillas puntiagudas, cuyos pies de plomo levantaban el parqué de la cancha. Sólo se apreció un cambio cuando el jefe de aquella tropa, un andamio llamado Tkachenko, fue sustituido en la selección soviética de entonces por la mutación lituana Arvydas Sabonis. Casi al mismo tiempo aparecía en los Balcanes una estirpe de hombretones brillantes y bien formados que, como Drazen y compañía, dominaban la percusión, la danza y el vuelo. Luego llegaron refuerzos alemanes y, por fin, empezó la nueva conquista del Oeste.
Mientras los primeros exploradores tomaban posesión de sus puestos en el banquillo, hacíamos un primer cálculo de posibilidades: algunos rostros pálidos se habían convertido en leyendas de la competición. Era tan cierto que Pistol Pete Maravich y otros chicos especiales ocupaban un lugar privilegiado en el Hall de la Fama, como que teníamos en Boston a Larry Bird, la prueba de que los dioses se permiten una cuota de locura. Después de conseguir la síntesis del baloncesto, Larry dijo de sí mismo con una cuidada ironía crítica: "Sólo soy un blanco lento y bajito que salta poco". Si él había convertido el juego en un fluido incoloro, pero penetrante, ¿por qué no debíamos confiar en sus colegas europeos?
Pau es ya uno de ellos. Su pasado de rookie del año, su aventura All Stars y sus 44 puntos ante los Sonics de Seattle acreditan de una vez su pasado y su futuro.
Veinte años más tarde, con su barba de eremita y su sencillez local, ha dado la vuelta al inolvidable Larry. Es ya un blanco rápido y alto que salta mucho.
Con permiso de Air Jordan, está licenciándose en el arte de levitar.
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