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CONTRASEÑA | Rosa Esteva

La empresa como intuición

"¿Cuevas? ¿Quién es Cuevas?". Le recuerdo: José María, CEOE... "¡Ah, sí!". Tanto le importa que a Cuevas le reeligieran hace poco como símbolo de los empresarios españoles. Aquí vamos por libre: de milagro sus empresas -trece restaurantes y un hotel, 560 personas trabajan en el grupo Tragaluz- se inscriben en la Cámara de Comercio o Turisme Barcelona. "Ser empresario es tener intuición", define. Justo lo que no enseñan las escuelas de negocios. "Hay empresarios que sólo quieren hacer dinero. En mi caso, mis empresas son como un hijo: hay que ver qué les hace falta, cómo crecen y si saben andar por la vida. A un hijo no lo puedes vender", puntualiza. "Yo me la juego continuamente por ellas y por una Barcelona mejor".

Llegó anteayer de París, hoy se va a Londres con Tomás Tarruella, su hijo y socio: "Tenemos que airearnos". Prepara un nuevo restaurante en el Raval y, acaso, otro hotel, ¿en Sevilla?: airearse sirve para detectar la lógica de la realidad. "Ayer monté una lavandería. Necesito ese servicio para mis locales y al fin logré que el puzzle cuadrara: las circunstancias -el sitio, las personas, los objetivos- ya encajan. Estoy siempre inventando cosas: yo me freno las ideas". Así hace los negocios. Luego te enteras de que, de paso, esa posible lavandería puede dar trabajo a mujeres sin recursos a las que ella ayuda. Ha montado una ONG que construye infraestructuras para niños en África. Pero de eso no habla. "Son cosas mías. No doy entrevistas, no me gusta aparecer. Salgo mal en las fotos".

No le hace falta promoción. Esta barcelonesa de 65 años del paseo de Gràcia, nena de casa bona, destinada a ser ama de casa tradicional, ha ganado premios internacionales -y un prestigio que cede a Barcelona- con algo más que intuición: una fuerza de voluntad indomable. Su vida dio un vuelco total cumplidos los 40: sola, sin oficio ni beneficio y cuatro hijos adolescentes a los que alimentar. "¿Qué hago? Sólo sabía -algo- cocinar". Reunió ayudas: "No me atreví a poner un restaurante y así nació, en una antigua tienda de pararrayos pequeñísima, El mordisco. Un mordisco no es una comida: en un sitio así hasta las mujeres pueden comer solas. Nos sirvió para aprender, hacer equipo, ¡me gusta trabajar en equipo!, pero tardamos en ganar dinero". Dinero para reinventar.

Era 1987, comenzaba una historia compartida con su hijo, sus tres hijas y un equipo de gente sensible al mundo actual. Ella asumió que tenía cerebro de empresario: "Ser mujer era un inconveniente, nadie me hacía caso. Aprendí a entender que valía. Descubrí que tenía... un don. Ser empresario es saber lo que la gente quiere. Mi padre se equivocó cuando pensó que el hogar y la empresa son cosas distintas". Al principio, como buena burguesa, sufría si debía dinero, hoy ya sabe que deber dinero es lo normal en los negocios, incluso para mantener la independencia. Aceptó inversores, pero nunca quiso vender o reproducir en serie su trabajo: "Ni hablar. En la Bolsa yo no puedo poner el alma".

Para su último invento, el hotel Omm, probó ella misma 10 colchones distintos, eligió las sábanas con las que hoy duerme, por ejemplo, el arquitecto Jean Nouvel. "Éste es mí proyecto, lo llevo sola: será el patrimonio que dejaré a mis hijos. Quería que la gente se encontrara como en su casa. Lo que importa es la atmósfera. Me horroriza la ostentación, lo superfluo. Pero si la mejor silla es la más cara, hay que ponerla". Le puede la estética: "¿No has visto que hoy, en muchos sitios, son más elegantes los camareros que los clientes?". Eso es muy barcelonés. "Barcelona es una ciudad maravillosa... pero no entiendo esa burocracia lenta, farragosa, que tiene todas las calles abiertas. Yo soy de trabajar con coordinación. Con tanta burocracia el resultado podría haber sido mejor. Hay más diseñitis que diseño. Y demasiado turismo de aluvión, incompatible con un turismo bueno". Tiene claro, desde hace tiempo, que esta ciudad vive de esos visitantes.

¿Política? "Detesto los extremos y observo que los políticos piensan sólo en sí mismos". ¿Globalización irreversible? "No me gustan los supermercados ni la Bolsa. Las empresas grandes carecen de emociones. Lo que importa es servir a la gente, mejorar su vida". Lo dice desde una empresa familiar, "como un colmado, ¡ja, ja! Somos un equipo: discutimos, nos convencemos, nos estimulamos. Lo mejor que me ha pasado son mis hijos, saben valerse por sí mismos". Lo que hace la intuición.

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