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Columna
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Gilipollas

Mi padre, que fue a una escuela republicana de pueblo, una de esas cuyo maestro era sabio en valores y en conocimiento -por cierto, asesinado por la gente de la FAI que entró en Cadaqués en el 37 y se llevaron al alcalde, al cura y al maestro para matarlos-, siempre me decía que el "mestre Tasis" se preocupaba mucho de cómo hablaban. "En el parlar net i noble es veu l'avanç d'un poble", les decía. Las formas del lenguaje formaban parte del ideal civilizado que marcó la Cataluña noucentista y, a pesar de los años convulsos, los maestros de la República mantuvieron ese ideal con notable perseverancia. Hoy todo esto debe de sonar a ñoño y anticuado, especialmente para una generación joven que ha hecho de la lengua suelta -y de la pobreza de vocabulario, todo hay que decirlo- una seña de identidad. Pero no sólo los jóvenes, porque si nos paramos -en el sentido más argentino del término- a escuchar la televisión, o cualquier conversación al azar, raro es el interlocutor que no necesite de sonoros e insolentes latiguillos para rematar su faena dialéctica. El insulto marca personalidad y, por lo que parece, da una seguridad notable al depositario de la cosa. De ahí que no sea tan extraño que el Parlamento, ese paradigma del pueblo llano, incorpore el lenguaje popular con tan notable y exuberante delicadeza. "Gilipollas" le espetaron al bueno de Duran Lleida en pleno día histórico, y él, que es democratacristiano y cree en el pecado y el castigo, pidió explicaciones al regio presidente que tutela a los niños parlamentarios. Aunque una no sabe si lo hizo por ofensa, o por conseguir dos minutos de gloria más, en un día cuya gloria estaba muy compartida. Que Duran ya lleva mucha mili en la política... Como sea, lo cierto es que la necesidad de matar al mensajero por la vía gruesa, cuando el mensaje es incómodo, es una tentación clásica que no sólo no mengua, sino que está viviendo sus mejores momentos. Personalmente me parece una genuina forma de intolerancia, y no le veo ninguna otra gracia que la que tiene la pura vulgaridad, si tiene alguna.

De intolerancia quería hablar, ya que me preocupa lo que va ocurriendo desde hace tiempo en algunos ámbitos del pensamiento. Ayer lo recordaba Manuela de Madre cuando le espetó a un victimista Puigcercós, en la Nit al dia, de TV-3, que durante años los socialistas catalanes habían recibido insultos de "traidores" y les tiraban objetos cuando iban a algunas universidades. Como ahora están colegiados con los buenos patriotas, parece que pasean más tranquilos por los reductos almogávares. Sin embargo, no todos pasean tranquilos, y algunas de las cosas que ocurren en nuestras universidades tendrían que preocuparnos más y ocuparnos del todo. En el tiempo coinciden dos gestos de imbecilidad intransigente que quiero mentar: la Universidad de Valencia, la misma que no permitió que Slomo Ben Ami hablara sobre Oriente Próximo el pasado octubre (gracias al pollo que montaron unos cuántos gili..., ¿cómo era el término parlamentario?), acaba de cancelar, sin mediar disculpa alguna, una conferencia de Gustavo Perednik en la Cátedra de las Tres Religiones. Según parece, su condición judía es incompatible con las tres religiones mentadas. ¿Cuál debe de ser la tercera? ¿El budismo? Es decir que, lejos de querer conocer qué ocurre en aquel lugar del planeta escuchando las distintas visiones del conflicto, nuestros estudiantes de la valenciana prefieren negar toda mirada que pudiera inquietarles. ¿Miedo a ser convencidos? Pobres almas jóvenes que prefieren el dogma de fe, la consigna y la propaganda, a la inteligencia, el debate y la información. Y pobre universidad aquella que se pliega al chantaje de la intransigencia y, lejos de mantener su dignidad intelectual, prefiere censurar a debatir, prefiere hacer de comisariado ideológico a ser tutelador de ideas. Slomo no pudo hablar en la Universidad de Valencia. Ahora le niegan la palabra a Perednik. ¿Qué harán la próxima vez? ¿Invitar a la diputada de Hamás que defiende el suicidio de sus propios hijos, para que explique un ratito cómo se ama la muerte?

Y si en Valencia no pueden hablar los malos israelíes, en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona no pueden hablar los malos catalanes y/o españoles. A estas horas no sé cómo habrá acabado el último numerito que ha montado la Coordinadora d'Estudiants dels Països Catalans contra la presencia de Jon Juaristi y Arcadi Espada en la universidad. Pero recuerdo que los mismos tipos, con los mismos collares ideológicos, impidieron que Fernando Savater diera su conferencia hace un tiempo. En el caso de Juaristi y Arcadi, se trata de una persecución ad hominem, ya que la conferencia era sobre literatura, pero la coordinadora ha considerado que eran tan malísimos que no importaba si hablaban de Lorca o de Cataluña. Y los ha considerado "objetos españolistas", cuya presencia en la universidad no está tolerada. Supongo que sobra decir que mi simpatía por Arcadi está al mismo nivel que la que él me tiene a mí. Pero, más allá de los amores que no nos tenemos, me resulta muy inquietante que, en nombre de Cataluña, y en sede universitaria, haya tipos que impongan la censura con la intimidación propia de la intolerancia. Y que la Universidad lo permita. Como catalana con pedigrí (¿o ya me han expulsado?) les espetó mi desprecio y dejo claro que, en mi nombre, no hablan. La Cataluña que algunos amamos no censura palabras, sino que escucha; no expulsa gente del paraíso patriótico, sino que acoge, y no impone, sino que debate. Sólo esa Cataluña merece ser mentada. Sin embargo, ¿qué nos está pasando, que no nos inquieta lo que pasa? Arcadi es Cataluña tanto como lo es Oleguer, y serán los ciudadanos de Cataluña los que decidan cuál de ellas les seduce. ¿O habrá que recordar lo fundamental?, que la razón que se impone no es razón, es violencia.

www.pilarrahola.com

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