Margarita Sánchez Durá, psicóloga
Fue una psicoanalista en constante formación
Estaba muy guapa cuando murió. Me gustó verla así, recordarla así: su rostro expresaba su resolución, su diferencia, su estilo. Una luchadora que se enfadaba mucho con las cosas de este país, de este mundo.
Su familia republicana le enseñó dos cosas fundamentales: que ser perdedor era a mucha honra y que su identidad tenía que encontrarla en un entorno cosmopolita, en la cultura europea.
De ahí le venía también la modestia con la que siempre se consideró a sí misma, cuando reflexionaba y escribía: a los que han salido fuera del marco estricto de nuestra enseñanza y nuestras universidades, lo que en España se hacía en los años sesenta resultaba mediocre y rancio.
Excepto su formación inicial en L'Alliance Française de Valencia, su paso por el Instituto San Vicente Ferrer y por la Facultad de Psicología en la Universidad Complutense fue más una ocasión de lucha que de aprendizaje.
Por otra parte, cierto es que la profesión de psicoanalista exige que una se haga a sí misma en un modo mucho más necesario que cualquier otra. Así lo hizo ella durante toda su vida, sin descanso, siempre formándose, siempre estudiando. Eso le permitió convertirse en una eterna joven.
Con egoísmo lamento su muerte. Era una de las personas que más me querían. Con ella se va una parte de mis recuerdos. ¿Quién volverá a decirme que soy "como Molly Flanders, siempre a flote"? ¿Quién pensará a partir de ahora que soy una de las pocas personas que no necesitan psicoanálisis porque tengo mi inconsciente a flor de piel?
Cuando nació su hija Paula, pasamos la primera noche después del parto las dos juntas con la niña. Sé cuánto entendía a los niños y a los jóvenes, a los que ella trataba, a los de su familia, a los hijos de sus amigas. Los entendía porque los amaba. De mi hija y de la suya seguía hablándome hace sólo unos días. Y sólo se comprende de verdad lo que se ama.
Sus exabruptos y sus enfados tan característicos, esos que le han dado firmeza hasta el final, reciben ahora tan sólo la luz del sol de un día de verano en Lluc Alcari. Descansa en paz, amiga mía, como los partisanos de la canción Bella ciao, "sotto l'ombra di un bel fior".
Maite Larrauri es filósofa.
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