Prueba de fuego
A los informativos de TVE les faltaba una prueba de fuego como la del día del alto el fuego para demostrarnos que los síntomas de normalidad que ya emitían sus telediarios no eran casualidades del día o excepciones a la regla manipuladora que rige desde hace medio siglo. La noticia más importante del día de la noticia grande fue que los informativos del servicio público se portaron durante toda la retransmisión al mejor estilo BBC, la utopía con la que soñábamos, y cuando todo el mundo los estaba mirando con lupa.
Desde que Ana Blanco vestida de sí misma y más guapa y serena que nunca se plantó delante de las cámaras al mediodía, interrumpiendo todo lo que había que interrumpir, enlazó sin pausa con su telediario y luego le pasó los trastos a un Milá también vestido de blanco, nuestro servicio público alcanzó la mayoría de edad medio siglo después.
No sólo fueron los reflejos periodísticos y sin fallos ante la noticia no prevista. Sobre todo, fueron los reflejos narrativos que tuvieron que inventar. Porque lo peor que le podía haber ocurrido al 22-M, como ocurrió con aquel 11-M de Urdaci, es que el Ente hubiera caído en tono, politono o tonillo gubernamental. O peor aún, utilizara la siniestra retórica del ninismo que muchos confunden con neutralidad: ni la versión del PSOE ni la tesis del PP. Tanto Ana como Lorenzo demostraron durante 453 minutos que también en TVE, y a pesar de nuestro pelmazo y contagioso virus maniqueo, es posible contar en directo y con naturalidad estatal las cosas como son, sin ninismos, cuotas de pantalla y demás equilibrios artificiales. A pecho descubierto y sin que Zaplana dijera ni pío.
El 22-M será el día en que los informativos de TVE incurrieron en credibilidad (lo más difícil de conseguir, pero lo más rápido de perder) y, si las cosas no se tuercen, el servicio público estatal, por fin, puede reconvertirse en un potente artefacto normalizador. Aunque las reconversiones del Ente, esta vez sí, tengan un precio y no precisamente político.
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