Los palestinos luchan por cada gota de agua
El conflicto con Israel agrava una situación límite: sólo el 40% de la población tiene acceso al agua potable
Hay un parque acuático que se alimenta de torrentes que fluyen ladera abajo por una montaña que se alza en el valle de Nasariya, al norte de Nablus. Y se llena cada verano de lugareños que viven en ciudades y aldeas cisjordanas aledañas. Sorprende a primera vista en este paraje plagado de colinas y cultivos, afectada por una carestía del agua alarmante. Sin embargo, quizá sea uno de los escasos ejemplos de uso adecuado. Tras su disfrute por los niños, el precioso líquido se emplea para el riego de los campos. Nada se desperdicia. No es un paradigma de lo que sucede en estas tierras. El agua es un factor clave del conflicto en Oriente Próximo, y a los insalvables obstáculos y vetos del ocupante israelí se suma una lamentable gestión de las autoridades locales. Sólo el 40% de los palestinos tiene acceso a agua potable, y de muy escasa calidad. El resto se las apaña con medios muy rudimentarios, anticuados y, lo peor, insalubres.
El 80% del agua de Cisjordania la extrae Israel, que desde 1967, el año de la ocupación, prohíbe abrir pozos o pone multitud de obstáculos
Los soldados israelíes han dañado numerosas instalaciones, pero tampoco los alcaldes palestinos están libres de pecado
El distrito de Tubas, habitado por 50.000 personas, en su mayoría refugiados de Jaffa y Netania que huyeron durante la guerra de 1948, se extiende a la vera del Jordán. Pero los campos de entrenamiento militar israelíes y los carteles que advierten del riesgo de abandonar las carreteras vacías por el peligro de toparse con explosivos se suceden entre el río y la pequeña capital de la región. Pesa sobre los campesinos, desde que estalló la segunda Intifada, hace cinco años, la prohibición casi general de aproximarse a los huertos que hasta entonces labraban.
Una aldea en el medievo
Alia Ahmed vive en la aldea de Tayasir, a tres kilómetros de Tubas. Supera los 40 años aunque aparenta más, tiene 11 hijos y en su casa habitan unos 20 parientes. No lo puede precisar. Este pueblo vive en el medievo. Las ovejas pululan entre las viviendas de cemento pelado, espaciosas pero escasas de mobiliario, vendido a veces para comer. Beben todos de un depósito subterráneo construido hace cuatro décadas. "Lo llenamos con camiones que nos traen agua. No podemos aprovechar la de la lluvia. Y el rebaño también tiene que abrevar". El aljibe puede contener 10 metros cúbicos, 10.000 litros. Una cantidad ridícula para tan numerosa familia. Alia pertenece al 37% de los palestinos residentes en zonas rurales que no disfrutan de conexión a la red de tuberías.
El ingeniero Jorge Álvarez, al frente de un proyecto de Acción Contra el Hambre patrocinado por la Comisión Europea, que ayuda a paliar la carencia de agua en Tubas y en Gaza, explica el porqué de la penuria: "Del agua que hay en Cisjordania, el 80% la extrae Israel. Una pequeña parte la vende a la población palestina a través de la empresa pública Mekorot. Pero desde 1967 [año de la ocupación de Cisjordania], Israel prohíbe abrir pozos o pone todos los obstáculos posibles". Salvo en las colonias judías, en las que sí se permite perforar. Hay más motivos de la escasez. Los acuíferos están sobreexplotados. "Se utiliza", continúa Álvarez, "el doble del nivel de recarga. Se extraen 110 hectómetros cúbicos anuales y se llenan con 55 hectómetros del agua de lluvia. Se crea así una depresión en el acuífero, al que entra agua del mar. La única alternativa es la desalinización, pero tiene un coste muy alto y la Autoridad Nacional Palestina no puede pagarlo".
Los soldados israelíes han dañado numerosas instalaciones. Y tampoco los alcaldes palestinos están libres de pecado. Marian, hija de Alia, arremete contra los gobernantes. "Ni el municipio, ni la autoridad del agua, ni el Ministerio de Sanidad se ocupan del problema. Hemos pedido pastillas de cloro en el Ayuntamiento, pero no responden. Mi hija pequeña ha estado enferma por algo que bebió en la ducha. Hemos tenido muchos casos de amebas y es frecuente en esta zona la hepatitis". "Claro que culpamos a Israel", añade, "pero la municipalidad construye cisternas sólo para algunos vecinos. A nosotros no nos ayudan porque tenemos ovejas. Dicen que somos ricos". La limpieza de los recipientes que usan para recoger el agua brilla por su ausencia.
En otra vivienda de Tayasir, la conexión a la red de suministro tampoco existe, pero disponen al menos de un aljibe recién horadado de 60.000 litros conectado a pequeños depósitos en el tejado, en los que se hace acopio de agua de lluvia. Naim Abdalá, el dueño de la casa, está satisfecho. "Ahora usamos cloro y se han reducido las enfermedades", dice. Cuesta horrores revertir los hábitos sociales. Los campesinos son reacios a emplear cloro. Y la ONG que ha construido el depósito obliga por contrato a que se utilice y efectúa mediciones para comprobar que el beneficiario cumple. Como es compromiso de los transportistas del agua someterse a cursos de formación si quieren recibir ayudas para rehabilitar sus vehículos.
Infraestructuras obsoletas
Uno de los mayores manantiales de Cisjordania, el de Al Farah, abastece a más de 10.000 personas, y se emplea también para el ganado y el riego del valle de Nasariya. Bombea las 24 horas del día. En Al Farah, en verano, las colas de camiones son muy largas. "Muchos se cansan de esperar y rellenan las cisternas en cualquier acequia", afirma el ingeniero. Se destina al consumo humano. El fraude es notorio. "El agua recogida se paga al municipio, que la vende a los transportistas. Pero las autoridades locales se desentienden del clorado. Reciben el mismo dinero, y la gente no se queja. Además aseguran que el cloro es perjudicial para los cultivos", relata Álvarez.
Faraj Ujman es un granjero de Nasariya que vende sus productos en Nablus cuando no lo impiden los controles militares israelíes, que ahora son móviles. "El año pasado", cuenta, "perdí 30.000 shequels (5.400 euros). No pude acceder a Nablus para vender mi cosecha de pepinos". En Nasariya se reconstruye la red de cañerías, y Faraj disfruta desde febrero de agua más limpia y con mayor presión. Es un pueblo que ejemplifica otro de los acuciantes problemas que sufren las obsoletas infraestructuras. Las pérdidas de agua alcanzaban casi el 50% y los fertilizantes se introducían en la red. Algunos conductos, como el financiado con dinero japonés en 1995 en Tayasir, ya están en desuso. No se pudo aportar agua y ahora habría que revisar toda la instalación.
Osama Jalili, otro ingeniero implicado en una labor faraónica, apunta los aspectos político-militares: "En el valle del Jordán y en las zonas de Kalkilia y Salfit están los mayores acuíferos. Ahí radican, en Ariel, los mayores asentamientos judíos". "Más que los acuíferos, Israel pretende, en la zona del valle del Jordán, controlar los recursos de la cuenca hidrológica", precisa Álvarez. Ehud Olmert, actual primer ministro interino, no se cansa de repetir durante la campaña electoral que las colonias más pobladas -Ariel es de las principales- estarán incluidas en las fronteras definitivas de Israel. Y el valle del Jordán, en la práctica ya despoblado de palestinos, permanecerá bajo su control.
Las fotografías que ilustran este reportaje forman parte de la exposición Una gota de agua, una gota de vida, de la fotógrafa belga Brigitte Grignet, organizada por Acción contra el Hambre y el Servicio de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO). La muestra se inauguró el 10 de marzo en Jerusalén y el 21 de marzo en Barcelona, en el centro cultural Pati Llimona.
Precios de ricos para los pobres
INFINIDAD DE PALESTINOS consumen una cantidad de agua apenas superior a la que utilizan en regiones de África afectadas por sequías endémicas. Y lo hacen a precios que alcanzan en ocasiones el 10% de sus ingresos. Son los más pobres quienes se abastecen de los vetustos camiones cisterna. Beduinos y vecinos de los míseros pueblos palestinos.
Quienes gozan de conexión a la red gastan en Cisjordania 100 litros por persona y día, el mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Los que no disfrutan de ese privilegio se conforman con entre 20 y 40 litros, bordeando los 10 litros diarios por cabeza, que es el consumo que se registra en situaciones extremas en los países africanos más castigados. El promedio para los palestinos es de 63 litros, diferencia abismal respecto a Israel (293). En España, la cifra se sitúa en 240.
Quienes se abastecen por la red de tuberías pagan en Tubas 2,95 shequels por metro cúbico (casi 60 céntimos de euro), 3,8 en Nablus y 4,2 en Yenín. El coste del agua transportada en camiones es cuatro veces superior. Precios exorbitantes a tenor del salario promedio de un palestino, que ronda los 330 euros. En Madrid se paga 0,25 euros por cada uno de los primeros 30 metros cúbicos.
Harina de otro costal es la calidad del agua. En las ciudades de Gaza es pésima. Los cortes en el suministro son habituales, varias horas al día, y muy frecuente es que el grifo expulse agua turbia a simple vista. Sólo el 7,5% de los pozos de la franja cumple los niveles mínimos. Las instalaciones de desalinización funcionan, pero los palestinos no pueden pagar el coste de esa agua que se emplea para consumo doméstico. Los residentes que no pueden permitirse la desalinizada beben directamente la de los pozos. El coste del agua del grifo es de 2 shequels (37 céntimos de euro por metro cúbico). Pero el valor del agua desalinizada que se compra en los establecimientos de Gaza se eleva hasta 50 shequels el metro cúbico.
"No podemos aumentar la cifra de 63 litros porque Israel no permite desde hace 40 años extraer más agua de los pozos de Cisjordania ni la apertura de nuevos. Tampoco autoriza la construcción de presas. Los israelíes sí siguen perforando pozos y explotando los recursos hídricos", comenta el ingeniero Jorge Álvarez.
La información se recopila en universidades y organismos internacionales. No hay un Ministerio del Agua en el Estado israelí. Es un asunto de seguridad nacional controlado por el Departamento de Defensa. Y la información que proporciona es muy restringida. Tampoco la Autoridad Nacional Palestina suelta prenda. Naciones Unidas ha comprobado cómo se han invertido millones de euros a través de ONG y organismos internacionales y, sin embargo, el consumo per cápita ha ido decreciendo. La población aumenta a ritmo desmesurado, mientras las fuentes del líquido son las mismas.
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