La empresa de la libertad
Álvaro Noguera, o las empresas de la libertad y la libertad de empresa. Esto es, la libertad como garantía, como elemento imprescindible para cualquier actividad humana. O lo que es lo mismo, la posibilidad de inscribir los valores revolucionarios en el curso de la actividad humana, cualquiera que ésta sea. Algo tan ilustrado que sólo el rencor, el desprecio o la ignorancia -acaso todo ello junto- pueden desdeñar.
En días en que alumbra la esperanza, incluso para el irónico escepticismo de quien se sabe heredero de la razón, aquello que no entienden los enemigos de la inteligencia, que, al cabo, vienen a ser los epígonos de los liberticidas de siempre. Ahora, cuando podemos empezar el racial gesto del corte de mangas a quienes nos quieren ver reducidos al esperpento de nuestra historia.
Álvaro, hace unos días, a propósito de otro amigo, con quien a diferencia tuya no coincidía en casi nada salvo un amor indescifrable por ciudad y país, se cayeron las comillas de mi "Hola, alcalde". Algunos se lo tomaron a mal, empeoraron su bilis. Hoy se me ha encogido el ánimo en un paisaje compartido, entre olivos, limoneros, laureles, tomillos en un espacio común: el nuestro, con la libertad como único marco posible de la convivencia.
Tus Celtas cortos, entre el grupo musical y la realidad del tabaco, aguardando la parsimonia de su consumo a la manera de un recuerdo y un homenaje a una época que no fue feliz para nadie. O para casi nadie. Tus soldados de plomo, los preferibles, quietos e inmutables, dóciles al manejo de la imaginación y de la historia, en absoluto presentes en el escenario de la realidad en que algunos procuraron irrumpir de modo infausto y por fortuna fracasado.
Razón, prudencia, diálogo. A fuer de buen liberal, anclado en el país, con las firmes convicciones, la correspondencia con los valores comunes a una sociedad que a veces no entendía de las virtudes de la ironía, de la distancia necesaria respecto de los poderes efímeros. De un plano discreto, que permitía enjuiciar sin acritud alguna la fragilidad de las propuestas, la arrogancia de las apuestas que algunos llamaron "oportunidades". La constancia y la tenacidad, tan burguesas, ahora resultan, también, revolucionarias, frente a una sociedad que se antoja como corrompida, ausente, amnésica, irresoluta. Puede que sea el momento de recuperar a Weber y reponer sus reflexiones junto con alguna causticidad tuya frente al ladrillo, físico e ideológico que quiere agobiarnos.
No podrán, y lo sabes.
Ahora sí, amigo, adiós. En el Club Jaume I, en el entorno que contribuiste a crear, en las apacibles discusiones, nos quedará la ausencia de atinadas observaciones, y la añeja socarronería de una inteligencia privilegiada. Nos quedará tu herencia, tu testimonio, y de la de quienes tuyos y amigos procuraremos ser albaceas.
Ricard Pérez Casado es doctor en Historia.
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