El don de la elocuencia
Cerca de Cork, en el sureste de Irlanda, hay una piedra que la gente insiste en besar. La piedra que recibe estas muestras de cariño tiene el nombre de Blarney Stone, y como si no fuera ya bastante raro besarla, la leyenda dice que hay que hacerlo de cabeza mientras un colega, de preferencia robusto, nos sujeta de los pies para que no vayamos a dar al fondo del desfiladero que hay que sortear para besarla. La leyenda también dice que a cambio de ese beso esforzado la piedra otorga el don de la elocuencia. Aunque también es cierto que hay quien obtiene este mismo don con unas pintas de Guinness y al rato, como marca la tradición de la cerveza y de la piedra, necesita de un amigo robusto que lo sostenga. Con la piedra que recibe besos y las pintas de cerveza ya nos vamos acercando a la fiesta de San Patricio; falta añadir el sombrero verde y una ruta más o menos asequible que vaya de pub en pub por Barcelona, esa actividad tan irlandesa conocida como pub crawling que consiste en ir bebiendo pintas de barra en barra hasta que entre una y otra lo pertinente sea desplazarse gateando (que en inglés es crawling) y, en cualquier caso, recurrir a la pieza fundamental de la fiesta de San Patricio, que es ese amigo robusto que nos sostiene. Hace unos días me integré en uno de los pub crawling de San Patricio: venía yo caminando cuando vi pasar a una fila de irlandeses con sombreros verdes, visiblemente animados con su fiesta nacional; venía de ver a Moustaki -ese cantante venerable al que ya le pesan los años y que un día de estos, en su siguiente concierto en el Palau, se nos va quedar dormido encima de su piano-, así que para quitarme de encima la modorra que me había dejado el recital me integré a la fila y un minuto después ya alguien me había dado un sombrero de leprechaun, esos sombreros verdes de copa que usan los elfos y los gnomos irlandeses mientras fabrican zapatos o entierran tesoros al final del arco iris. La fila entró a un pub y yo detrás de ellos con el ánimo de tomar notas sobre la fiesta nacional de Irlanda en Barcelona. En la porción de barra que nos tocó en suerte en aquel pub atestado atendía un muchacho peruano, "no demasiado irlandés", dijo uno de mis recientes colegas y después ordenó una docena de pintas. Yo veía la multitud debajo de mi sombrero de leprechaun, una sensación rara porque debajo de esos sombreros tiende uno a pensar que vive dentro de una casa con forma de zapato, y eso mismo pensaba cuando una chica que también veía el pub desde debajo de su sombrero me dijo, "creo que dejé la puerta de mi zapato abierta". "Lo único que nos falta en este San Patricio es besar la piedra Blarney", dije porque había notado que la mitad de la fila que se arremolinaba en torno a la barra se había puesto a la expectativa con el comentario de la chica, y lo que en realidad conseguí fue abrir la caja irlandesa de los truenos porque uno de los vikingos que integraban nuestra fila dijo que sí, que no poder darle su beso de San Patricio a la piedra Blarney era una verdadera pena, pero lo dijo con tal desasosiego, y yo me sentía tan leprechaun debajo de mi sombrero y tan anfitrión de esa tribu festiva de extranjeros, que me vi orillado a decirles que en Barcelona también teníamos una piedra que, a cambio de un beso, otorgaba el don de la elocuencia. La fila en pleno se iluminó en cuanto dije esta invención comedida y sumamente imprudente; are you sure?, preguntó un anglonormando de más allá, y yo opté por distraer la atención que empezaba a ser lacerante ordenando otra ronda de pintas mientras pensaba algo convincente. Por fortuna, el tema se desvió hacia los juegos de la Champions, con énfasis en el mediocre papel que el futbolista irlandés Duff había tenido en uno de los partidos del Chelsea contra el Barça. "¿Quieren un pisco sour?", preguntó nuestro barman peruano, y en cuanto iba yo a protestar por ser aquello muy poco irlandés, el anglonormando, que ya había olvidado la piedra y sus atributos, dijo que sí, que pisco sour para todos, así que cuando llegó la tercera ronda de pintas, lo hizo acompañada por una constelación de chupitos del aguardiente peruano. Antes de pedir la cuarta ronda pedí la palabra, cosa nada fácil en aquel griterío, con la idea de sugerir que buscáramos otro pub para cumplir cabalmente con el mandamiento irlandés del pub crawling, pero en cuanto estaba diciendo esto, vi que uno de los integrantes de nuestra animada fila, que llevaba en ella desde las cinco de la tarde, gateaba entre nuestras piernas, así que mejor opté por respetar ese crawling canónico, callarme la boca y aceptar de buena gana la cuarta ronda con su rémora de pisco sour. Una hora más tarde la celebración de San Patricio había entrado en un periodo de borrasca, yo seguía viéndolo todo como un leprechaun debajo de mi sombrero verde y tomando nota de todo lo que iba sucediendo, aunque a la hora de escribir esta crónica no pude descifrar nada de esas notas, que parecían escritas por la mano de otro, y sin embargo recuerdo que a cierta hora de la noche sosteníamos entre varios las piernas del tío anglonormando, que colgaba de cabeza y se comía la pared del pub a besos buscando la elocuencia que da la piedra Blarney.
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