Fantasmas sobre verde
El final de un futbolista es tan melancólico como la pérdida de un amigo en la infancia. De pequeños, casi todos sufrimos la mudanza de un compañero de barrio que emigró a una urbanización mejor o a un chalé a las afueras. Sin avisar, un día anunció su inminente partida sorprendiéndonos en mitad de un partido, forzándonos a seguir jugando con un fantasma. Así se ha ido Raúl, y Zidane, y Roberto Carlos, y Ronaldo. Este Real Madrid ya ha terminado pero aún sigue aquí, como un espíritu negándose a la evaporación, como una última sombra. Pero incluso sin esperanza y con el porvenir averiado, muchos continuamos corriendo con ellos, chutando a su lado, apurando la progresiva transparencia de sus cuerpos. ¿La inercia del cariño, de la costumbre, un antídoto contra la pena? Lo único que entendemos es que la traición es obra del destino, no de los amigos, y esto nos impulsa a comprar todavía los partidos en pago por visión como nos llevó a seguir quedando con nuestro vecino en el descampado cuando ya había anunciado su marcha, compartiendo una amistad desahuciada, jugando al fútbol sin mirar el reloj.
Hay quien siente a su club como una prioridad, como un ente claramente superior a los jugadores que lo representan. Aficionados que conciben a los futbolistas como las piezas reemplazables de un engranaje total representado en un escudo. Hoy algunos madridistas simplemente lamentan la ausencia de títulos, el polvo en las vitrinas, el desencuentro con su propia historia. Sin embargo, otros sentimos la pérdida de unos viejos compañeros, de unas caras que se van difuminando, que ya no nos sonríen ni nos hacen sonreír, el final del idilio con un tiempo engañosamente infinito.
La dimisión de Florentino ha terminado con una era claramente en decadencia pero no necesariamente sentenciada. Si él ha saltado del barco, no hay duda de que la grieta es irreparable. De repente, nos hemos encontrado al borde de un abismo que no pudimos o no quisimos prever. El regreso de Raúl tras su lesión también fue un ingenuo espejismo, por un momento ansiamos creer que todavía le quedaba césped por delante, aguanises, palancas, espacio en el anillo para más besos. Pero su imagen de nuevo en el campo es un déjà vu, el holograma de otro tiempo en el que habría metido el rechace del poste de Highbury.
Este Real Madrid se marcha. Aún quedan los cuerpos, pero se comportan como espectros, cada vez responden menos a nuestras demandas y nosotros a las suyas. Todos intentamos fingir que no pasa nada, que mañana habrá otro partido, sin asumir que es el final y que estamos tristes. Seguimos todos pero ya no pertenecemos al mismo barrio.
Otros chavales ocuparán sus puestos, vendrán de las afueras a conquistar nuestra amistad, nuestra devoción, a prometernos fidelidad y excitación. Sin embargo, cada vez es más difícil volverse a ilusionar, hacer nuevos amigos. Hoy comprendemos que no queremos otros compañeros de partido, sino a estos que se van. Se acaban unos hombres, un equipo, un ciclo y, también, un poquito nosotros. Por eso nos duele, porque envejecemos con ellos. Este Real Madrid nos oscurece con su apagón, ya no tenemos esa capacidad de regeneración, esa elasticidad en el entusiasmo. Aquel colega de barriada se fue prometiendo volver, visitar, mantenerse en contacto, sin embargo se terminó diluyendo en su nuevo entorno. Hasta ahora los futbolistas que nos dejaban también se extraviaban para siempre. Pero, ahora, es difícil perderlos de vista. Convertidos en poderosos iconos gracias a la publicidad y a su tremenda calidad, aprovecharán su fama para seguir ganando dinero y mantener la popularidad.
Comentaristas deportivos, entrenadores, representantes o gerentes de alto rango en su club o en un gran organismo futbolístico internacional son las nuevas fórmulas con las que últimamente reaparecen las antiguas glorias del estadio. Antes, el recuerdo de aquel compañero de juegos que se marchaba para siempre del vecindario se prendía en la memoria inmaculado y de corto, apolilladamente glorioso, intocable. Sin embargo, hoy seguiremos viendo a estos jugadores cuando ya se hayan borrado del fondo verde. Trajeados y alopécicos nos visitarán a través de anuncios y así podremos contemplar, por primera vez, cómo envejece un fantasma.
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