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A PIE DE PÁGINA

Mis libros

En la feria del libro me voy derechito como un cohete hacia las librerías de viejo, en busca de los libros que dieron color a mi infancia y no sé adónde han ido a parar. No me interesan los escritores que firman autógrafos ni los residuos sólidos con que las editoriales llenan los puestos, me interesa reencontrar a Sandokán, el rey del mar, La mujer del pirata o Los tigres de Mompracem, me interesan los libros de Erich Kastner (Emilio y los detectives), me interesan las Aventuras de doña Redonda, me interesan las novelas de Corín Tellado: confieso humildemente que fue de textos así de donde me vino, a los ocho, nueve, diez años, el gusto por la lectura y por la escritura -qué Homero, qué Dante, qué Shakespeare: lo que me apetece es El capitán de la muerte y El piloto del barco fantasma y, en poesía, la Hostia florida, del canónigo Moreira das Neves, que plagié indecentemente en cuartetas virtuosas destinadas a ablandar a mi abuela y a abrirme una cuenta para comprar bollos en la pastelería Paraíso. La colección completa del Almanaque de la Santita. La Biografía de São Luís Gonzaga, cuyo autor utilizaba el seudónimo Un Sacerdote. Las novelas de Joaquim Paço d'Arcos, principalmente las Memorias de un billete de banco, en que el propio billete cuenta con elocuente fervor

Plagié las cuartetas de un canónigo para ablandar a mi abuela

(estoy yendo bien)

las vidas trágicas de quienes lo tuvieron en la cartera, casi todos pobres, algún que otro rico pero igualmente infeliz

(no falta una señora de costumbres pecaminosas pero de corazón intacto)

sin hablar de las historias de obreros buenos y patrones malos, llenas de tabernas alienantes y luchas sociales heroicas, conducidas con arrojo y sensibilidad por un trabajador esclarecido. Estos y otros testimonios me extasiaban. Combinaba sin dificultad a São Luís Gonzaga con los trabajadores esclarecidos y el canónigo Moreira das Neves coronaba esto colocando encima de un centón de alfanjes, abordajes, cargas de la Guardia Republicana y malas costumbres femeninas, un soneto redentor a la mesa de la comunión y la intensa alegría de Jesús por cada niño que respetaba el ayuno, obedecía a sus padres, se lavaba los dientes y no masticaba la hostia, porque si llegaba a masticarla le saldría un río de sangre por la boca. Creo que no pueden concebirse asuntos más edificantes para, como aseveraba Un Sacerdote en el prefacio, forjar en el acero de la virtud la frágil y desprevenida alma de los jóvenes: exactamente eso, sin cambiar una palabra. Perdón, me he equivocado: no era forjar en el acero de la virtud, sino forjar en el bien templado acero de la virtud. De modo que, con estas y otras obras por el estilo, forjé en el bien templado acero de la virtud mi frágil y desprevenida alma de joven. Y la forjé tanto que me apetece releer aquello todo seguido, desde las luchas sociales a las tragedias náuticas, pasando por el extraordinario São Luís Gonzaga, siempre de virtud en virtud, repudiando aquello que a mí, alma frágil, se me antojaba apetecible, novias, chicles, escenas de peleas

(errores de un desprevenido)

y ansiando la muerte con frenesí para unirse a Jesús en un abrazo ceñido, del tipo de los que los personajes de Corín Tellado, o sea la Muchacha Rica Ex Frívola y el Hombre que se Hizo a Sí Mismo con Dura y Honrada Labor, nos servían en bandeja en los finales de novela, en la terraza a la orilla del mar bajo la luna llena:

"-¿Me amas?

preguntó ella vibrante, con el vestido de satén negro que no ocultaba sus formas opulentas. La mirada firme y tierna de él, y la masculina palma en sus espaldas delicadas, le bastaron como respuesta. Una estrellita titilaba, sólo para ambos, en el cofre color tinta del firmamento. Una lágrima perló el párpado de Lenora, ciñéndose al bello torso de su amado: habían vencido". Y esto es tan bonito que estoy seguro de que el canónigo Moreira das Neves, alma bien templada, lo aprobaría. Aunque no lo sé del todo: el terreno del canónigo Moreira das Neves era la adoración eucarística y la cuaresma y tal vez lo chocasen las formas opulentas del vestido de satén negro: confío en que lo ablandase la estrellita en el cofre del firmamento, porque el excelente canónigo era aficionado a estrellas y ángeles. Pero me imagino sin dificultad a São Luís Gonzaga retrocediendo con disgusto. Y a Un Sacerdote. Y a Sandokán, únicamente ocupado en batallas. Y a los trabajadores esclarecidos a quienes el lujo los ofendía y se enamoraban

(son sus palabras)

de campesinas virtuosas y rígidas en sus principios de igualdad de clases. Mirándolo mejor, busco todas las obras de las que he hablado en las librerías de viejo, menos las de Corín Tellado, no fuesen las demás

(salvo tal vez el billete de banco, habituado a todo, pobrecito)

a echarla de la estantería.

Traducción de Mario Merlino.

FERNANDO VICENTE
FERNANDO VICENTE

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