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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Teclas blancas y negras

La diferencia entre una presentación de libro y una de disco es que en una presentación de disco, cuando se hartan de hablar y de darse las gracias mutuamente, se ponen a tocar. Eso es lo que ocurrió en la presentación de Sausolito, el disco del pianista Iñaki Sandoval, celebrada en la sala Àmbit Cultural de El Corte Inglés. El protocolo era idéntico al de las presentaciones de libros: una mesa, unas sillas, unas aguas minerales sin gas, unos micrófonos y una sucesión de parlamentos que iban desde el agradecimiento a la anécdota pasando por algunas consideraciones teóricas. Sandoval es pianista y su disco constituye una vuelta de 10 etapas por un territorio jazzístico premeditadamente accesible, con composiciones propias y estándares. Hay que andarse con cuidado con el término accesible. Durante muchos años, si un tema tenía esa virtud muchos fruncían sus intolerantes ceños y criticaban a quien había osado transmitir descifrables estados de ánimo, emociones o ideas. Por suerte, el fundamentalismo de lo hermético pasó y no sobrevivieron los más dogmáticos, sino los mejores, con independencia de que fueran rompedores, clásicos o extravagantes.

En su breve parlamento, Sandoval declaró que su objetivo era llegar al mayor número de personas posible y que la atmósfera de su trabajo preservara el alma de los conciertos en directo (lástima que los discos no puedan preservar también los cuerpos que tanta música inspiran). Por eso, añadió, casi todos los temas son primeras tomas, porque "los errores forman parte de la belleza de la música". Sandoval no sólo toca solo (si me permiten la rima musical). Le acompañan Horacio Fumero y Peer Wyboris, virtuosos del contrabajo y de la batería entendidos no como instrumentos pirotécnicos o de represión rítmica sino como defensores del acompañamiento creativo. Igual que ocurre en las presentaciones de libro, alguien del público le preguntó a Sandoval cuáles eran sus influencias. El pianista respondió que Ravel (del que Stravinsky dijo que era el más perfecto de los relojeros suizos), Debussy (de cuya música dijo Rimski-Korsakov: "Mejor no escucharla; corre el riesgo de acostumbrarse a ella, y entonces le acaba gustando"), Bach (del que un miembro del consejo de Arnstadt dijo: "Si Bach sigue tocando de este modo, nos quedaremos sin órgano en dos años, o la mayor parte de la congregación se quedará sorda") y, del universo jazzístico, Tete Montoliu o Bill Evans. (No incluyo las citas para rellenar, ni para amortizar un diccionario, sino para subrayar una tendencia enfermiza de la historia: la maledicencia siempre intenta combatir el talento).

Nacido en Pamplona, Sandoval estudió en Barcelona, viajó a Las Vegas y Berkeley, donde conoció al sueco Stefan Karlsson, primero maestro, luego amigo y finalmente colega, y regresó a Barcelona para seguir extendiendo la pasión por un jazz del que, durante la presentación, el crítico Andreu Fábregas destacó la armonía y el equilibrio. Karlsson también asistió al acto en calidad de guest star. Como ya viene ocurriendo con muchos músicos de jazz, no tenía aspecto de politoxicómano desahuciado, sino que lucía una saludable sonrisa. Los intercambios de agradecimientos se sucedieron hasta que Sandoval y Karlsson tuvieron la buena idea de sentarse ante sus respectivos pianos para interpretar un par de temas. Con los primeros compases empezó a trenzarse un estimulante mano a mano, aunque, dadas las circunstancias, quizá deberíamos decir un manos a manos (cuatro en total). El silencio de los espectadores era absoluto. Nadie quería dejar de saborear ninguno de los matices de los temas, una elaborada combinación de melodía, ritmo, referencias, tributos, digresiones, diálogos, complicidades y técnica. En su espléndido libro de crónicas de jazz (All what jazz, editorial Paidos), el poeta Philip Larkin contaba que, en 1964, la revista Time dedicó un editorial y un reportaje a Thelonius Monk en el que se definía la música del maestro en estos términos: "Una conversación dramática en una lengua extranjera, un fragmento de la carcajada de un borracho, un grito en el parque de noche". La carga existencial y el orgullo racial de aquellas composiciones siguen vigentes, pero han sido reinterpretados por músicos como Sandoval que, de acuerdo con biografias afortunadamente menos trágicas y más estables, asimilan la tradición y la convierten en algo accesible, transversal, sin ese derecho de admisión elitista o autodestructivo que a veces se le exige al jazz. Sausolito (juego de palabras entre el nombre de Sausalito, localidad cercana a San Francisco, y el diminutivo de la soledad necesaria para sentirse a) inspirado o b) entrenarse para, luego, durante el concierto, deslumbrar a uno de esos cuerpos que tanto contribuyen a preservar la atmósfera emocional del jazz) es una declaración de principios y así la percibieron los que asistieron al acto. De vez en cuando, Sandoval cerraba los ojos porque, como ocurre con algunas de las mejores actividades humanas, hay cosas que se pueden hacer perfectamente a oscuras.

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