Miedo a la 'iraquización' de Afganistán
Los afganos han vivido el invierno más violento desde la caída del régimen de los talibanes, en 2001
Como una mancha de aceite en el agua, sobre el mapa de Afganistán se extienden las zonas donde la actividad de la insurgencia aumenta y los ataques se tornan cada vez más arriesgados. Coches bomba como el que el domingo quiso acabar en el centro de Kabul con la vida del presidente del Senado; quema de escuelas a las que acudían niñas; emboscadas y explosivos por control remoto contra las tropas estadounidenses empeñadas en el sur del país en limpiar los restos del dominio talibán, y el creciente hostigamiento a la policía hacen temer una deriva hacia la iraquización de Afganistán. La sociedad civil, sin embargo, se declara cansada de 30 años de guerra y quiere paz y una mejora del nivel de vida.
Los ataques son tantos que no merecen la atención de los medios de comunicación
El Gobierno prepara una segunda campaña para el desarme de las milicias ilegales
Éste ha sido el invierno más violento desde la caída del régimen talibán en noviembre de 2001. Con la llegada del deshielo, los expertos vaticinan una primavera caliente debido a la mayor capacidad de movimiento de la guerrilla. El martes cinco policías murieron y seis resultaron heridos en casi dos horas de enfrentamiento con un supuesto grupo talibán en la sureña provincia de Kandahar. El lunes, en la también sureña provincia de Helmand, les cortaron la cabeza a dos agentes secuestrados el día anterior.
El descontento crece entre la policía: mal entrenada, mal equipada y mal pagada; la gran olvidada, mientras el Gobierno se ha volcado en la formación de un Ejército nacional. El viceministro del Interior Mohamed Daud asegura que son conscientes de ello y que ya tienen listo un proyecto para subir los sueldos de toda la plantilla policial, así como cursillos a cargo de algunos de los países contribuyentes en la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán (ISAF).
Los ataques son tantos que no merecen la atención de los medios de comunicación y en Kabul, especialmente, la población parece haberle vuelto la espalda al pasado y estar más preocupada por como sobrevivir económicamente, que por las acciones de los insurgentes. Los afganos aseguran que les repugnan los atentados suicidas y están convencidos de que detrás de ellos se encuentra la mano de Al Qaeda y de que esa guerra no es la suya, "al menos mientras las tropas norteamericanas ayuden a mantener la seguridad en el país y no traten de ocuparlo", señala Jaled Nasim, de 25 años y estudiante de 4º de Ingeniería en la Universidad de Kabul.
El año pasado los ataques aumentaron un 20% con respecto a 2004 y las acciones suicidas se multiplicaron por cuatro. Hubo un total de 1.700 víctimas mortales, incluidos 99 soldados norteamericanos. En lo que va de 2006, se mantiene esa tendencia creciente de asaltos y muertes. El deterioro de la situación se extiende desde el sur al oeste y el este del país. Fuentes de inteligencia europeas indican que "las conexiones entre el bandolerismo, el narcotráfico y la resistencia complican aún más la situación". La insurgencia ha aprendido en estos años nuevas tácticas de ataque, el narcotráfico ha llenado sus bolsillos y el contrabando de armas, la ha pertrechado.
Afganistán se encuentra ahora en su segunda campaña para conseguir el desarme de los centenares de milicias ilegales que hay en el país. La recogida de armas, sin embargo, deja mucho que desear. En el norte, según indica el diario afgano en inglés Outlook, no ha servido más que para venderlas en el sur, lo que ha permitido a los talibanes establecer contactos con sus antiguos enemigos de la provincia de Badagsan, de mayoría tayika y fiel al asesinado comandante Ahmed Sha Masud.
Estas conexiones debilitan aún más el difícil equilibrio en que se mantiene el presidente Hamid Karzai. Fuentes diplomáticas europeas señalan que el deterioro de la situación revela la necesidad de impulsar el diálogo y el compromiso. "Los bombazos de la aviación en persecución de los atacantes sólo consiguen levantar ampollas entre la población civil que sufre con frecuencia las consecuencias", afirman.
Karzai ha acusado a Pakistán de dar cobijo y apoyo a los talibanes y de mantener campos de entrenamiento de éstos en su país, lo que ha situado las relaciones entre los dos vecinos en su momento más frío desde la invasión soviética. Cuando el mes pasado el presidente afgano viajó a Islamabad para entrevistarse con su homólogo Pervez Musharraf, lo primero que le entregó fue una lista con nombres y direcciones de jefes talibanes y miembros de Al Qaeda residentes en Pakistán. El Gobierno de Islamabad la tachó de "obsoleta" y negó todo apoyo a la insurgencia afgana.
El atentado fallido del domingo contra Sibgatulá Muyadedi, en el que murieron cuatro personas, llevó al presidente del Senado a acusar directamente al servicio de inteligencia paquistaní (ISI) de querer asesinarle. Karzai también atribuyó el atentado a "extranjeros que luchan contra la paz y la estabilidad de Afganistán".
Carne sólo para privilegiados
La paz ha convertido Kabul en un inmenso bazar en donde la inmensa mayoría de la población trata de subsistir revendiendo cualquier cosa, desde caramelos a tarjetas de móviles. De quienes van a pie voceando la mercancía, se pasa a los que tienen un carrito cargado de frutas, plásticos, o cualquier otra cosa. El siguiente escalón lo componen la infinidad de tiendas diminutas, que dan cobijo a muchos de sus habitantes, que utilizan los escasos metros de su negocio como única vivienda. "Ahora tenemos seguridad pero libramos una penosa guerra económica", dice Hamid Nurí, propietario de una tienda de alfombras.
Nurí echa de menos los tiempos del presidente prosoviético Najibulá (1988-1992). "Entonces los precios eran muy bajos y se vivía muy bien. Ahora hay negocio pero todo está carísimo", señala y se tapa la boca con la mano para susurrar: "Aunque esté mal decirlo, incluso con los talibanes se vivía mejor, aunque tenías molestias como la obligación de llevar barba y de tapar a las mujeres".
En Afganistán casi no hay empleados aparte de los funcionarios, cuyo salario medio es de alrededor de 45 euros mensuales. Un euro tiene 56 afganis. Si como es habitual la familia consta de más de cuatro hijos, las cuentas no salen. Comer pan es posible: uno cuesta ocho afganis, pero la carne sólo la prueban los privilegiados: un kilo cuesta 250 afganis.
Mujeres cubiertas con el tradicional burka azul pálido y seguidas de su prole de niños andrajosos, componen el batallón de mendigos que hace casi imposible caminar por Kabul. Muchas son viudas, otras campesinas llegadas al olor de los miles de millones que la comunidad internacional ha prometido a Afganistán.
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