El telegrafista de la RAF de Oñati
Llevaban dos meses comiendo sólo pasta. La tripulación, aunque era en su mayor parte italiana, ya no aguantaba más. Spaghetti, tagliattele, macarroni, lasagna... Edward Rosset, con poco más de 20 años, era el último marino de aquel barco carguero de bandera panameña y filiación desconocida. Aunque habituado a comer lo que fuera desde que su padre se arruinó cuando tenía 12 años, también estaba harto de aquella monotonía gastronómica. Y participó en el motín. Era un vapor a punto de desguace que navegaba a cuatro kilómetros por hora ("Nos adelantaban los peces", recuerda Rosset). Dejaron de echar carbón a las máquinas. Durante una semana, estuvieron varados en el Mediterráneo. Al final, el capitán accedió, cambió el menú y, por fin, llegaron a Argel, en plena guerra de la Independencia. Pero esa es ya otra historia.
Edward Rosset, autor de novelas históricas, esconde bajo su apacible presencia de editor de libros de texto una juventud aventurera
Aunque de nacionalidad británica, Edward Rosset nació en Oñati hace 67 años, de casualidad, porque su padre había conseguido un trabajo en una empresa de resistencias eléctricas de la localidad guipuzcoana. Sus padres ya llevaba años viviendo en Guipúzcoa, siempre en San Sebastián, adonde había llegado su abuelo desde Barcelona, como representante de la fábrica de automóviles Hispano-Suiza. Pero la familia era originaria del Reino Unido o, mejor dicho, de Italia. Dejemos hablar a Edward Rosset. "Nuestro antepasado fue aquel Rossetti que colaboró con Garibaldi, en la unidad de Italia; al final, lo consiguieron, pero pagaron con el exilio. Rossetti se marchó a Londres y parte de sus descendientes modificaron el apellido y lo dejaron en Rosset", relata.
El espíritu inquieto del patriarca lo heredaron buena parte de sus descendientes, de un modo u otro. Dante Gabriel Rossetti es una de los grandes literatos y pintores ingleses del XIX. El tatarabuelo de Rosset se dedicó a cuestiones más prosaicas: fundó un banco en Letchworch, cerca de Londres. "Pero se arruinó, una constante de mi familia. Esperemos que conmigo se acabe esa mala racha, a estas alturas de mi vida", bromea el escritor guipuzcoano. Y, claro, la familia tuvo que volver a emigrar. "Mi bisabuelo vino a España, pero los lazos con Gran Bretaña se mantuvieron: mi abuelo y mi padre nacieron allí".
A trancas y barrancas, esta saga de emprendedores lo mismo que se arruinaba levantaba grandes negocios. El padre de Edward Rosset, después de trabajar en Oñati, llegó a gestionar una red de comercios de electricidad importante. "La tienda más importante era Aplicaciones Generales, en la calle Guetaria, en San Sebastián. Aunque eran los primeros años de la posguerra, vivíamos muy bien; pero unas malas inversiones de mi padre le llevaron a la ruina: tuvimos que vender hasta el piano", recuerda el autor de La conquista del Amazonas o Rumbo a Cipango. Entonces él tenía 12 años y pronto tuvo que ponerse a trabajar, mientras su padre trataba de sacar a flote a la familia impartiendo clases de inglés, otra constante en los Rosset.
Nada más cumplir los 18, se marchó en busca de trabajo. "Aunque Inglaterra siempre había sido mi destino predilecto, me marché a Francia, a cortar pinos en Las Landas, que estaba muy bien pagado. Pero no era lo mío. Y me trasladé a Burdeos donde, después de dar la pelmada en el puerto, al fin me embarqué". La intensidad de la navegación no le dejaba tiempo al autor de Los navegantes para dedicarse a la literatura, su pasión de la infancia. Y tampoco su gran facilidad para meterse en líos, a pesar de una apariencia tranquila.
Como aquella aventura en Yemen, cuando un compañero estadounidense del petrolero sueco en el que navegaba les prometió a Rosset y otro amigo inglés unas vacaciones de lujo, pagadas por su padre, un multimillonario tejano. "No sé a qué se dedicaba, pero era un embaucador: pasamos de dormir en el mejor hotel del país a la playa; y de ahí a la cárcel. Menos mal que entonces a los extranjeros se les daba un trato preferente y durante aquellos días nos dedicamos a fabricar sillas de mimbre. Labor que, por cierto, no he olvidado", comenta.
Al poco tiempo llegó el servicio militar en la RAF, las prestigiosas fuerzas aéreas británicas. "Me apunté por dos años, porque pagaban bien. Eran tiempos un poco turbulentos los que se vivían en Libia, no en vano cuatro años después, Gadaffi, que entonces era sargento, se proclamó presidente. Recuerdo cómo la resistencia nos quería comprar las armas directamente: un fusil, 100 libras; una metralleta, 300. Inaudito". Allí en las interminables guardias en El Adem, Rosset estudió periodismo y comenzó una tímida carrera literaria que en este 2005 se ha visto reconocida con sendos premios.
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