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Entrevista:GERARDO VERA | Director del Centro Dramático

"Nuestra profesión está sobrevalorada"

Juan Cruz

A Gerardo Vera los años y la experiencia (el viernes último cumplió 59 años; nació en Miraflores de la Sierra, es de Madrid "y de medio mundo") le han dado "humildad, perspectiva", y el espíritu que le permite afirmar que la profesión que ejercen, sobre todo, las gentes del teatro y el cine "está sobrevalorada". Año y medio después de hacerse cargo del Centro Dramático Nacional, que acaba de rescatar, con un montaje suyo de Divinas palabras, de Ramón María del Valle-Inclán, la vieja sala Olimpia, que ahora se llama precisamente Valle-Inclán, reflexiona sobre el tiempo, sobre lo público y sobre sus fracasos.

Pregunta. ¿Qué le ha dado la edad?

Respuesta. Prudencia. Y el sentimiento de que todo es relativo. Ahora me pienso mucho las cosas; cada vez que tengo una idea procuro mirarla desde el lado contrario. Y ahora sé que fracaso y éxito son conceptos que no hay que tomarse a la tremenda.

"El Centro Dramático Nacional no es de Lavapiés, pero tiene que integrarse en Lavapiés para ayudarle a reflexionar sobre sus problemas" "He aprendido a ahorrar, a atender a lo público, a entender que estar aquí es como administrar una casa cuyo dinero no es tuyo, sino de todos"

P. Antes no era así.

R. En absoluto. Me sublevaba cada vez que tenía una contrariedad, o una mala crítica. Y es que los artistas tenemos un ego muy grande, muy grande. Y lo cierto es que ahora descubro que cuando más importante eres es cuando menos importante te crees.

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P. ¿Remedios para el ego?

R. Saber que hay trabajos de ida y trabajos de vuelta; alcanzas la madurez cuando haces trabajos de vuelta, cuando el poso del tiempo te permite también la autocrítica. A veces miro mi currículum y me asusto, y me acuerdo de todo; también de los fracasos. El otro día me decía Alicia Hermida, actriz, que trabaja conmigo en Divinas palabras: "¡Cómo te puedes acordar de cuando hicimos Diálogos de la herejía!, aquella obra de Agustín Gómez Arcos que tan poco estuvo en cartel". Pues me acuerdo, me acuerdo de todo.

P. ¿Y le produce abismo?

R. Algunas cosas, sí, y otras, no. Me produce abismo recordar los trabajos que hice sin convicción. Por ejemplo, mi primera película, La mujer bajo la lluvia, de 1991. Me precipité al hacerla; si hubiera reflexionado más, no la hubiera hecho. ¡Pero entonces creía que tenía fuerza, poder, para hacer cualquier cosa!

P. ¿Otro fracaso?

R. El que tuve en la Expo de Sevilla, en 1992, con Azabache, un espectáculo flamenco en el que estuvieron Rocío Jurado, Juanita Reina, Imperio Argentina...

P. Arrogancia.

R. Sí, arrogancia, exceso de ego..., sobrevaloración.

P. ¿Y sus mejores momentos?

R. Aquellos en los que he puesto el corazón, aquellos que me han hecho levantarme y decir: "¡He aquí algo que me entusiasma! Está relacionado con EL PAÍS".

P. ¿Ah, sí?

R. Si me levanto y me pongo a leer EL PAÍS es que por la noche no ha venido ninguna gran idea a mi mente, así que no la tengo que apuntar, elaborar sobre ella. Pero si ha venido una idea, dejo el periódico para más tarde.

P. ¿Cuáles fueron esas ideas que dejaron EL PAÍS para más tarde?

R. Tengo un recuerdo enorme de Segunda piel, de 1998; es la película más mía, a ella me entregué absolutamente. Me siento orgulloso de estas Divinas palabras, que dirigí como si estuviera cumpliendo un sueño. Y una satisfacción personal, porque ya dirigí yo la obra en el TEU, en 1968. Nunca pensé que la volvería a hacer. Ahora he tenido cartas de estudiantes que la hicieron conmigo entonces. "¡Sabíamos que ése iba a ser tu destino!", me dicen algunos. Sí, no era un hobby, mi vida iría por ahí.

P. Valle le indicó el camino.

R. Efectivamente. Entonces le puse música de Stravinski: ¡ya estaba predestinado a las locuras! Ahora la música es de Luis Delgado, un monstruo de la música contemporánea, un artista y un artesano, algo que no es frecuente.

P. Lleva usted año y medio al frente del CDN.

R. Con mucho orgullo, y mucho agradecimiento a la ministra Carmen Calvo, que me puso a trabajar y que me deja trabajar.

P. ¿Qué ha aprendido en este trabajo?

R. He aprendido a ahorrar, a atender a lo público, a entender que estar aquí es como administrar una casa cuyo dinero no es tuyo sino de todos. Y entender lo público también obliga a abrir el centro a todo el mundo; sientes un deber de humildad. Lo público te da un baño de realidad que te va muy bien para administrar adecuadamente el presupuesto.

P. Hablaba usted de egos. ¿Cómo está la medición de egos en su profesión?

R. Uf, altísima. Tanto en el teatro como en el cine, que son profesiones sobrevaloradas. Están llenas de filias, fobias, envidias... Somos unos personajes sobrevalorados.

P. ¿Le sorprendió que hace unas semanas la gente de Lavapiés recibiera de uñas tanto a usted como a las autoridades que fueron a inaugurar la sala Valle-Inclán?

R. No me sorprendió en absoluto. Hubo gente que quiso impedir que hubiera pancartas en el teatro contra nosotros, y lo prohibí. Tenían derecho a manifestarse; nosotros fuimos allí con mucho despliegue, con cierta prepotencia, y aquel es un barrio con muchos problemas. Tienen derecho a manifestarlo. Lo que yo les he dicho es que el CDN no es de Lavapiés, pero tiene que integrarse en Lavapiés, para ayudarle a reflexionar sobre sus problemas y buscar soluciones que también pasan por la cultura.

P. ¿Ya ha pensado en algo?

R. Estoy contactando con gente que haga actividades en el centro, que lo consideren suyo. Pero pensaremos juntos.

P. ¿Algún sueño de cumpleaños?

R. Que venga a dirigir actores un gran director anglosajón, Simon McBurdy, que hizo aquí un gran montaje de Medida por medida, de Shakespeare, y que nos salga bien el Marat Sade de Peter Weiss (versión de Alfonso Sastre) que hará el año que viene Animalario.

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