Elkarri en el Sinaí
Elkarri ha dado a la luz recientemente un decálogo con el propósito de "evitar equívocos en materia de reconciliación". Es proverbial el afán de esa organización por situarse en una especie de tribunal objetivo más allá de toda contienda -y disimular así su palpable trayectoria partidista-, afán que se suele traducir en la conversión de los acontecimientos en apartados de un programa de estudios. Es así que en esta ocasión los equívocos que afirma querer evitar se cometan en "materia de reconciliación", es decir, sobre postulados objetivos previos al hecho mismo y que convendría dejar en claro para posibles indocumentados en ese apartado de estudios. No se puede entender, si no, esa referencia a los equívocos, falsas interpretaciones o interpretaciones imprecisas que se suelen dar sobre algo ya establecido, algo previo, un texto por ejemplo. Aunque pudiera ser también -lo que no contradiría esa formalidad académica a la que me refería como fuente de autoridad- que Elkarri poseyera ya el texto de lo que ha de ser, lo que debe ser nuestra reconciliación y, antes de ofrecérnoslo, nos advirtiera y aconsejara sobre cómo debemos entenderlo.
Dice el primer punto del decálogo: "Tras un conflicto destructivo, la reconciliación no es volver a hacerse amigos, sino volver a tratarse con respeto". Esto se supone que vale en China como en Perú, es decir, en el cielo de los conflictos destructivos. Pero bajemos a la caverna, en la que nos hallamos, que es a donde Elkarri no se digna a bajar casi nunca, y veamos de qué conflicto estamos hablando. Hay un Conflicto con mayúscula, intemporal y del que ETA sería otra expresión más, que dijo el sabio. Y hay un conflicto con minúscula, que es del que vamos a suponer que habla Elkarri, pero cuya naturaleza queda por determinar, puesto que sobre ella existen diversos criterios. No es mucho sospechar que este decálogo se hace público tras la polémica suscitada por la declaración del Parlamento vasco en la que se demanda que no haya "vencedores y vencidos". Y es curioso que en esa declaración parlamentaria se haga referencia a "la situación" como causante de lo que nos ocurre, un agente sin sujeto que nos sitúa a todos en el mismo plano. De cuál sea la naturaleza de ese conflicto o de esa situación nada se nos dice, y todo parece indicar que para algunos -también para Elkarri- su definición habría de ser fruto de ese acuerdo posterior al fin de las armas que tendrían que adoptar todos los partidos. Sería la solución alcanzada la que determinaría la naturaleza del problema, de forma que las responsabilidades se diluyeran en la satisfacción de todos. ¿De todos?
De todos, indudablemente, no, dado que hay quienes, por el contrario, han definido ya con claridad la naturaleza de este conflicto y consideran que es esa su naturaleza la que debe dictar su solución. El conflicto no es más que la agresión armada de un grupo terrorista contra las instituciones de un Estado democrático, con el resultado de un número considerable de víctimas inocentes. Por ello, ese grupo terrorista ha de ser derrotado, y ha de serlo no para que haya vencedores y vencidos, sino precisamente para que no los haya. Es eso lo que significa reinstaurar una vida democrática, en la que no debe haber discriminación -vencidos- a causa de una opción ideológica determinada o de un pasado con adscripciones delictivas. Pero, para que eso ocurra, el Estado democrático debe primero vencer, y no debe someterse a demandas gananciales que vayan a someter a los supuestos vencidos en vencedores y viceversa. No supondría otra cosa acceder a la demanda autodeterminista de ETA como condición para dejar las armas. Cierto que esa demanda también lo es del nacionalismo institucional, pero si éste se acogiera a ella en esas circunstancias convertiría a ETA de facto en su vanguardia armada, con el delito añadido de promover una situación en la que sí habría vencedores y vencidos. ¿Es esto lo que se pretende al demandar que no los haya?
Sin embargo, pese a todo lo anterior, lo más llamativo del decálogo de Elkarri es su concepción del perdón de las víctimas. Seamos claros, tanto la demanda de perdón como su concesión son subjetivas y, por lo tanto, no prescriptibles. El perdón es individual y las medidas generales, que son las que están en juego, son medidas de clemencia. Y la clemencia, si no demanda de perdón, sí debiera exigir un reconocimiento del daño infligido a miles de ciudadanos -asesinados, heridos, extorsionados, amenazados, amedrentados- y a la sociedad en general. Elkarri, al proponer que "la petición de perdón no es condición previa sino, en todo caso, parte y consecuencia voluntaria del proceso de reconciliación", puede continuar instalada en su Sinaí, pero quizá esté condenando con ello a otros a seguir en su Getsemaní.
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