Una ola llevaba mi esquela
Cuando vi las caras de los tripulantes de mi guardia mirando por encima de mi hombro y una voz que me gritaba "¡no mires para atrás, Guillermo!", percibí que las grandes olas que habíamos tenido en las últimas horas y que nos hacían cabalgar a 30 nudos de velocidad en casi incontrolables surfeos habían aumentado, si cabe, su tamaño y pasaban del límite que divide lo divertido de lo peligroso.
Cuando decidí mirar para atrás para saciar mi curiosidad, vi lo que la naturaleza es capaz de fabricar: millones de toneladas de agua desplazándose a una velocidad considerable. Realmente, no olvidaré este paso del cabo de Hornos y me acordaré de una ola que llevaba mi esquela con mi nombre, mi fecha de nacimiento y, en puntos suspensivos, la otra fecha, que espero que tarde en llegar.
Muchas veces me habían preguntado si alguna vez había pasado miedo en alguna de las vueltas al mundo que había dado hasta ahora. La respuesta era difícil porque compitiendo es difícil pasar miedo, ya que una cosa es incompatible con la otra, o eso creía yo. A partir de ahora tendré una respuesta más concreta: en mi sexto paso del cabo de Hornos sí que he pasado miedo. Y creo que cualquiera que hubiera estado en mis botas hace unos días con vientos de 50 nudos y con unas olas que en mi vida había visto antes lo habría pasado. Las historias de navegantes cuentan que al timonel no se le permitía mirar para atrás cuando había unas condiciones de grandes olas. La razón era que, si veía lo que se le venía encima, le entraría tal miedo que sería un peligro para todos.
La razón de estas olas descomunales típicas del cabo de Hornos es que el fondo marino pasa de 4.000 metros de profundidad a 70 produciendo un enorme escalón en el que las olas, de por sí grandes, del océano Pacífico se convierten en auténticos agujeros capaces de engullir un barco de tamaño considerable. A lo largo de toda la historia de la navegación, en este remoto lugar al Sur de la Patagonia es donde ha habido más pérdidas de barcos y las tormentas y la fama del cabo de Hornos son conocidas desde tiempos antiguos.
Durante unas horas, a bordo del Ericsson, se dejó de competir y se pasó a sobrevivir y pasar el mítico cabo de una pieza mientras el Movistar ponía rumbo a Ushuaia para reparar los problemas con su estructura de la quilla. Ahora, de nuevo, estamos en plena competición, como si nada hubiera pasado, navegando hacia Río de Janeiro y pensando en el calor tropical que nos espera en Brasil después de dos semanas de frío, cansancio y tensión compitiendo en uno de los sitios mas inhóspitos de la tierra: el océano Sur. Si tuviera que definir cómo es el infierno, podría describirlo a través de una noche en estos mares cuando se ponen crudos.
Guillermo Altadill es jefe de guardia del Ericsson Racing Team.
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