El poder de la bronca
Si el presidente del Gobierno es de los que piensan que mejor que hablen de él aunque sea mal, seguro que estará encantado con la convención del Partido Popular. Todos los oradores, incluido Rajoy, se han centrado en explicar las maldades de Rodríguez Zapatero. Poco se ha sabido sobre los proyectos del PP: una lista de generalidades intercalada en un encadenado de descalificaciones del jefe del Ejecutivo. Así está la oposición desde hace dos años, repitiendo que Zapatero no tiene proyecto ni sabe lo que quiere. Declinando, de mil maneras, una sola idea para terminar con la oferta de dos pactos al Gobierno: sobre el terrorismo y sobre la cuestión territorial. Dos falsas ofertas porque ambas son de imposible cumplimiento. Ya no es tiempo para retirar el Estatuto catalán, y no es posible rectificar una política antiterrorista que no ha cambiado en el sentido que presupone Rajoy: sólo desde un subjetivo juicio de intenciones se puede discutir sobre el incumplimiento del Pacto Antiterrorista y la Ley de Partidos.
Una convención no es un congreso, donde se toman decisiones. Sólo es un desfile de notables para mostrar a la concurrencia las últimas propuestas de un partido, auténticos spots publicitarios para relanzar la marca. El propio eslogan de la convención, las insinuaciones de los dirigentes del PP y el sentido común inducían a pensar que los populares querían marcar un cierto distanciamiento de la estrategia de resentimiento seguida en estos dos años de oposición, y una apertura a través de un discurso más liberal y reformador. Si ésta era la intención, a Rajoy le han fallado tanto los actores como los figurantes. Desde Esperanza Aguirre hasta Eduardo Zaplana, pasando por José María Aznar y Ángel Acebes, el catastrofismo, el espíritu guerrero y la descalificación del adversario dieron el tono de la convención. Y arrancaron las grandes ovaciones del público. Ni Ruiz-Gallardón, ni Pío García Escudero, que predicaron "el antídoto del uso sereno de la razón", encontraron eco en una fervorosa militancia entregada al pimpampum.
Merece mención aparte la intervención de Aznar. Seguro que le resulta difícil abandonar el estilo bronco y despreciativo que llevó hasta el absurdo a partir de la guerra de Irak. Pero la condición de ex jefe del Gobierno exige un mínimo de responsabilidad. Alguien que ha gobernado España no puede convertirse en un sembrador de alarmas y rencores, anunciando una balcanización del país cuando no hay ni un solo elemento en la vida política y social que justifique tal afirmación; no puede regalar a los terroristas la peregrina afirmación de que Zapatero les "mendiga una tregua"; ni falsear la realidad hasta negar lo que toda España ha visto: que su Gobierno dialogó y negoció con ETA. Aznar se ha convertido en un demagogo irresponsable que prefiere satisfacer su resentimiento aunque sea dañando al país y a su propio partido. Lo más grave es que dio el tono de la convención y arruinó toda credibilidad a la voluntad centrista del PP. Un partido de centro suele tener algo a su derecha; y puede sobre todo establecer alianzas. No es el caso del PP.
La resolución sobre el terrorismo abre, sobre el papel, lo que se podría entender como una puerta a un entendimiento con el Gobierno, al afirmar que "no cabe el diálogo con ningún terrorista en tanto mantenga su voluntad asesina de utilizar el terror y la muerte". También la moción del Congreso de los Diputados de mayo de 2005 exigía "una clara voluntad de poner fin a la violencia y una actitud inequívoca que pueda conducir a esa convicción" como condición de cualquier tipo de diálogo. ¿Serán capaces socialistas y populares de explorar un entendimiento a partir de este punto?
El PP rompe, en otra resolución, el tabú de la reforma constitucional que se había autoimpuesto. Pero en sentido contrario a todas las demás fuerzas políticas y como una verdadera propuesta de restauración, conforme al principio aznarista de que el Estado autonómico está cerrado definitivamente. El PP propone blindar las competencias del Estado frente a las autonomías; exigir mayoría de dos tercios para las reformas estatutarias y restablecer el recurso constitucional previo para los Estatutos. O sea, un retorno al pasado y el bloqueo definitivo de cualquier posibilidad de mayor autogobierno autonómico.
Si el estilo bronco de oposición debe seguir siendo la norma, si cualquier propuesta de reforma es sospechosa y si la base del discurso del PP es la defensa de la unidad de la patria contra un desmembramiento que no se ve por ninguna parte, ¿cuál es el cambio que puede introducir Rajoy? En esta convención no lo ha explicado. Habrá que esperar a la prueba de los hechos, pero hay motivos para pensar que la bronca sigue siendo la única estrategia electoral.
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