Velocirraptores de diseño
El diseño envuelve nuestra vida como una burbuja, desde los pantalones de cadera baja hasta el sabor de la leche, desde el lavabo del cuarto de baño hasta los robots que mandan a Marte. Y cuando vemos documentales sobre el antiguo Egipto nos encontramos con que aquella civilización también fue puro diseño. La máscara de Tutankamon, las pirámides, los templos, los estilizados dioses en parte humanos y en parte animales como en un experimento genético. Siempre que me acerco por el Templo de Debod junto a la plaza de España tengo la sensación de que estoy en un decorado de Tierra de Faraones. Con esto no quiero restar mérito a esta bella construcción, que supone un islote de tiempo detenido, de paz y reflexión, en medio de los pitidos, las obras y el barullo de Madrid. Es simplemente que del mismo modo que el antiguo Egipto parece una superproducción Cecil B. De Mille, el largo periodo del Jurásico es un cómic. Se trata de un mundo fantástico con helechos gigantes pisoteados por esos seres irreales que se merendaban árboles enteros. El diplodocus, el tiranosaurio, el velocirraptor (¿quién ha dicho que se ha extinguido?, seguro que todos conocemos a alguno) bien podrían haber salido de alguna mente adolescente, no necesitada aún de que todo tenga un aire realista, y que por eso seguramente fascina tanto a los niños. Y es que una de las primeras cosas que tendría que ver un niño es el Museo Nacional de Ciencias Naturales, presidido por el descomunal esqueleto de un dinosaurio que vivió en tiempos remotos, cuando los humanos no habíamos llegado para estropear nada. Una vez visto, por corta edad que se tenga, se empieza a sospechar que la vida es relativa y que el dinosaurio jamás podría vernos a nosotros desde su estatura como nosotros lo vemos a él desde la nuestra, sin que una perspectiva sea mejor que la otra.
Ay, el mundo, el mundo. Bajo la mirada de Darwin resulta bastante racional o por lo menos asequible a nuestro entendimiento. Por el contrario, a la luz de esa corriente llamada del Diseño Inteligente la imaginación se puede disparar a lo loco. ¿Seremos puro y duro diseño? De hecho, no se ha visto invento más perfecto que un delfín o un tiburón. Su línea aerodinámica, el color acerado, la piel suave, el movimiento perfecto. Por no hablar de los pájaros. Lo de las alas es sencillo, práctico, elegante. O las flores, que es rizar el rizo del diseño. Sin duda la creación de una mente bastante preciosista. Los pétalos aterciopelados de la rosa o los aparentemente sencillos de las margaritas (como la manera de escribir de Alice Munro). La corola, el cáliz, el tallo, las espinas, el perfume. ¿Cómo se le podría ocurrir una flor a alguien que jamás haya visto una? Será por eso por lo que Jorge Guillén dice "No pasa / Nada. Los ojos no ven, / Saben. El mundo está bien / Hecho".
Y entonces llegan los diseñadores de ropa para quienes parece que las mujeres estamos mal hechas y pretenden reducirnos a los límites de su corte y confección. Nunca he entendido por qué esto se ha dado por bueno durante tanto tiempo. Ha tenido que ser un programa de cotilleo de televisión el que ha puesto el dedo en la llaga de los cuerpos imposibles de la Pasarela Cibeles, como del resto de pasarelas. Este escándalo viene coleando y coleando. Hace seis años escribí en una columna: Tengo ante mí una foto que voy a tratar de describir: avanza por una pasarela un esqueleto vestido. No se sabe cómo pueden sostenerla esas piernas sin carne ni musculatura y con un hueco entre los muslos por donde puede pasar un camión. A su lado camina torpemente un modista con gesto de genio o de cierta preocupación porque su colección sea comprendida (no va a ser porque la modelo se le esté muriendo de hambre). Es gordo, y los muslos se rozan uno con otro hasta formar en los pantalones unos pliegues bastante antiestéticos. Los diseñadores deben tomar en consideración todo tipo de cuerpos, sobre todo cuando la moda es más determinante entre los jóvenes que la religión y la política. Cuando lo que se lleva y cómo se lleva mueve el mundo soterradamente y es expresión de una especie sofisticada, que lamentablemente está en manos de desaprensivos sin imaginación, que pretenden que los cuerpos se adapten a sus trapos y no al revés, no cumpliendo así la costura su verdadera función de realzar encantos y disimular defectos. Y aquí entramos en el terreno de la cirugía estética. Si todos los años unos 250.000 españoles se lanzan temerariamente y sin necesidad a los quirófanos es porque constantemente todos tenemos ante las narices unos grandes y potentes espejos en que nos vemos deformados. ¿Quiénes los han puesto ahí?
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