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FUERA DE CASA
Columna
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Melancolías y otros cálculos

Acaba de aparecer una biografía de una de las más importantes artistas americanas del pasado siglo, la fotógrafa Diane Arbus. Ella era una niña bien, pero muy niña se le ocurrió mirar al otro lado del espejo. Saltó la tapia, despejó el bosque y se encontró con que allí al lado, muy cerca de sus jardines, habitaban los otros. Tomó una cámara y no paró de mostrar el lado feo de su ciudad, Nueva York, y siguió con el mismo espíritu por la llamada América profunda. Sus disparos fotográficos son lo contrario de un ciego con una pistola, ella lo quiere ver, lo quiere mostrar todo y nunca se pone una venda para mirar el lado menos fotogénico de la realidad. Nos ha dejado un mundo excéntrico habitado por monstruos caseros, el mundo de los pobres y el mundo de los freaks. También la biografía nos acerca a una mujer muy libre, muy dispersa, en sus relaciones eróticas. Y sobre todo, a una mujer a la que nunca abandonó la melancolía. Entre la depresión, la enfermedad y el deterioro físico, decidió terminar con su vida antes de cumplir los cincuenta años.

De otra melancolía, de una que no se quiere dejar derrotar, de una melancolía que lucha contra la pérdida de la memoria, de la memoria de la melancolía de María Teresa León, se habló esta semana en Madrid. En una galería de arte, la que dirige su sobrina Teresa Alberti, se presentó un hermoso libro sobre la escritora, la luchadora, la republicana y comunista María Teresa, Memoria de la hermosura. Un grupo de amigos, escritores, poetas, artistas que fueron amigos de una mujer que fue valiente hasta el final, hasta que el Alzheimer pudo con su vida llena de hermosura por "dentro y por fuera, de frente y de perfil, bella y valiente", como escribe Almudena Grandes. Murió el 13 de diciembre del año 1988. Al día siguiente, una huelga general paralizó España, el día de su entierro, que en compañía de unos pocos amigos tuvo lugar en el cementerio de Majadahonda. Melancólica fecha, melancólica tumba con una lápida en la que se puede leer un verso de su marido, de Rafael Alberti: "Esta mañana, amor, tenemos veinte años". Hace mucho que no tenemos veinte años, pero no olvidamos que cuando tuvimos algo más de veinte años se publicó su libro esencial, el más conocido y leído de una autora a la que la sombra de su amor, del poeta Alberti, impidió que conociéramos mejor. Ese libro es Memoria de la melancolía, uno de los más leídos y consultados por los hispanistas. Ahora, gracias a este libro que acaba de aparecer, nos podemos acercar un poco más a la peculiar vida de esta luchadora que, como otras de su tiempo, decidió cambiar su destino. Nacida en una familia de la alta burguesía, creció siendo una hermosa joven burguesa, había bailado con el rey, se casó, tuvo hijos, parecía destinada a una cómoda existencia, y el amor, la política, la guerra y el exilio cambiaron su existencia. Un radical cambio de destino.

Tan radical, pero en dirección contraria, como el que vivió, y sigue viviendo, otro escritor, el poeta y ensayista Jon Juaristi. Es un notable escritor, su libro está escrito con la veracidad del que decide cambiar y contar la razón de sus cambios. Unos los entendemos más que otros. Desde luego, su historia, su evolución, su cambio no está escrito desde la melancolía. No, las armas y las letras de Juaristi van por otro camino, por sus muchas veces transitado camino de la ironía. Una rara capacidad para cambiar tan radicalmente que contradice con su propia biografía aquello que dijo Julio Camba: "Es más fácil cambiar de religión que de gustos culinarios". Hace tiempo que ya cambió de religión, cambió de partido, cambió de amigos y yo creo que está a punto de cambiar de gustos culinarios. Algo especialmente difícil si eres vasco.

Nos hemos encontrado con otro poeta, con alguien que no cambia con los años, con los libros. Crece en cada libro. Sus poemas mejoran con los años como el buen brandy. Es Joan Margarit, el arquitecto al que ese oficio de calcular estructuras no le importa tanto como ese otro del cálculo de esa estructura misteriosa, muchas veces melancólica, que mantiene o derriba un poema. Me gustan los poetas, los irónicos, los melancólicos y los otros. Me gustan los poetas que escriben, por ejemplo, "para huir, muy pronto quedarán tan sólo las ventanas de la infancia. De par en par abiertas para poder saltar". No creo que a estas alturas del partido cambie mucho de destino, porque tengo claro que "no deseo ser dócil ahora que envejezco". Buenos días, buena suerte. Sobre todo para Alberto Iglesias, que la música de los Oscar suene esta madrugada en su honor.

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