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Columna
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Corre, que ya queda poco

En Francia las multas por exceso de velocidad pueden sobrepasar los 7.000 euros. Primero pagas y después recurres. El Estado francés dedica el 40% de la recaudación por multas a mejorar la seguridad de las carreteras. Y también a incrementar el número de aparatos de radar gracias a los que se detecta a los infractores. En Francia disponen de muchos más aparatos que en España. Por cada radar de los nuestros ellos tienen veinte. La instalación de sistemas antiradar en los automóviles está prohibida. Te pillan con uno de esos artilugios y te vuela el carné. La estadística francesa confirma el descenso de un tercio de las muertes por accidentes de tráfico en los dos últimos años. Desde que las multas son fuertes y la vigilancia no pasa una por alto. Nadie discute la evidencia. Como tampoco la infalibilidad de los radares como prueba de cargo o la medición del alcohol soplando por la pipeta. Ambos excesos, alcohol y velocidad, se consideran inaceptables. Y juntos o separados son la causa principal de las muertes en las carreteras. Además de las multas se imponen en Francia penas de prisión y, desde luego, retiradas de carné de conducir.

Si hay que matarse, hagámoslo antes de que sea un crimen demasiado arriesgado

Los conductores apoyan en su inmensa mayoría las medidas adoptadas. Esto quedaba claro en un reportaje emitido por la Cuatro recientemente. A los conductores se les preguntaba su opinión. Estaban de acuerdo con la dureza con la que se castiga ahora a los infractores. Una muchacha dijo que prefería perder el sueldo con una multa que perder a un amigo en un accidente. Los ciudadanos, dijo otro conductor, podemos hacer locuras pero las autoridades están ahí para impedir que las hagamos.

A los pocos días se dio en España la noticia de un conductor que viajaba a 260 kilómetros por hora en un tramo de carretera cuya limitación de velocidad era de 120 kilómetros por hora. Los guardias le multaron con 600 euros, que es la sanción máxima en la actualidad en nuestro país. Y lo dejaron continuar su viaje. Esto ocurría a las cinco de la tarde en la carretera de León a Burgos. El conductor, de 41 años, iba al volante de un Audi A8.

En Francia no habría seguido al volante de ese automóvil, ni de ningún otro. La policía lo habría inmovilizado. Y al conductor lo habrían llevado al juez.

En aquel reportaje de la Cuatro sacaron a vendedores de coches en el país vecino tratando de persuadir a los compradores para que adquirieran el piloto automático, o el limitador de velocidad. Ahora los coches ya salen de fábrica con el sistema incorporado. El conductor fija la velocidad de crucero. Si se distrae y acelera, o si frena y se desactiva el sistema, suena una señal que le advierte de ello. De manera que es consciente si desatiende el aviso.

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Aquí los vendedores siguen vendiendo velocidad y pocas veces otra cosa que no sea potencia y más potencia. Vender velocidad no es sólo una insensatez, sino incluso un delito.

El otro día salió el director general de Tráfico en la tele explicando con una modestia enternecedora que le parecía oportuno cambiar lo que fuera oportuno para que algunas infracciones de tráfico dejaran de ser faltas y pasaran a ser delito. No le falta razón, le sobra. Su propuesta es que un conductor que sobrepase los 60 kilómetros por hora donde el límite está fijado en 120 kilómetros, es decir, que vaya por ahí a 180 por hora, sea considerado un delincuente. Y que el Código Penal establezca la pena. Ni siquiera mencionó la pena de prisión. Pero enseguida que desapareció de nuestra vista el responsable del tráfico sacaron a un cantamañanas representante, dijo, de los conductores amantes de correr, quien afirmó que eso no hace falta en nuestro país, que lo que hace falta es más vigilancia en las carreteras. Semejante estupidez no fue replicada por el entrevistador. Ni por nadie. O sea que las dos opiniones quedaron a la misma altura, siendo la primera absolutamente sensata y la segunda mucho más que irresponsable. Me imagino que los telespectadores sacaron sus propias conclusiones. Pero quién sabe. A mí me pareció que el representante de aquella asociación debía de tener conexiones con tanatorios y empresas de pompas fúnebres. Defender de ese modo a los asociados del pedal era como llevarlos al patíbulo cobrando por el servicio prestado.

Ahora da miedo ir por las carreteras. Se ve que a la gente le ha dado por correr al máximo antes de que se imponga en julio el nuevo carné de puntos. Hay que correr porque ya queda poco. Si hay que matarse, hagámoslo antes de que sea un crimen demasiado arriesgado. Hay que apurar.

Por la autovía de Valencia a Madrid, y por la autopista de Alicante a Valencia, que son rutas que conozco bien y en las que trato de sobrevivir a pesar de que en ocasiones parece casi milagroso, los coches de cualquier cilindrada te adelantan airados si no te pones a más de 120 kilómetros por hora. Ni siquiera se conforman con las calles veloces. También necesitan que la banda digamos legal, la de los que no queremos ni morir ni matar por una idiotez como es el exceso de velocidad, se convierta en campo de batalla.

El CIS ha hecho una encuesta para saber si los españoles sabemos cuántas personas perdieron la vida durante los diez primeros meses del 2005 en las carreteras. Sólo el 16% acertó la cifra: 2.814 muertos. En cambio, un 84% creía que solamente murieron mil. Y mil no parecen bastantes muertos.

Cuando un país, en su conjunto, se muestra tan insensible ante esta auténtica tragedia, algo hay que hacer, digo yo. Si nuestros gobernantes están ahí no es para hacer encuestas y decirnos lo bestias que somos, algo que ya sabemos, sino para no permitir que seamos tan bestias. Que miren por arriba de los Pirineos. Copiar lo que hacen otros es suficiente.

www.ignaciocarrion.com

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