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Reportaje:

Una ocupación con 'k' y con sentido político

Los moradores de una casa habitada ilegalmente en Sevilla se enfrentan al desalojo de forma pacífica

La casade okupas ubicada junto al arco de la Macarena, en el número 23 de la calle Aniceto Saénz, una de las 43.000 viviendas abandonadas de Sevilla, corre el riesgo de ser desalojada. El viernes se cumplió el plazo para que los inquilinos abandonen la que ha sido su vivienda desde marzo de 2000.

Los okupas dejaron claro que que, si el Ayuntamiento decide utilizar el edificio para realojar a personas sin vivienda o para fines sociales, se irán de buen grado. Lo que no consentirán es que se use para especular y construir pisos de lujo. "El edificio lleva vacío más de 20 años. Los que vivimos en él somos jóvenes sin recursos pero con ánimo y voluntad social", explica el portavoz José García.

Esta forma de pensar llevó a los jóvenes, no sólo a ocupar una vivienda gratuita despreciada por el propietario, sino a aprovechar un espacio adyacente a la casa para construir allí un centro social, que desde entonces se conoce como Casas Viejas. Desde mayo de 2000 la vida de los okupas estuvo ligada a las actividades culturales que promovían en el centro y que han sido siempre autogesionadas. "No queremos subvenciones", aseguran. Muchas asociaciones han participado en sus jornadas, talleres y proyectos. La suya es, según ellos mismos afirman, una ocupación con "K", es decir, política.

En la casa viven 15 jóvenes de entre 20 y 38 años. Cada uno tiene una habitación de los seis apartamentos que hay en el inmueble. Cuentan, además, con cuatro cocinas, cuatro salones, varios aseos y un baño con ducha.

Estas estancias no eran habitables cuando los jóvenes las encontraron. "La casa estaba llena de basura y escombros, con las instalaciones eléctrica y de agua reventadas, con ratas, desagües atascados...", recuerda Lidia Mauduit, una de las primeras inquilinas .

Mauduit es actriz y combina su trabajo teatral con otros empleos precarios. En la casa hay también músicos, artesanos, y periodistas, entre otros profesionales; además de estudiantes. La casa cuenta también con una zona común para alojar a todo aquel que viene de paso.

Actualmente, tienen comodidades como lavadora, secadora, ordenadores, vídeos, DVD, e impresora. Apuestan por el reciclaje y por el uso de lo estrictamente necesario. "No nos gusta que se tire la comida o que se compre ropa semanalmente. Pagamos por los artículos de limpieza o higiene", explica la joven. Además, procuran adquirir los productos, a poder ser ecológicos, en pequeños negocios.

Aunque viven en comunidad, cada persona tiene su independencia. "Para las comidas solemos reunirnos los que compartimos una cocina", apunta Mauduit, "pero si queremos estar solos, cerramos nuestra puerta y punto". Para llevar este estilo de vida necesitan luz y agua. "Las tomamos directamente de la vía pública", explica Lidia Mauduit. Los inquilinos quisieron pagar al Ayuntamiento estos servicios, pero la ley no lo permite. Sin embargo, en lo que respecta al centro social, consideran legítima la apropiación. "Entendemos que la electricidad debe ser socializada porque trabajamos de forma altruista para el barrio", recuerda la actriz, que lleva el taller de teatro.

En Casas Viejas se realizan cursos de teatro, malabares, sonido, flamenco y percusión. De lunes a viernes, la escuela popular El Arbolillo ofrece lecciones libres basadas en la fórmula asamblearia. "Los niños opinan sobre cómo se deben hacer las cosas", explica el responsable, Santiago Vidarte.

La filosofía de estas personas se rige por el método de asambleas para solucionar conflictos pacíficamente. Es la línea que seguirán ante el desalojo. Con la ayuda de asociaciones como Ecologistas en Acción o el Centro Vecinal El Pumarej, los okupas de Casas Viejas se han organizado para vigilar su hogar y hacer "una resistencia pasiva y pacífica". Y si, por fin, el Ayuntamiento decidiera utilizar el inmueble para usos sociales, su modo de vida seguiría igual. "Un desalojo, una ocupación".

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