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Columna
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Profesionales del paisito

Los abonados a la lectura de EL PAÍS habrán percibido un cambio en la distribución espacial de las cosas vascas. Tales cosas tienen ahora encaje en la paginación general de este diario en vez de en el tradicional cuadernillo donde estaban. Como se sabe, un cambio gráfico o formal desencadena cambios de otro alcance. Salvo para los defensores del mito del buen salvaje, entre fondo y forma realmente no hay diferencia: la forma suele ser el fondo y el fondo suele ser la forma. No podemos engañarnos, ni siquiera cuando, en aras de una mayor sinceridad, naturalidad o sencillez, decidimos derogar formalidades o desistir de ceremonias. Lo hacemos con la ingenuidad de quienes piensan que se sale ganando con tales amputaciones, pero eso no es siempre necesariamente así. Cuando alguien que nos hablaba de usted pasa de pronto a tratarnos de tú sin duda algo ha cambiado: y a lo mejor hemos ganado con el cambio, o a lo mejor no lo hemos hecho. De esto último saben mucho los enfermos que acuden a un centro sanitario: ahí cualquier tipo vestido de verde empieza a tratarte de tú y a hablarte como a un párvulo que no se entera de nada. Y como estás enfermo ni siquiera tienes fuerzas suficientes para decirle qué piensas de su madre.

No nos desviemos del tema: un cambio formal no implica necesariamente un cambio de opinión, pero sí puede afectar al ámbito en que la opinión debe ejercerse. Este es nuestro caso. Afortunadamente, en un medio donde prima la libertad (si los esbirros del Profeta no lo remedian), un cambio formal puede en efecto incidir en el ámbito temático pero no en el cariz del comentario. Dicho en términos geográficos: sección vasca de diario español exige sección de tema vasco. O, por decirlo de otro modo: cuando a vascos, vascos, y cuando a rólex, rólex. Parece axioma filosófico pero es algo más modesto: mera ley para colonias de ultramar.

El nuevo encaje de los vascos exige de éstos un compromiso firme e indeclinable con la realidad local, ora afronte temas políticos, ora opte por el cuadro de costumbres. La realidad vasca como objeto de análisis, en vez de la realidad vasca como excusa para la fuga. ¿Qué hacer con la realidad vasca? Hay tantas posturas al respecto como en el Kamasutra, y cada una de ellas determina distinta consecuencia. Existe el escapismo, hacer como si tal realidad no existiera, postura que prospera en los espacios más insospechados y que remite a algunos nombres populares. Existe también el analista que se esfuerza por desentrañar las claves, leer en el vuelo de las aves y descifrar los criptogramas. Y existen incluso los profesionales del asunto: mercenarios, cortesanos y soldados de fortuna, sometidos al criterio (a veces al capricho) de intereses partidistas, entrañablemente sincronizados con el interés individual.

A partir de ahora, no habrá distracciones temáticas en este minúsculo condado: en las páginas de Euskadi, como acaso estaba prescrito, nos espera el tema vasco. Nos toca a los habituales de esta columna engordar la hueste de comentaristas, glosistas, predicadores, exegetas, hermeneutas, internautas y cosmonautas que sobrevuelan la realidad vasca como buenamente pueden, cada uno desde su particular Sputnik doctrinal, hasta darnos de bruces con el próximo, inminente o meramente imaginario proceso de pacificación o de normalización. A nosotros nada se nos ha perdido en Tasmania.

Esto de ser vasco, la verdad, resulta una murga. Ser vasco deviene condición omnicomprensiva, totalitaria, de nuestra identidad. Ser vasco acaba succionando todas nuestras energías y acaparando todo nuestro ser. Hubo un tiempo en que se acusaba a los nacionalistas de hacer de la condición de vasco un agente anulador de la identidad del individuo, pero realmente existen muchos partidarios de ese insólito recurso emocional: de hecho hay conciencias que más allá del tema vasco no saben moverse con soltura, como si padecieran fotofobia, agorafobia o elenterofobia. O como si supieran lo rentable que es anclarse a la provincia. Profesionales del paisito. Y escribir para contarlo.

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