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Columna
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Carta a Pasqual sobre Ràdio 4

Hay días en que me cuesta entender a mi querido Pasqual Maragall. Ya sé que es un hombre muy dado a las metáforas, y algunas son de una sutileza que requieren neuronas privilegiadas. Yo misma me quedé clavada, hace algún tiempo, en lo del soufflé, y aún deambulo por los libros de gastronomía, cual útil diccionario catalán-Maragall. Como, además, le tengo un gran cariño al personaje y una estima profunda a la persona, tiendo a creer que mi incapacidad manifiesta por traducir sus metáforas al coloquial ruido es exactamente eso, incapacidad propia. Y será así, porque lo que ha dicho sobre Ràdio 4 y Sant Cugat no lo he entendido en absoluto, lo cual debe de ser bueno, porque, querido mío, si te he entendido tenemos un problema. Veamos. Vienen estos de la SEPI y su amiga Caffarel y nos dicen que, en el buen nombre del progresismo, la rentabilidad económica y cuatro verdades absolutas más, hay que dejar a Sant Cugat en los puros huesitos, y hay que cerrar Ràdio 4. Llega el paquete a la patria catalana, y lejos de estallar cual bomba fétida que es, nuestro presidente confiesa que lo entiende, que sus razones habrá, y que fue bonito mientras duró. Hasta se nos pone tierno, "después de tantos años, uno conoce personas, incluso se había acostumbrado a ir, siempre sabe mal...", y a continuar de presidente, que son dos días.

¿Me permiten que hoy me ponga "estupenda", dicho lo cual a la manera del Max Estrella valleinclanesco? Estimado presidente, ¿¡qué puñetas me estás diciendo!? Y ustedes míos, nuestra clase política catalanísima, toda entretenida en reuniones estatutarias mil, ¿¡dónde puñetas están!? ¿Saben lo que pienso? Pienso que esto es un acto de dejación de la responsabilidad que tiene el Estado, Constitución en mano, para promocionar y consolidar el idioma catalán. Pienso que es una clara agresión al mapa mediático catalán de carácter público. Pienso que la argumentación usada no se aguanta por ningún lado, sobre todo si miramos en qué agujeros negros, de programas de estética de No-Do, tiran nuestros dineros públicos los colegas de RTVE. Pienso, además, que los criterios economicistas no sirven exclusivamente cuando se trata de cumplir con los compromisos lingüísticos de un país multicultural. Y por pensar, pienso que no sólo no se puede recortar hasta la extenuación la programación catalana de Sant Cugat, sino que RTVE tiene la obligación, reiteradamente incumplida, de reproducir la diversidad lingüística del Estado. ¿O es que resulta que el catalán sólo es cosa de los catalanes? ¿El Estado no tiene ninguna responsabilidad, ninguna obligación? La tiene, pero es evidente que le importa un rábano, y así vamos, los catalanes pagando doble, el Cervantes, que solo promociona el castellano, y el Llull, para nuestras cosas; las televisiones y radios públicas autonómicas, y las del Estado, etcétera. Pienso, por pensar, que nos hemos acomodado a una situación que exime completamente al Estado de la promoción, el cuidado y las garantías de los idiomas del territorio, y que es nuestro acomodamiento, lo que resulta escandaloso. No. No sólo no se puede recortar la programación catalana -por otro lado excelente- de Sant Cugat, sino que ya tocaría que la clase política catalana, ahora que se debate sobre el sexo de los ángeles estatutarios, exigiera La 2 plural y multicultural, tal como recoge su carácter público. Pero es tan surrealista la situación, que uno de estos días veremos programas en árabe o en mandarín para los ciudadanos recién llegados (y fantástico), y no habremos visto ni uno en catalán o vasco. Y nuestros niños de la política calladitos y a sus cosas. Pienso que no nos dan más porque se cansan, porque ponemos una cara de imbéciles que no se aguanta.

También pienso, sí, que Ràdio 4 es un muñeco roto desde hace tiempo, en parte porque ha encadenado múltiples errores a lo largo de los últimos años. Y así se ha convertido, dicho con la sabiduría poética de Josep Cuní, "en memoria de voces y cementerio de ideas, en superviviente de espíritus y cadáver de esperanzas". Pero ese muñeco hoy roto fue, en su momento, la radio que toda la izquierda quería, porque la nostra era de los otros. Después llegaron los tiempos difíciles del PP, y Ràdio 4 volvió a no preocupar a nadie ya que, puestos a pelearse por las ondas, todos preferían la pelea por Catalunya Ràdio. Y así, entre silencios, indiferencias y abandonos, Ràdio 4 sobrevivió como pudo, huérfana de proyecto y, sobre todo, de interés. ¿No cabía en el panorama radiofónico? Cabía, tenía las aptitudes, los profesionales, las posibilidades, pero presentaba un pecado original: era una radio pública. En este país esto significa, generalmente, no que exista un modelo público de radio, sino que existe un modelo de control. Y cuando uno ya controla un pastel mediático más grande, ¿para qué preocuparse del pastelito?

En fin, pienso, estimado Pasqual, que no has tenido uno de tus días más felices. La muerte de Ràdio 4 es un empobrecimiento de la radio catalana, una dejación de la responsabilidad del Estado para con sus idiomas y una burla a la memoria. Si añadimos a ello la extenuación del Sant Cugat catalán, podemos asegurar que estamos ante un atentado directo e impune a la presencia del catalán en los medios públicos. Y resulta que a Pasqual no le parece mal. Y resulta que el resto del tripartito está para otras cosas. Y resulta que, en pleno debate del Estatuto, nadie lo convierte en un asunto innegociable. Y resulta que los dejamos morir. Y... ¿no será que este país se merece las patadas en el trasero que le dan?

Pilar Rahola, periodista y escritora. www.pilarrahola.com

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