El código de Wilson
Hace unos años se estrenó la película Conspiración, donde el héroe, un taxista de Nueva York llamado Terry Fletcher (Mel Gibson), vivía obsesionado por las fuerzas secretas y subterráneas que dictaban una historia secreta del mundo. Un pobre hombre que había sido programado para cometer magnicidios por una siniestra agencia gubernamental que lo activaba de tanto en tanto a partir de una clave escondida entre las páginas de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Y es seguro que Fletcher -al igual que William Burroughs y Philip K. Dick, otros dos que siempre entendieron a la paranoia como una de las bellas artes- era un dedicado y admirado lector de Robert Anton Wilson.
LA TIERRA TREMA: CRÓNICAS HISTÓRICAS DE LOS ILLUMINATI
Robert Anton Wilson
Traducción de Julieta Lionetti
Poliedro. Barcelona, 2006
382 páginas. 22 euros
Autor de amplio culto, responsable de más de treinta y cinco títulos, pope de la contracultura, filósofo alternativo, editor de la revista Playboy en los años sesenta, viajero lisérgico y explorador del peyote, adicto a las epifanías y, para muchos, un clásico en vida, Wilson (Brooklyn, 1932) era hasta ahora un virtual Expediente X para el lector en castellano. Su único libro publicado en España era el hoy agotado El secreto final de los iluminados (Martínez Roca, 1983). Que la editorial Poliedro se proponga publicar una de sus varias y acaso la mejor de sus trilogías -junto a The Iluminatus! Trilogy, firmada junto a Robert Shea y que puede leerse como una secuela contemporánea, aunque escrita antes, de estas Crónicas históricas- no puede sino ser buena noticia en estos tiempos oscuros en que vivimos bajo el maligno reinado del impío Dan Brown y sus blasfemos epígonos.
Porque si bien queda bastan
te claro que Dan Brown ha estudiado con dedicación las novelas de Wilson (Ángeles y demonios abreva, también, en el misterio de los illuminati) y el mismo Wilson se ha referido a la cuestión en alguna entrevista ("probablemente yo sea el escritor más plagiado de nuestros tiempos. Cometí el error de publicar mis libros antes de tiempo. Ahora salen novelas con temas sobre los que yo escribí hace treinta años y son todas best sellers", dijo); también es cierto que, por suerte, no pueden existir dos hombres más diferentes.
La tierra trema -de 1982, a la que seguirán El hijo de la viuda y El dios de la naturaleza- es buena prueba de ello. Y, contrario a lo que sucede con los ligeros y mal documentados folletines de Brown, su erudita y densa trama -festejada por el ensayista Greil Marcus- se resiste al resumen. Pero no se pierde nada con intentarlo y estamos en Nápoles, en el año 1764, y el músico adolescente y aristócrata Sigismundo Celine es testigo del asesinato de su tío Leonardo durante la celebración de la misa de Pascua. Muerte que se convierte en el detonante de una odisea iniciática que paseará a Sigismundo por medio mundo cruzándose con Johann Sebastian Bach y el niño prodigio Wolfgang Amadeus Mozart, conversando con el Dr. Frankenstein, recibiendo consejos de Casanova y Cagliostro, y alternando con sociedades secretas como los masones, los Rossi Alumbrados y hasta una encarnación primera de la Mafia a lo largo de turbulentos capítulos con nombre de naipes del Tarot. Las próximas entregas llevarán a Sigismundo a París y a Inglaterra y a América sin tener nunca del todo claro si él es perseguidor o perseguido en su búsqueda del Uno: "La perfección del amor, la armonía y la belleza, el único Ser, unido a todas esas almas iluminadas que forman la encarnación del Maestro, el Espíritu de la Orientación". Queda claro que antes de alcanzar semejante objetivo, mucha sangre se derrama y muchas teorías se formulan y hasta hay tiempo para el amor y el recogimiento y la buena prosa. Sí, Terry Gilliam debería filmar todo esto.
Mucho más cerca del V de
Thomas Pynchon, del Jonathan Strange y Mr. Norrell de Susana Clarke, y de las recientes novelas de Neal Cryptonomicon Stephenson que de las listas de best sellers asfixiadas por falsas reliquias sagradas, La tierra trema y la venida de Robert Anton Wilson es una excelente noticia para todos aquellos que disfrutan de ficciones conspirativas y de misterios históricos y que, sin embargo, no pudieron -por instinto de preservación- con la virósica El código Da Vinci. Novela esta última que, seguro, forma parte de una conjura maléfica y subliminal (quizás algo hipnótico escondido en su portada) para conquistar a los influenciables lectores de buena fe. Sólo así se explica semejante espanto apocalíptico del que, por fin, ha llegado a salvarnos Robert Anton Wilson.
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