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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La carpa catalana

La carpa que da cobijo a La Setmana del Llibre en Català no tiene pérdida. Está en el centro de la plaza de Catalunya y unas letras gigantes anuncian su presencia con un lema ideal de resonancias uterinas: La Setmana és aquí dins. Me acerco sigilosamente, temiendo cruzarme con el líder carismático de este invento, el editor Ernest Folch. No me veo con fuerzas para enfrentarme a su dinamismo (Folch es hiperactivo: igual torea un boicoteo de libreros que dirige una editorial, participa en organismos gremiales, inaugura el lanzamiento de un best seller, escribe un artículo sobre la Feria de Francfort o actúa de vehemente tertuliano de la actualidad). Aprovechando el tumulto generado por la llegada de dos manadas de escolares, me meto en la carpa. La entrada es gratuita y no se obliga a nadie a consumir. Son las diez de la mañana y, siguiendo las indicaciones de maestras y monitoras, los niños amontonan sus abrigos y anoraks en la zona menos concurrida de la moqueta roja (el resto del suelo está enmoquetado de azul).

Según oí decir a Folch en varias emisoras de radio, los resultados de esta nueva ubicación de la Setmana están siendo espléndidos. Han aumentado la asistencia y las ventas (aunque no en la misma proporción) y multitud de librerías se han sumado al evento (pese a que las siete librerías que he visitado estos días pasan olímpicamente del arrollador dinamismo folchiano). Como es tradición en el sector de las carpas, la instalación responde a unos criterios arquitectónicos de provisionalidad y, a diferencia de lo que ocurría en los tiempos de las Drassanes, no se ha montado ningún circuito-corral humillante en el que distintos escritores esperan a que los lectores tengan a bien pedirles que les dediquen un libro. A riesgo de parecer un aguafiestas, confieso que el adjetivo que me viene a la cabeza tras dar la primera vuelta es cutre. Por suerte, la impresión mejora al cabo de unos minutos. La finalidad de esta exposición con derecho a compra es cuádruple: afirmación de una industria potente pero con bajones autodestructivos, comercialización de fondos editoriales, reconocimiento de virtudes públicas (premio a la trayectoria de Emili Teixidor) y estimulación catártica de un mercado que pasa del derrotismo a la euforia con excesiva facilidad.

Controlar a los niños en la zona dedicada a los libros infantiles no es fácil. Por más que se les pida silencio, no paran de correr de un lado a otro. Los maestros intentan disuadirles con miradas intimidatorias y algunos avisos. Por ejemplo: "És la fira del llibre, no hem vingut per fer tonteries". La tontería y el libro, sin embargo, son perfectamente compatibles, como demuestra la obra de alguno de los autores expuestos. Un contador de cuentos intenta hipnotizar a un grupo reducido mientras otros alumnos se divierten con un lector de precios conectado a un ordenador. La maestra les riñe: "Hem vingut a mirar llibres, no hem vingut a mirar preus". Mirar el contenido y el precio de los libros también es compatible. De hecho, este es el ejercicio más interesante y motivador del invento: recorrer las estanterías y los pasillos recuperando viejos títulos olvidados, descubriendo joyas desconocidas y polemizando mentalmente con el criterio de quienes decidieron exponer los libros de Truman Capote en una sección titulada Novel.la gay/lèsbica. En la zona de biografías, se producen desiguales vecindades: un libro de Judit Mascó y la biografía de Maria Callas.

Lentamente, el visitante percibe que la industria editorial en catalán no es ninguna tontería. Abarca todos los géneros y curiosidades: testimonios sobre botánica o campos de concentración, antropología, ensayos sobre medios de comunicación, estudios sobre medio ambiente, obras de teatro, corpus clásico griego y un rincón especializado en epistolario en el que se certifica que Joan Corominas es nuestro plusmarquista mundial de cartas. Se podría elaborar una ruta por distintos monumentos de nuestra industria editorial: Pompeu Fabra, Mercè Rodoreda, los doctores Corbella y Estivill y, como guinda, Andreu Buenafuente. Perderse entre monografías locales tambien tiene sus compensaciones: descubrir la historia del turismo en Torredembarra o de los barrios judíos gerundeses. Tras manosear muchos volúmenes, acabo comprándome Subministrament d'aigua i tifus de Barcelona (1914-1915), de Jaume de Ramon i Vidal, un fascinante estudio histórico sobre la devastación epidémica que se produjo en Barcelona no hace tanto tiempo. Leo uno de los testimonios recogidos por De Ramon: "Grans esqueles, solemnes funerals, la visió dels quals atemoria la gent que no veia més que morts per tot arreu; hi contribuien els enterraments luxosos i els pocs recursos d'una ciutat que no estava preparada per patir una epidèmia. Per altra part, la gent no es banyava, poques cases tenien banyera i les que en tenien les feien servir gairebé sempre per guardar-hi la roba bruta". Hay que pagar a la salida y cuando le doy un billete de 50 euros, la cajera pone mala cara y me dice: "¿No tens més petit?". De este modo, consigue que me sienta culpable por comprar, uno de esos detalles que deberían tener en cuenta quienes siempre se quejan de lo poco que se vende.

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