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García Gil evoca en sus poemas el "ritual" del cine de su infancia y adolescencia

Ya no existen los cines donde el poeta José Manuel García Gil (Cádiz, 1965) vio, de niño, sus primeras películas. El Andalucía, el Imperial, el Avenida o las salas de verano de la capital gaditana han ido sucumbiendo al paso de los años, rindiéndose al desarrollo urbanístico de la ciudad. Bajo sus escombros quedaron aquellas emocionantes tardes a oscuras contemplando las aventuras de otros. Sobre ellos ha levantado el autor El Salón de los Eclipses (Editorial Renacimiento, con la colaboración del Ayuntamiento de Cádiz), que mantiene en sus versos la esencia de esos momentos huérfanos de los edificios en los que un día se alojaron.

"Tenía necesidad de conectar la relación entre ese cine que vi de pequeño y adolescente, en el que todo era como un ritual y lo menos importante era la película; y ese cine, ya de adulto, al que llego de forma menos intuitiva y con más inteligencia", explica el escritor. El recuerdo y la vivencia del séptimo arte se relata en cada poema a través de una película o un elemento seleccionado. El No-do. La Estación Termini. La brillantina. Los tres colores de Kieslowski. La bella durmiente. El fabuloso mundo del circo. La ventana indiscreta.

El homenaje arranca en aquellas primeras sesiones donde acudir al cine era una celebración. "Es esa idea de la penumbra, de ocupar los asientos, de un acomodador que te guía con una linterna, de una fiesta inminente a punto de comenzar. Entonces no importaban los directores ni los actores. Sólo conocíamos los personajes y nos olvidábamos de ellos cuando se encendían las luces", afirma García Gil.

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